El Camino Hacia el Coliseo

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Aria caminaba con pasos lentos, casi arrastrando los pies por los oscuros y fríos pasillos que la llevaban a su destino final: el coliseo donde se realizaría el sacrificio. El peso de lo que estaba a punto de suceder la oprimía por dentro, como si una fuerza invisible la asfixiara poco a poco. Seo Jun la guiaba, su mano en la espalda de Aria, empujándola con firmeza, mientras Liliana caminaba a su lado con una sonrisa triunfante.

El eco de sus pasos resonaba en la vasta estructura del castillo demoníaco. Los muros de piedra negra parecían estar vivos, absorbiendo cada sonido y devolviéndolo con una vibración profunda y ominosa. El aire estaba impregnado de un olor metálico, como el de la sangre derramada en antiguas batallas. A lo lejos, Aria podía escuchar los murmullos de los demonios reunidos, esperando ansiosos el ritual. Los latidos de su corazón eran lo único que mantenía su mente conectada a la realidad.

Con cada paso que daba, los recuerdos de su madre, Kiera, invadían su mente. Había leído sobre el sacrificio, y ahora, más que nunca, comprendía el terrible destino al que su madre había sido condenada. ¿Sería su propio destino el mismo? No, no podía aceptarlo. A pesar de todo, se negó a rendirse. La esperanza de ser rescatada, la esperanza de que Ren apareciera y la salvara, era lo único que la mantenía en pie.

A medida que avanzaban, el pasillo comenzó a ensancharse, dando paso a una gran entrada de mármol negro decorada con grabados de antiguas batallas entre ángeles, demonios y humanos. En el centro del arco de la entrada, había una figura tallada de los tres gobernantes: el ángel, el demonio y el humano, que simbolizaban el equilibrio del mundo. Aria no podía evitar sentir un escalofrío al mirarlos. Estas tres entidades habían gobernado su mundo durante siglos, y ahora eran los jueces de su destino.

Al cruzar la entrada, sus ojos se encontraron con el inmenso coliseo. La arena central estaba bañada en una luz tenue, con antorchas encendidas en cada uno de los pilares que rodeaban el lugar. En las gradas, una multitud de demonios se había reunido, sus ojos brillando con un fervor malévolo. Algunos reían, otros murmuraban en lenguas arcaicas, pero todos estaban allí para presenciar el ritual.

En el centro de la arena, se alzaba un altar de piedra, cubierto de símbolos antiguos grabados en su superficie, donde se realizaría el sacrificio. Aria sintió un nudo en el estómago al verlo. Ese altar era el mismo que su madre había visto en sus últimos momentos, el mismo donde Kiera había entregado su vida para mantener el equilibrio.

Mientras avanzaban hacia el centro de la arena, la multitud en las gradas comenzó a gritar y aplaudir. Los demonios celebraban, sabiendo que estaban a punto de presenciar un evento histórico. Aria, por otro lado, sentía sus fuerzas desvanecerse con cada paso que daba. Sin embargo, mantuvo la cabeza en alto. No les daría la satisfacción de ver su miedo.

De pronto, el aire en la arena se volvió más denso, cargado de una energía poderosa. Aria supo que los tres gobernantes se estaban acercando. En cuestión de segundos, las sombras en los bordes de la arena se distorsionaron y, de la nada, aparecieron tres figuras imponentes.

El primero en aparecer fue el ángel, con su inmensa figura bañada en una luz dorada. Sus alas brillaban como el sol, extendiéndose majestuosamente a su alrededor. Su expresión era serena, pero sus ojos destellaban con un poder que dejaba claro su autoridad.

A su lado, el demonio emergió de las sombras, su cuerpo envuelto en una armadura oscura, con cuernos que sobresalían de su cabeza y ojos rojos que brillaban con una intensidad peligrosa. Su sonrisa maliciosa mostraba colmillos afilados mientras observaba a Aria con interés, como si ya supiera lo que estaba por suceder.

Finalmente, el humano hizo su aparición, una figura imponente vestida con ropajes oscuros. Su rostro estaba cubierto por una máscara que solo dejaba ver sus ojos, unos ojos llenos de sabiduría y conocimiento antiguo. Aunque era humano, su presencia era tan poderosa como la de los otros dos gobernantes.

Los tres se posicionaron frente al altar, observando a Aria con una mezcla de curiosidad y determinación. Ellos eran los encargados de mantener el equilibrio en el mundo, y el sacrificio de Aria era una parte clave de ese proceso.

—Hija de Kiera —dijo el ángel con una voz suave pero autoritaria—. Tu destino es uno que no puedes evitar. Has sido traída aquí para completar el ciclo, para restaurar el equilibrio que tu madre comenzó.

El demonio se rió entre dientes, su voz profunda resonando por todo el coliseo.

—Y todo este tiempo, has estado huyendo de lo inevitable. No puedes escapar de lo que eres, Aria. El sacrificio debe ser completado. Es la única manera de mantener nuestro mundo intacto.

Aria apretó los puños, su cuerpo temblando, pero no por miedo, sino por la ira que sentía. ¿Cómo podían ser tan fríos, tan despiadados? La trataban como si no fuera más que un peón en su juego, como si su vida no valiera nada más allá del sacrificio.

Antes de que pudiera decir algo, el humano habló, su voz calmada y sin emociones.

—El equilibrio debe mantenerse. No es personal, Aria. Es lo que debe suceder.

Seo Jun la empujó hacia el altar, donde dos demonios la esperaban para amarrarla. Aria, con el corazón latiendo a toda prisa, sabía que este era el momento decisivo. Si no lograba salir de esta, todo terminaría. Mientras los demonios se acercaban para inmovilizarla, una pequeña chispa de esperanza brillaba en su corazón. Ren vendría. Tenía que venir.

Pero por ahora, todo lo que podía hacer era resistir.

¿De quien me enamore?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora