9 [El Rollo 2]

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Faltaban apenas diez días para mi cumpleaños, y la sensación de que el tiempo vuela se hacía más evidente. Casi cumpliría 15 años, una edad que se suponía llena de promesas y nuevas experiencias.

Ese día, me encontraba en casa, recostada en mi cama, cuando decidí entrar a la galería para organizar un poco. Para mi desdicha, me topé con una caja de fotos viejas. Al verlas, una mezcla de nostalgia y crítica personal me invadió: en aquellas imágenes, me veía tan delgada. Ahora, sin embargo, me miraba al espejo y el reflejo mostraba un rollo que me incomodaba. Maldito rollo. Si quería verme bien para mi cumpleaños, tendría que hacer algo drástico, así que decidí empezar una dieta estricta desde ese mismo instante.

Eran alrededor de las 11 de la noche. Después de ir al baño, cepillarme los dientes y apagar las luces, me sumí en un sueño intranquilo, pensando en los cambios que había decidido hacer.

Al día siguiente, me desperté a las 5 de la mañana. El ritual matutino fue el mismo de siempre: fui al baño, me duché, cumplí con mis necesidades y, después de cepillarme los dientes, me coloqué el uniforme escolar. Hoy había decidido no desayunar; creía que eso arruinaría mi dieta. Además, con la clase práctica que tenía, sabía que podría soportar la mañana sin alimento.

Caminé hacia la escuela con una determinación renovada. Al llegar, dejé mi mochila en el espaldar de mi asiento, como siempre, y me dirigí a dar una vuelta por el patio, buscando distraerme.

Pasaron cinco días desde que comencé mi dieta, y aunque el hambre me atormentaba, porque hace exactamente cinco días que no comía. Los resultados empezaban a ser visibles. Mi abdomen se veía notablemente más delgado, y, a pesar de la debilidad, una parte de mí se sentía satisfecha con el sacrificio.

Estábamos inmersas en nuestras clases prácticas, preparándonos para la esperada competencia contra otro colegio. Las porristas, unidas en nuestro esfuerzo, ensayábamos cada paso con entusiasmo y precisión. Sabíamos que estábamos listas, pero necesitábamos pulir algunos detalles.

Mientras ajustaba la liga que me había puesto en la parte trasera de la falda para evitar que se cayera, sentí una oleada de energía que, en ese momento, se tornó en una extraña debilidad. Mis compañeras, animadas y motivadas, elogiaban mi abdomen y mi cintura pequeña, algo que me hacía sentir bien.

— Chicas, las felicito por cómo estamos llevando este entrenamien... — comenzó a decir Micaela, pero de repente, la visión se me nubló y el mundo a mi alrededor se desvaneció. Me desmayé, interrumpiendo sus palabras.

— ¿Julia? — escuché la voz de Micaela, llena de preocupación, mientras caía al suelo.

Los chicos que entrenaban en la cancha se dieron cuenta de lo que sucedía y se acercaron rápidamente. Victoria fue la primera en llegar; con una fuerza sorprendente, me levantó del suelo y, con la ayuda de mis compañeras, me llevó hasta la salida de la escuela. La espera por la ambulancia se sintió interminable, rodeada de miradas ansiosas, mientras intentaba recuperar la conciencia y entender lo que había sucedido.

— Según nuestros estudios, la niña no se alimenta hace cinco o seis días, más o menos. — Apenas comenzaba a abrir los ojos cuando escuché la voz de la enfermera hablando con mi padre.

— Hace todas esas cosas para llamar la atención, doctora. — confesó él, su tono cargado de desdén.

— No sé si esa sea la respuesta, pero espero que puedan conversarlo. — La doctora entró en mi habitación. — Puede verla. — Se retiró con la misma formalidad con la que había llegado.

— ¿Ves lo que haces, cabrona? — me gritó mi padre, su frustración palpable. — Si te querías morir, tenías que haber esperado a que te mate un tren. Claramente no te ibas a morir por no comer cinco días, tonta. — Con un movimiento de ojos exasperado, salió de la habitación.

"Confusión De Amigas"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora