Los días habían sido largos, tensos y agotadores desde que rescatamos a Naribetzha y su familia. Frankie, su padre, aún estaba sumido en su propio infierno mental, con la mirada perdida en la distancia. El sufrimiento al que habían sido sometidos lo había dejado en un estado de letargo, mientras abrazaba a su esposa, Reira, como si fuera el único ancla que lo mantenía conectado a la realidad. Ella, con su largo cabello castaño y esos ojos ambarinos que Naribetzha había heredado, lloraba en silencio. Miraba a sus hijos, quienes, exhaustos por el dolor físico y emocional, dormían juntos, acurrucados en un rincón bajo el techo de la casa Cullen, pero sin aventurarse a entrar.
Mela, Melody, y Meia, las tres hermanas, parecían las más afectadas. Habían sido torturadas más allá de lo imaginable. Se notaba en la forma en que se movían, cautelosas, a la defensiva, como si el más mínimo ruido pudiera traer de vuelta el tormento. Mela, la más joven, con solo 21 años, había perdido la chispa en sus ojos oscuros. Melody, de 23, apenas podía mantener la compostura cuando alguien se acercaba demasiado. Y Meia, la mayor, de 26, llevaba las cicatrices visibles de su sufrimiento en su cuerpo, y las invisibles en su alma. El hermano mayor, Cody, era una figura fría y distante. Su mirada bicolor, negro y ambarino, reflejaba una mezcla de emociones que rara vez compartía. Era reservado, tratando de proteger a su familia como podía, pero el peso de lo vivido lo había endurecido, aislándolo emocionalmente.
El pequeño hurón, el hermano menor de tan solo once años, nunca se alejaba de Naribetzha. Era como si su presencia fuera lo único que le daba seguridad. Y ella, mi impronta, estaba siempre con él. Se quedaba dormida junto a su familia en su forma de hurón albino, manteniendo su pelaje sucio y enredado, un reflejo del caos interno que vivía.
Aunque habían pasado cinco días desde su rescate, el miedo y la desconfianza seguían profundamente arraigados. No confiaban en los Cullen, lo cual era comprensible. Su historia con los vampiros, y especialmente con los Vulturi, estaba teñida de dolor y traición. Los Cullen lo sabían y no les culpaban por su reticencia a entrar en la casa. Se les ofrecía todo el apoyo que necesitaban desde la distancia, respetando sus límites.
Yo, por mi parte, permanecía cerca de Naribetzha sin interferir demasiado. Aún no había llegado el momento de explicarle a su familia lo que yo significaba para ella. Era su decisión cuándo y cómo hacerlo, y ambos sabíamos que no era el momento adecuado. Sus padres, frágiles y debilitados, necesitaban tiempo para sanar, aunque fuera solo un poco, antes de enfrentarse a la realidad de nuestra conexión. Sabía que sería un golpe duro para ellos, especialmente para Frankie, quien apenas había recuperado el control de su propia mente.
Cada vez que los veía juntos, me quedaba a la distancia, observando cómo Naribetzha protegía a su familia, asumiendo el rol de hermana mayor sin importar el dolor que ella misma llevaba por dentro. Sabía que, cuando llegara el momento, me presentaría como lo que soy: su protector, su compañero. Pero hasta entonces, mi deber era quedarme cerca, sin forzar nada.
Esa noche, mientras la luna iluminaba suavemente el cielo y la nieve crujía bajo mis patas al moverme, observé a la familia una vez más desde la distancia. Edward se me acercó en silencio, sin interrumpir mis pensamientos.
—Será difícil para ellos aceptarlo —dijo suavemente, leyendo mis preocupaciones sin necesidad de decir una palabra—. Pero lo harán. Con el tiempo.
Asentí, aunque el nudo en mi pecho no se deshacía. Sabía que tenía razón, pero eso no hacía que el proceso fuera más fácil. Todo lo que quería era que Naribetzha y su familia encontraran paz, algo que parecía estar tan lejos de su alcance.
—Tienen suerte de tenerte a ti —añadió Edward, y por primera vez en días, sentí un pequeño rayo de esperanza.
Sabía que mi presencia era importante, pero también era consciente de que el camino hacia la sanación para ellos sería largo y lleno de dificultades. Todo lo que podía hacer era seguir protegiéndolos, tal como había jurado proteger a mi impronta desde el momento en que la conocí.
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Imprimación Peculiar
FanficLibro #2 de Amore A los 24 años, Seth Clearwater, recién graduado en Veterinaria, siente que su vida transcurre en la rutina de la reserva Quileute, lejos de las aventuras de su juventud. Sin embargo, todo cambia una tarde cuando un hurón blanco de...