Capítulo 4

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Al día siguiente, me acerqué a la casa de los Cullen con una mezcla de ansiedad y determinación. La noche anterior había sido un caos de emociones, y aunque no podía sacarme de la cabeza la imagen de Naribetzha desmayada en brazos de Alistair, necesitaba respuestas. Cada paso hacia la casa era más fácil de lo que esperaba. La lucha interna que solía tener contra Jacob, como alfa, había desaparecido. La impronta me había dado una fuerza de voluntad que no había sentido antes. Era como si todo lo demás se desvaneciera y solo quedara ella, mi centro, mi prioridad.

A medida que me acercaba, escuché voces dentro de la casa. Mi corazón se detuvo cuando escuché las palabras del doctor Cullen.

—Está anémica, con una desnutrición casi severa. No ha estado descansando lo necesario —dijo su voz tranquila pero preocupada.

El mundo se cerró alrededor de mí por un instante. Mi corazón se rompió al pensar en el estado frágil de Naribetzha. ¿Cómo era posible que alguien tan delicada y pequeña hubiera pasado por tanto sin que yo lo supiera? Me sentí impotente, como si le hubiera fallado. La impronta era más que una conexión mágica; era una responsabilidad. Ella era mi prioridad, y saber que estaba tan mal físicamente me llenaba de dolor.

Sentí una presión en el pecho, como si un peso enorme me aplastara. Quería entrar, estar a su lado, protegerla de todo lo que la había llevado a ese punto. Pero no podía hacer nada más que esperar. Esperar a que despierte, a que me mire, a que me dé una señal de que estaría bien.

Naribetzha. Finalmente podía darle un nombre. Ella, la chica desconocida que había entrado en mi vida de manera caótica y misteriosa, ahora tenía una identidad en mi mente, una presencia aún más fuerte. No era solo una hurón asustada, era alguien con un pasado que desconocía, con problemas que no podía resolver de inmediato.

El doctor Cullen mencionó que con cuidado y descanso, se recuperaría, pero no podía dejar de sentirme desprotegido. Quería ser la respuesta a sus problemas, su protector, su salvador, pero estaba atrapado en esta espera angustiante. La incertidumbre me carcomía, pero sabía que debía ser fuerte, por ella, por nosotros.

[...]

Las horas pasaron lentas, desesperantes. Me había acomodado en la casa de los Cullen en la mañana, esperando su despertar, pero cada minuto se sentía como una eternidad. El peso de la preocupación por Naribetzha no me dejaba respirar bien. Sabía que estaba en buenas manos, que el doctor Cullen cuidaba de ella, pero mi corazón no encontraba paz.

El día se desvaneció en sombras, y finalmente, a las once de la noche, escuché su corazón acelerarse. El sonido me puso en alerta, despertándome de la somnolencia. Sabía que estaba despierta. Me acerqué, aún manteniéndome fuera de la habitación, sin querer invadir su espacio de inmediato.

Lo que escuché fue inesperado. Su voz, que había imaginado cálida y suave, era todo lo contrario: fría, reservada, llena de tensión. Conversaba con Alistair, ese vampiro de ojos rojos que parecía tan cercano a ella, pero había algo roto en su tono.

—No me toques —le ordenó, su voz cargada de molestia y temor. Había una firmeza que me sorprendió, como si esa relación, por cercana que fuera, ya no tuviera cabida.

—No puedo seguir permitiendo que te acerques de esa manera —continuó, su tono gélido como una barrera impenetrable—. Ya no eres parte de mi vida en ese sentido. Me he imprimado en un lobo. Ya encontré a mi pareja.

Esas palabras... Eran un bálsamo para mi alma. La esperanza que había estado tambaleante finalmente se afirmó dentro de mí. Ella me reconocía, aunque aún no nos hubiéramos cruzado palabra alguna desde nuestra impronta. Supe en ese instante que había un camino para nosotros, que no estaba destinada a quedarse al lado de ese vampiro.

Alistair salió de la habitación, furioso, con su rostro marcado por una mezcla de ira y decepción. Sus ojos rojos ardían con una furia silenciosa mientras me lanzaba una mirada asesina. No había duda de que la situación lo atormentaba. Pero no me importaba. No ahora que sabía que Naribetzha me había elegido a mí, aunque fuera de manera instintiva.

Mi pecho se infló de determinación. Iba a protegerla, a cuidarla como se merecía, y nadie —ni siquiera ese vampiro furioso— me iba a detener.

Cuando toqué la puerta, mi corazón latía con una mezcla de nervios y expectativa. Era la primera vez que me acercaba a ella desde el desmayo, y la ansiedad me tenía al borde. La puerta se abrió lentamente, y allí estaba ella: más joven de lo que había imaginado, tal vez unos 21 años. La brecha de edad no era significativa, pero la forma en que me miraba lo era. No había calidez, ni siquiera una pizca de la cercanía que esperaba sentir. Su reacción fue todo lo contrario. Retrocedió, como si mi presencia fuera una amenaza, y me pidió que me sentara a un metro de distancia. Era formal, distante. Eso me sorprendió.

—Alistair es mi confidente, mi amigo —dijo, con esa misma reserva—. Aunque no haya tomado bien la noticia, deseo que respetes mis amistades.

Su tono era firme, y por dentro, algo en mí se agitaba. El simple hecho de que lo mencionara, después de todo lo que había escuchado, despertó en mí un instinto posesivo que no podía controlar. Un gruñido bajo salió de mi garganta antes de que pudiera detenerlo.

Ella pareció anticiparlo. —Sabía que no te gustaría —dijo, con una calma inquietante—. Pero es lo que hay.

Entonces, vaciló. Sus dedos se retorcían de manera nerviosa, y su mirada parecía evitar la mía. Había algo más, algo que la atormentaba.

—Aunque... yo —titubeó, sus palabras cargadas de una lucha interna—. Aunque casi te haya reclamado en cuanto nos conocimos, y haya sido un instinto muy primal de mi forma "huróntropa", quiero aclarar que... no puedo permitirme estar a tu lado. No puedo exponerte a un peligro que no mereces, ni nadie merece lidiarlo.

Esas palabras me destrozaron. Mi mundo, que ya había comenzado a tambalearse, se rompió aún más. Me dolía verla así, tan determinada a no involucrarme, a mantenerme alejado de lo que sea que estaba cargando. Pero también veía el dolor en sus ojos, esos tortuosos ojos ambarinos que reflejaban una tormenta interna que no podía ignorar. Sabía que me estaba protegiendo, pero eso solo hacía que mi instinto de estar a su lado se hiciera más fuerte.

No iba a rendirme, no ahora. No cuando más me necesitaba, aunque ella no lo supiera.

Imprimación PeculiarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora