Capítulo 12: Pasadizos subterráneos (3)

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El caos que se desató tras la caída de los traidores era abrumador. El pasadizo temblaba con furia, y los gritos de los niños resonaban como ecos de una tragedia inevitable. Mientras corría, el aire se llenaba del olor a polvo y sangre. Algunos profesores, con sus hechizos, desviaban las rocas más grandes, pero no podían salvar a todos. Cada tanto, el sonido seco y brutal de una piedra aplastando un cuerpo resonaba en el túnel, acompañado de gritos sofocados que se apagaban al instante.

Vi a un niño delante de mí que intentaba esquivar, pero una roca del tamaño de una sandía cayó con precisión implacable sobre su cabeza. El crujido de sus huesos fue ensordecedor, y la sangre, mezclada con fragmentos de cráneo, se esparció en el aire como una explosión carmesí. Su cuerpo, antes vivo y en pánico, se desplomó sin vida, convirtiéndose en poco más que un montón de carne rota sobre el suelo de piedra.

—¡Drakzhar! ¡Espérame! —la voz desesperada de Alexandra me alcanzó, mientras corría junto a Roberto y Elsio.

Sin detenerme ni mirar atrás, respondí con frialdad.

—¡Corran! ¡No esperen a nadie! ¡Esquiven las piedras o morirán como los demás! —les grité, mientras mi vista se fijaba en el camino delante de mí, en la oscuridad que nos tragaba. Mis palabras fueron duras, pero necesarias. No había tiempo para compasión.

A cada paso, esquivaba escombros que caían con furia del techo, y me impulsaba con magia de viento, sintiendo el roce violento del aire en mis pies. Mi corazón latía rápido, pero mi mente estaba en calma. La muerte no me asustaba; la había visto demasiadas veces en mi vida anterior. Sin embargo, este lugar... este túnel se estaba convirtiendo en un cementerio improvisado.

A mi izquierda, un profesor intentaba proteger a un grupo de alumnos, pero no fue lo suficientemente rápido. Una roca gigantesca cayó sobre su pierna, aplastándola en un ángulo antinatural. Su grito fue un alarido de puro sufrimiento, y los niños que protegía se esparcieron aterrorizados, algunos tropezando y cayendo al suelo, justo en el momento en que más rocas comenzaron a llover desde arriba. Uno de los chicos, con lágrimas en los ojos, fue aplastado en segundos, su pequeño cuerpo reduciéndose a un amasijo de carne y sangre.

La violencia del momento me recordó al genocidio de mi raza, aquellos días en los que la muerte era mi sombra constante. Pero ahora, mi única preocupación era salir vivo de este maldito túnel.

Seguí corriendo, sin mirar atrás, sabiendo que la sangre seguiría corriendo detrás de mí.

Tras media hora corriendo sin parar, una tenue luz apareció al final del túnel. El alivio inundó mi pecho por un breve instante: finalmente habíamos llegado al lugar de reunión. Podríamos escapar de ese infierno subterráneo, o eso pensaba. El grupo que quedaba detrás de mí apenas era una fracción de lo que éramos al inicio, unos cincuenta alumnos, tal vez menos, junto con algunos profesores. La mayoría habían sido aplastados, y sepultados en la masacre que acabábamos de vivir.

Con el último esfuerzo, me lancé hacia la salida, esperando encontrar descanso, solo para ver lo que nos aguardaba afuera y sentir cómo la esperanza se evaporaba de mi pecho. Frente a nosotros, formando una línea amenazante, cincuenta soldados, pero no eran nuestros. Llevaban el estandarte del Imperio Creonte, los mismos que habíamos visto acercándose en zepelines horas antes.

Mi cuerpo reaccionó antes que mi mente. Grité con todas mis fuerzas, tratando de sacudir el shock de los demás.

—¡TODOS! ¡PROFESORES, ACTIVEN SU MAGIA! ¡ALUMNOS, APOYEN A SUS PROFESORES! —formé una cuchilla de mana en mi mano, preparándome para la batalla inminente.

Pero justo en ese instante, el aire cambió, volviéndose espeso, casi imposible de respirar. Un aroma familiar a alcohol llenó el ambiente, y en un abrir y cerrar de ojos, apareció frente a nosotros Nikolas.

—Disculpen la demora, chicos... llegué tarde —dijo, con los ojos rojos y brillantes, como si estuviera al borde de las lágrimas—. Esto terminará pronto... —se acercó a mí, su voz apenas un susurro—. Gracias, Drakzhar. Ya después hablaremos.

