8. La capital

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8. La capital

POV Alicent

Al entrar por una puerta lateral a la Fortaleza Roja, Alicent se quitó la capa raída y pidió un baño. Acababa de volver de encontrarse con Rhaenyra, primero en Rocadragón y luego en esa llanura al otro lado del Aguasnegras. Se sentía agotada físicamente, pero sobre todo mentalmente. Habían sido días de dar vueltas a innumerables pensamientos y sentimientos, y la razón intentando atravesar la emoción era un desafío duro de afrontar, y casi imposible de resolver. Había intentado incansablemente poner algo de sentido y raciocinio a su situación con Rhaenyra, tanto a la relación profesional como a la personal, y el resultado había sido un bello desplante por parte de la Targaryen.

"Un desplante que yo le hice en su momento, cuando vino a visitarme al septo" Pensó, alzando las cejas en la soledad de su bañera.

Al final, Rhaenyra había acabado persiguiéndola en su desconfianza y siendo atacada, de nuevo, por los suyos. Pero, independientemente de cómo se tomase ella ese ataque, a Alicent le había dolido ver a la rubia partir herida montada en su dragón herido. No se le iba la imagen de la cabeza. Realmente quería saber cómo estaba, si había llegado bien.

Salió de la bañera y se vistió. El día ya casi acababa y debía poner todo en orden.

Su primera labor sería muy, muy complicada: tantear a Aegon para retirarse del trono. Algo que, a priori, parecía inaudito. Pero podía apelar al antiguo Aegon que nunca quiso reinar. Y por supuesto, le ofrecería un plan alternativo jugoso para convencerlo, otra alternativa de vida junto a Helaena y su hija Jaehaera. Confiaba en que esto saliese bien, porque si no la opción que le quedaría sería la opción de Rhaenyra: su cabeza.

Alicent resopló y se puso en marcha hacia los aposentos de su hijo Aegon. Pero no estaba allí. Quizá en el salón del trono. Entró con velocidad, pero se paró en seco al comprobar quién se hallaba sentado en el trono: Aemond.

-Aemond, ¿qué haces aquí?

Este hizo resonar los dedos contra el brazo derecho del trono.

-Bueno, soy el príncipe regente, ¿no? La verdadera pregunta es...¿qué haces tú aquí? Te hacía vagando por ahí en uno de tus viajes.

La miró directamente, haciéndola sentir, como tantas otras veces, culpable e insegura. ¿Acaso sabía algo? Pero la mujer se recompuso.

-La Fortaleza Roja tiene el poder de oprimir y estrangular a la gente que la habita, como bien sabes – dijo, acercándose a él -. Son tiempos de angustia, y se necesita salir a respirar.

No quiso mentir del todo, ya que, después de todo, sí era cierto que se había ido al bosque a respirar y pensar unos días.

-Ya...bien por ti, madre.

-¿Dónde está tu hermano?

-Ni idea – dijo el chico Targaryen poniendo cara de inocente.

Alicent se iba a girar y a marcharse cuando Aemond prosiguió.

-Nadie lo sabe. Lleva más de un día sin aparecer. La verdad, no sé qué os pasa a todos últimamente, sólo rehuís de vuestra posición - miró a Alicent sin moverse -. Tal vez debería poneros guardias detrás todo el día para ver lo que hacéis. ¿Quién sabe? Puede que estéis confraternizando con el enemigo sin yo saberlo.

Se creó un momento de silencio que a Alicent le pareció eterno.

Aemond se levantó bruscamente.

-Es broma, madre.

El camino de la liberaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora