Era una noche de verano, cálida y serena, iluminada por una luna llena que bañaba el bosque en una luz plateada. El aire estaba impregnado del aroma de pinos y la suave brisa que acariciaba las copas de los árboles. Dentro de nuestra pequeña casa, ese mismo aroma flotaba en el aire, entrelazándose con el dulce y almizclado perfume de Naribetzha.
Estábamos juntos en nuestra habitación, más cerca que nunca antes. El silencio entre nosotros no era incómodo, era cómodo, lleno de promesas sin pronunciar. Mis manos recorrían suavemente su piel mientras ella se acurrucaba más cerca de mí, sus dedos trazando delicados patrones en mi espalda. Los besos que intercambiábamos esa noche eran distintos a los de cualquier otra vez. Había un hambre suave, una urgencia que no habíamos sentido antes, y lo supe entonces: esta sería la noche en la que finalmente nos perteneceríamos en cuerpo y alma.
Naribetzha me miró con esos ojos llenos de amor, una ternura que me derretía por dentro. No necesitábamos palabras, ambos sabíamos lo que iba a suceder. Me acerqué lentamente, colocando mis labios sobre los suyos en un beso que fue a la vez dulce y feroz. Mis manos, aunque inexpertas, recorrieron su piel con cuidado, mientras ella respondía con una suavidad que solo aumentaba el fuego dentro de mí. Mi corazón latía fuerte, pero no había miedo, solo emoción, solo deseo puro de entregarme a ella.
—Te amo —susurré, mi voz ronca por la intensidad de lo que estaba sintiendo.
—Y yo a ti —respondió ella, su voz suave y cálida.
Nuestros cuerpos se fundieron en una danza lenta y apasionada. Pude sentir el calor de su piel, el ritmo de su respiración mientras nos movíamos juntos en perfecta sincronía. Era nuestra primera vez, y aunque estaba nervioso, sabía que Naribetzha también lo estaba. Pero esos nervios se desvanecieron al mirarla, al sentir su amor envolviéndome. No había más que ella en ese momento, y me perdí en la forma en que su cuerpo respondía al mío.
La sensación de su piel contra la mía, el calor que irradiaba entre nosotros, todo se sentía como un sueño, algo etéreo y perfecto. Sus manos en mi espalda, sus suspiros suaves en mi oído, cada gesto, cada movimiento era una declaración de amor puro y absoluto. Aunque inexperto, me entregué completamente, guiado por el instinto y por el profundo amor que sentía por ella. Era un acto de entrega total, uno en el que sentía que no solo estábamos uniendo nuestros cuerpos, sino también nuestras almas.
La pasión aumentaba con cada segundo que pasaba, hasta que, en el punto culminante, ambos supimos lo que teníamos que hacer. Instintivamente, nos inclinamos al mismo tiempo, y en un gesto lleno de amor y deseo, mordimos suavemente el cuello del otro, justo en el lado izquierdo, cerca del corazón.
El mundo pareció detenerse en ese momento. La marca de su mordida sobre mi piel me hizo sentir una conexión profunda, algo más allá de lo físico. Era como si nuestros espíritus se estuvieran enlazando en ese preciso instante. Al mismo tiempo, un cosquilleo cálido se apoderó de mi oreja izquierda, y pude sentir que algo había cambiado. La perla azul con matices liláceos, tal como Naribetzha me había contado, apareció en mi oreja, y supe que también estaba presente en la de ella.
Nuestros cuerpos temblaron, y el clímax llegó, no solo como un acto físico, sino como una explosión de energía que envolvió nuestros corazones y almas. Nos abrazamos con fuerza, como si quisiéramos asegurarnos de que nada ni nadie pudiera romper el vínculo que habíamos creado esa noche.
Cuando finalmente nuestros cuerpos se relajaron, nos quedamos allí, abrazados, nuestros corazones latiendo al mismo ritmo. Pude sentir su aroma, el almizcle y las cerezas que siempre la habían caracterizado, pero algo había cambiado. Su aroma se había mezclado con el mío, bosque de pinos y cerezas, creando una fragancia única, una que simbolizaba que ahora éramos uno.
—Eres mía —murmuró Naribetzha, con una sonrisa dulce en los labios.
—Y tú eres mía —respondí, sabiendo que esas palabras no eran solo una declaración de posesión, sino de amor y devoción.
La luna llena brillaba sobre nosotros, testigo silenciosa de nuestro enlace, mientras nuestras almas se fusionaban completamente. Y en ese momento, supe que, pase lo que pase, siempre estaríamos unidos, nuestros corazones, nuestros espíritus, y nuestros aromas, enlazados por la eternidad.
[...]