Sin previo aviso, Nikolas desapareció de nuevo, pero esta vez lo vi flotar en el aire, sacando de su chaqueta una botella grande de vino. La destapó y tomó un trago largo frente a nosotros, un gesto tan casual y fuera de lugar que todos nos quedamos inmóviles, boquiabiertos. Pero antes de que pudiéramos procesar lo que ocurría, el olor a alcohol se hizo más denso, como si el aire mismo estuviera borracho. El vino en la botella comenzó a cambiar, formándose en gotas que flotaban a su alrededor, cada una vibrando con una tensión siniestra.

—Ustedes... atacaron a niños pequeños —dijo con una calma escalofriante, su mirada fija en los soldados de Creonte—. Creo que es momento de que se enfrenten a alguien de su tamaño, ¿no creen?

Nikolas levantó una mano, y con un simple gesto, las gotas de vino se transformaron en afiladas agujas de color tinto, brillando a la luz del sol. Antes de que los soldados pudieran reaccionar, las agujas se lanzaron hacia ellos con una velocidad inimaginable. El sonido de carne perforada y huesos rompiéndose fue grotesco. Las agujas atravesaron los cuerpos de los soldados como si fueran mantequilla, salpicando sangre por todas partes, tiñendo el suelo de rojo y dejando cadáveres desparramados por el campo. No hubo gritos, no hubo tiempo para ello. Fue una matanza rápida y brutal, una ejecución metódica.

Los cuerpos de los soldados quedaron clavados en el suelo, ensartados por las agujas de vino, sus expresiones congeladas en el terror del último segundo de vida. La sangre corría en ríos por la tierra, empapando todo a nuestro alrededor. En cuestión de segundos, cincuenta vidas habían sido extinguidas sin esfuerzo.

Nikolas, sin perder la calma, bajó del aire, su botella de vino aún en la mano. Tomó otro trago, esta vez más largo, y miró a los restos de lo que antes había sido una fuerza militar.

—Esto se acabó, chicos —dijo tranquilamente—. Sigamos adelante.

Miré detenidamente a Nikolas mientras caminaba a su lado, tranquilo, a pesar del panorama grotesco que nos rodeaba. Cadáveres esparcidos, charcos de sangre que empapaban la tierra y el hedor metálico que flotaba en el aire... era una escena demasiado familiar para mí. Pero me olvidé, por un momento, de que los niños y los profesores detrás de mí no compartían mi historia, ni mi resistencia. Muchos de ellos nunca habían visto algo así, y el impacto fue devastador.

Unos cuantos alumnos se desplomaron en el suelo, desmayados por la impresión. Otros se arrodillaron y vomitaron, el horror pintado en sus rostros. Incluso algunos profesores, aquellos que habían vivido en la comodidad de la paz durante tanto tiempo, no podían contener su repulsión. Las náuseas y el miedo emanaban de ellos como un perfume agrio.

Suspiré antes de hablar.

—Profesor —dije con cierta resignación, dirigiéndome a Nikolas—, podrías haber sido menos... grotesco, ¿no crees?

Nikolas se rascó la cabeza, como si realmente no hubiera considerado las consecuencias de su acción más allá de la matanza misma.

—Ah, lo siento, chicos —respondió, con una sonrisa que parecía casi avergonzada—. Me dejé llevar por las emociones... —su tono era despreocupado, como si hubiera olvidado la carnicería que acababa de desatar—. Cuando se recuperen, vámonos al siguiente refugio. El peligro ya pasó.

Miré hacia atrás, observando a los alumnos y profesores tratando de recomponerse, algunos todavía con los ojos vidriosos, otros temblando de miedo. El peligro inmediato tal vez había pasado, pero la cicatriz de lo que acababan de presenciar permanecería con ellos por mucho más tiempo. Para mí, esto no era más que un eco de batallas pasadas, una memoria recurrente que ya no me estremecía. Pero para ellos, era una pesadilla que apenas comenzaba.

—Vamos —dije con voz firme, instando a los que quedaban de pie a seguir adelante—. No nos quedemos aquí más tiempo del necesario.

Pequeñas gotas comienzan a caer del cielo, y en poco tiempo, una llovizna suave nos envuelve, como un presagio de algo oscuro y desconocido. Un malestar se instala en mi pecho, profundo e inexplicable, creciendo con cada segundo, aunque a mi alrededor no hay señales de peligro. Esa corazonada persiste, como una advertencia muda, sin revelar su origen. Instintivamente, levanto la mano y trato de atrapar la lluvia, como si pudiera tener algún control sobre ella, como si al hacerlo pudiera calmar esta inquietud. Luego, respiro hondo y comienzo a caminar lentamente, siguiendo a Nikolas, como si él pudiera llevarme hacia una respuesta.

Reencarnación de DrakzharDonde viven las historias. Descúbrelo ahora