Capitulo 11: Pasadizos subterráneos (2)

42 22 1
                                    

Cuando la puerta finalmente se cerró tras de nosotros, el grupo de alumnos comenzó a avanzar, siguiendo a los profesores en silencio. El ambiente no era de pánico, pero tampoco se respiraba calma. A pesar de la tensión, algunos pequeños grupos de estudiantes intercambiaban palabras en voz baja, quizá intentando mantener una normalidad que ya se había desvanecido.

De pronto, noté que tres niños se acercaban hacia mí. En el centro, una niña de cabello rubio y ojos azulados sonreía con una expresión amistosa. A su izquierda, un niño con pelo verde y ojos del mismo color parecía más distraído, sacando algo de su bolsillo, mientras que el tercero, a la derecha, tenía el cabello y los ojos completamente negros, y mantenía una mirada severa.

—¡Hola! Nunca te había visto antes en los cursos de primer año —dijo la niña con una sonrisa amplia—. Soy Alexandra Climp, mucho gusto.

Soy Roberto Glimford —añadió el niño de pelo verde, mientras sacaba una galleta y comenzaba a mordisquearla.

—Elsio Munitore —dijo el chico de cabello negro, con voz seca y cortante.

Alexandra me miró con interés, inclinando un poco la cabeza, antes de hacer la inevitable pregunta.

—¿Y tú? ¿Cómo te llamas?

Drakzhar —respondí sin más, manteniendo la calma.

—¿Y tu apellido? —preguntó Elsio con tono inquisitivo.

—¿Apellido? No tengo —respondí, mi voz tan tranquila como siempre.

Un silencio tenso siguió a mis palabras, y vi cómo los ojos oscuros de Elsio se estrechaban en una expresión de desdén.

Hmp, un plebeyo —dijo con desprecio, volviendo la cabeza como si ya no valiera la pena prestarme atención—. Les dije que no valía la pena hablar con él.

De repente, y para mi sorpresa, Elsio tropezó y cayó al suelo. Miré la causa, y vi que Alexandra le había propinado un golpe en la cabeza con rapidez, su expresión amistosa transformada en un gesto de molestia.

No le hagas caso, Drakzhar —dijo ella, volviendo a sonreírme mientras inclinaba la cabeza en señal de disculpa—. No es tan malo como parece ahora mismo.

Elsio, desde el suelo, no parecía muy convencido de esa afirmación, pero no dijo nada.

—¿Y qué haces aquí? —preguntó Alexandra, ahora más curiosa.

Es mi primer día de clases... supongo —respondí, con un tono que dejaba en claro lo extraño de la situación en la que me encontraba.

El tiempo transcurría con una tranquilidad engañosa. Mis instintos, forjados por experiencias pasadas, me gritaban que algo peligroso se cernía sobre nosotros, o estaba por suceder. Mientras caminaba con el grupo de estudiantes, mi mente se mantenía alerta, escaneando cada señal, cada movimiento, esperando que ese presentimiento tomara forma.

Entonces lo vi. La persona que había cerrado la puerta al inicio del túnel caminaba al frente del grupo, con gotas de sudor deslizándose por su frente. De vez en cuando, lanzaba miradas rápidas y nerviosas hacia atrás. Recordé también que, al cerrar la puerta, sus manos habían temblado levemente. Todo en él, desde su postura hasta sus gestos, me hablaba de alguien que ocultaba algo. Mis instintos no dejaban de advertirme que debía averiguar qué era, y pronto.

Me deslicé entre los demás estudiantes, aprovechando la oscuridad que cubría los pasadizos tenuemente iluminados. Mi figura se perdía entre ellos, y el ambiente sombrío jugaba a mi favor. Seguíamos caminando, pero la sensación de peligro no desaparecía; al contrario, se intensificaba.

Pasaron dos horas y, aunque nada extraño había ocurrido, el malestar que sentía era casi insoportable. Según lo que sabía, a estas alturas deberíamos habernos encontrado con los otros cursos, pero no había señales de ellos. Algo estaba terriblemente mal. Y el hombre al frente del grupo actuaba cada vez de manera más errática: sus manos temblaban más, el sudor se hacía más evidente, y sus miradas hacia atrás se volvían casi paranoicas.

De repente, el hombre dio una señal con las manos, y observé cómo cuatro personas ubicadas en puntos estratégicos del pasadizo comenzaron a correr hacia los costados, donde se encontraban unas palancas incrustadas en las paredes. En ese momento, mis instintos explotaron en una advertencia clara y feroz: algo terrible estaba por suceder.

No había más tiempo que perder. Corrí hacia el hombre más cercano, aquel que lideraba el grupo. Mientras me acercaba, creé una cuchilla de mana en mis manos, su forma brillante apenas visible en la penumbra. Aquel hombre notó mi acercamiento, y su rostro se llenó de sorpresa. Seguramente no esperaba que un simple estudiante le siguiera tan de cerca. Pero, a pesar de su desconcierto, no se detuvo; siguió corriendo como si su vida dependiera de ello.

No podía permitírselo. Con una precisión letal, lancé la cuchilla de mana, la cual se hundió en su pierna antes de que pudiera alcanzar la palanca. El hombre cayó al suelo con un grito desgarrador.

—¡AHHH! ¿Qué haces? —gritó, con el horror pintado en su rostro.

El caos estalló entre los estudiantes. Los murmullos de confusión se convirtieron en gritos de pánico mientras intentaban entender qué estaba ocurriendo. Pero ya era demasiado tarde. Vi cómo los otros hombres alcanzaban las palancas y, antes de que pudiera detenerlos, las activaron. El suelo bajo nuestros pies empezó a temblar, y un estruendo resonó a lo largo del túnel. Piedras comenzaron a caer desde el techo, y el aire se llenó de polvo y escombros.

Mis instintos gritaban con más fuerza que nunca: querían enterrarnos vivos.

El pasadizo seguía retumbando, y el caos comenzaba a apoderarse de la situación. Los gritos de los alumnos resonaban como ecos, alimentando la sensación de desesperación, pero no podía permitirme vacilar. Sentí cómo la energía del viento empezaba a fluir a través de mis pies, envolviendo mis piernas como un torrente invisible. Me impulsé hacia adelante con toda mi velocidad, dejando atrás las voces confusas y el eco de los pasos apresurados.

Los temblores eran cada vez más violentos, y pude ver cómo las piedras empezaban a desprenderse del techo. Apreté la mandíbula, sabiendo que no había tiempo para dudar. A lo lejos, entre la oscuridad y el caos, divisaba las figuras de los tres traidores, aún tirando de las palancas, intentando completar su traición.

Con un rápido gesto, concentré el mana a mi alrededor, sintiendo cómo la cuchilla de energía se formaba de nuevo en mi mano. No podía permitir que activaran más trampas. Me lancé contra uno de ellos, moviéndome como una ráfaga, y en un solo movimiento, hundí la cuchilla de mana en su pierna. El hombre cayó con un grito desgarrador, pero mi mirada no se detuvo en él.

Los otros dos traidores aún estaban allí, pero antes de que pudieran reaccionar, un grupo de profesores se abalanzó sobre ellos, como había ordenado. La situación empezaba a controlarse, pero los temblores no cesaban.

Al girar la cabeza, vi a Alexandra, Roberto y Elsio corriendo tras de mí, con los rostros pálidos y los ojos llenos de terror, tratando de mantener el ritmo. Sin embargo, yo seguí avanzando sin mirar atrás, impulsado por la magia que me rodeaba y por la necesidad de sobrevivir.

Reencarnación de DrakzharDonde viven las historias. Descúbrelo ahora