Al día siguiente, desperté con Naribetzha acurrucada a mi lado, su piel suave contra la mía, y una sensación de plenitud que nunca había experimentado antes. Todo en ella me hacía sentir completo, y esa conexión profunda entre nuestras almas, que habíamos sellado la noche anterior, seguía siendo poderosa. No podía separarme de ella, ni quería hacerlo. Era como si algo primal, algo más allá de nuestra voluntad, nos empujara a estar siempre cerca, como dos imanes inseparables.
Pasamos los siguientes tres días envueltos en esa burbuja de intimidad, donde el mundo exterior dejó de existir. La pasión entre nosotros no se apagaba; al contrario, se intensificaba. Nos entregábamos el uno al otro una y otra vez, saciando nuestras almas conectadas de una forma que solo aquellos que han encontrado su verdadero amor pueden entender. Cada caricia, cada beso, cada susurro al oído nos unía más, como si cada momento juntos fuera una nueva promesa de amor eterno.
Amaba a Naribetzha con todo lo que era. No solo por su fuerza, su valentía y su lealtad, sino también por su naturaleza salvaje y sensual que en la intimidad me hacía perder la cabeza. En público, ella era reservada, controlada, pero cuando estábamos solos, esa fiera dentro de ella salía a la luz, con una dulzura que nunca imaginé. La forma en que me miraba, el calor de sus besos, la pasión en cada uno de nuestros encuentros me hacía sentir el hombre más afortunado del mundo. Yo sabía que éramos jóvenes, pero en esos momentos, la vida parecía perfecta, como si no necesitáramos más que el uno al otro.
A medida que los días pasaban, la realidad volvía lentamente a nuestra mente, pero sin ninguna prisa. Seguíamos disfrutando de nuestra libertad, de nuestra juventud, de ese amor que ahora nos envolvía en cada respiro, en cada mirada. Podía sentir que nuestra conexión iba más allá de lo físico; nuestras almas estaban entrelazadas de una manera que no tenía marcha atrás, y eso me daba una profunda paz.
Cada vez que veía la pequeña perla azul-lilácea en su oreja izquierda, sentía orgullo. Sabía que esa marca era el símbolo de nuestro amor, de esa magia pura que compartíamos. Y aunque no necesitaba nada más, algo dentro de mí comenzó a soñar con el futuro. Soñaba con las aventuras que tendríamos juntos, con los desafíos que enfrentaríamos y, sobre todo, con la familia que formaríamos algún día. Imaginaba a nuestros hijos corriendo por el bosque, con los ojos llenos de curiosidad y una risa que llenaría nuestros días de alegría.
Naribetzha y yo no solo habíamos compartido nuestras almas, sino que habíamos forjado un vínculo inquebrantable. Y mientras nos recostábamos bajo la luna llena, con las estrellas brillando sobre nosotros y el suave sonido de los pinos susurrando en el viento, sabía que el futuro estaba lleno de promesas.
—¿Qué piensas? —me preguntó Naribetzha, su voz suave mientras acariciaba mi brazo, su rostro apoyado en mi pecho.
Sonreí, pasando mis dedos por su cabello. —Estoy pensando en lo afortunado que soy —admití con sinceridad—. Tengo todo lo que siempre soñé, y más.
Naribetzha levantó la mirada, sus ojos brillando con ternura. —¿Más? —preguntó con una pequeña sonrisa juguetona.
—Sí —dije, inclinándome para besarla suavemente en los labios—. Porque no solo te tengo a ti. Tengo a mi compañera, mi amor, y sé que juntos crearemos una vida increíble. Ya no necesito nada más. Solo tú, Naribetzha.
Ella sonrió, esa sonrisa tímida que siempre me derretía, y susurró: —Y yo te tengo a ti, Seth. Para siempre.
Nos quedamos así, abrazados, con nuestros corazones latiendo en sintonía, sabiendo que este amor, este vínculo que habíamos creado, nos acompañaría en cada paso que diéramos. La vida nos tenía preparadas muchas más aventuras, de eso estaba seguro, pero lo más importante es que enfrentaríamos todo juntos.
Había encontrado a mi compañera, y ahora, el resto de mi vida sería una serie de bendiciones y desafíos que compartiría con Naribetzha. Nuestro amor, nuestro lazo, era eterno, y con ella a mi lado, sabía que todo sería posible.
FIN
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Imprimación Peculiar
FanfictionLibro #2 de Amore A los 24 años, Seth Clearwater, recién graduado en Veterinaria, siente que su vida transcurre en la rutina de la reserva Quileute, lejos de las aventuras de su juventud. Sin embargo, todo cambia una tarde cuando un hurón blanco de...