Bajo la Sombra del Peligro

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La noche había comenzado con una calma inesperada para Ren y Aria, el aire aún cálido del final del verano envolvía el claro donde se encontraban. Después de confesar sus sentimientos, ambos compartían una tranquilidad que parecía fuera de lugar, considerando todo lo que habían enfrentado en los últimos días. Pero esa paz se desmoronó en un abrir y cerrar de ojos.

Ren sintió un cambio en el ambiente antes de que sucediera. Un calor sofocante y repentino lo alertó, y antes de poder procesarlo, reaccionó instintivamente. Con un rápido movimiento, empujó a Aria con fuerza hacia un lado, justo cuando una enorme bola de fuego pasó a escasos centímetros de ella, impactando contra el suelo, dejando una marca humeante.

—¡Ren! —exclamó Aria, con el corazón acelerado—. ¿Qué está pasando?

Ren se mantuvo alerta, sus sentidos agudizados. A su alrededor, el lugar que había sido un refugio de tranquilidad ahora parecía una trampa. Todo estaba envuelto en sombras, pero no eran sombras naturales. Había algo más acechando, algo que no podía ver pero que sentía con claridad.

—No te levantes, Aria —le ordenó Ren, su voz firme pero contenida—. No estamos a salvo.

Aria, aunque aterrada, confió en Ren. Permaneció en el suelo, temblando de miedo e incertidumbre. El lugar que minutos antes parecía tan pacífico estaba ahora envuelto en una tensión que amenazaba con explotar en cualquier momento.

Ren observaba a su alrededor, buscando una vía de escape. Pero estaban rodeados. Cualquier dirección que intentara tomar parecía bloqueada por una fuerza invisible. La presión en el aire era sofocante, como si algo oscuro y antiguo los envolviera, apretando cada vez más.

Fue entonces cuando lo escuchó.

—Ren... —una voz profunda, fría y autoritaria resonó entre las sombras—. Hijo mío, siempre pensé que esto sería más complicado, pero veo que me lo has hecho todo mucho más fácil.

Desde las sombras, lentamente emergió la figura de un hombre alto, de porte imponente y aura maligna. Era el padre de Ren, Sang, un demonio poderoso cuya presencia parecía oscurecer el mundo a su alrededor. A su lado, Seo Jun, el hermano menor de Ren, lo observaba con una expresión burlona. Del otro lado, la madrastra de Ren, Yuna, aparecía con una mirada calculadora y cruel.

Ren sintió cómo su rabia crecía al verlos. Todo el odio, el dolor y la traición que había reprimido durante años brotó en ese instante. Apretó los puños, pero sabía que no podía perder el control ahora. Aria estaba en peligro, y él debía protegerla.

—¡Aria! —Ren se acercó rápidamente para ayudarla a levantarse, colocándola detrás de él—. Quédate detrás de mí. No dejes que se acerquen a ti.

Aria temblaba, pero sabía que no debía flaquear. Se mantenía cerca de Ren, confiando en él más que nunca.

Sang dio un paso al frente, su sonrisa cínica reflejada en sus ojos rojos como brasas.

—Vamos, hijo mío —dijo Sang, con una voz que rezumaba malicia—. No hagas esto más difícil de lo que debe ser. Entrega a la joven. Sabes tan bien como yo que su sacrificio es necesario para un nuevo comienzo. Los demonios deben gobernar, y nuestra familia será más poderosa que nunca. ¿No quieres ver ese futuro, Ren?

La mirada de Ren se endureció. Durante años había soportado la presión y las expectativas de su familia, pero nunca había estado de acuerdo con sus planes. Y ahora, frente a la persona que amaba, no había duda en su corazón.

—Nunca permitiré que la toques —respondió Ren, con una furia contenida, su voz resonando con una fuerza que sorprendió incluso a Sang—. No dejaré que te lleves a Aria. No importa lo que digas, no seré parte de tus planes.

La sonrisa de Sang se desvaneció, reemplazada por una expresión de fría impaciencia.

—Eres un tonto, Ren. Un débil. —Con un gesto rápido, Sang hizo una señal, y dos demonios salieron de las sombras, moviéndose con velocidad y precisión. Agarraron a Ren por los brazos, inmovilizándolo antes de que pudiera reaccionar por completo.

Ren forcejeó, sus músculos tensándose mientras intentaba liberarse, pero los demonios eran fuertes, y su fuerza combinada lo mantenía atrapado.

—¡Aria, corre! —gritó Ren, pero su voz se ahogó cuando vio a otros dos demonios acercándose a Aria. Antes de que pudiera hacer algo, ellos la golpearon con fuerza, haciendo que cayera al suelo, inconsciente.

—¡No! —Ren gritó, su corazón latiendo con desesperación al ver cómo la atacaban. Trató de liberarse nuevamente, pero los demonios lo sujetaron con aún más fuerza.

Sang se acercó lentamente, su expresión impasible mientras observaba a su hijo con desprecio.

—Es una pena, Ren. Podrías haber sido grande. Pero ahora, todo esto será para nada.

Con un simple gesto de Sang, los demonios que rodeaban a Aria comenzaron a abrir un portal. Un vórtice oscuro y denso se formó frente a ellos, listo para llevarse a Aria a un destino desconocido.

Ren luchaba con todas sus fuerzas, pero los demonios lo inmovilizaron aún más. Uno de ellos lo golpeó con fuerza, dejándolo aturdido en el suelo.

Mientras el portal se abría por completo, Ren, con su último aliento de resistencia, miró a su padre directamente a los ojos.

—Si le haces daño a Aria... —su voz era apenas un susurro, pero llena de una furia inquebrantable—. Te juro que te destruiré. No importa lo que pase.

Sang lo miró, fríamente divertido.

—Lo veremos, hijo. Lo veremos.

Con eso, los demonios cruzaron el portal, llevándose a Aria con ellos. El vórtice se cerró de inmediato, y el silencio cayó sobre el lugar. Ren, herido y débil, quedó tirado en el suelo, el dolor físico nada comparado con la desesperación que sentía por haber perdido a Aria.

Pero una cosa era segura: Ren no se rendiría. No dejaría que su padre se saliera con la suya.

¿De quien me enamore?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora