7 [El Rollo]

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Che, antes de empezar. No sean lectores fantasmas y comenten, denle a favoritos, por favor, ahre. Gracias 😊.


— Lo siento. — me disculpé, bajando la mirada hacia el examen. Las palabras se me atascaron en la garganta, secas y sin peso, como la culpa que me carcomía por dentro.

— Un "Lo siento". — me imitó mi padre, su voz aguda como un cuchillo que rasgaba el silencio de la habitación. — No resuelve tus malas notas. — añadió, su mirada gélida me perforaba, como si quisiera leer mis pensamientos, mis miedos, mis deseos.

— Prometo estar más aplicada. — respondí, alzando la mirada, buscando un atisbo de comprensión en sus ojos, una señal de que aún me quería, de que aún me consideraba su hija.

— No me interesa. Subes tus notas o te echo de la casa. — espetó, arrojando el examen contra mi rostro. El papel se pegó a mi mejilla, como una marca de mi fracaso, un sello de mi desaprobación. Se dirigió a su habitación, dejándome sola en el silencio de la casa, con el sabor amargo de la decepción en la boca y el peso de sus palabras en el corazón.

Maldita Victoria. Todo era su culpa. Desde que había llegado a mi vida, mi concentración se había esfumado. Mis pensamientos, como mariposas desorientadas, revoloteaban alrededor de ella, impidiéndome concentrarme en mis estudios.

Fui a la cocina, buscando un consuelo en la rutina de un cereal con leche. La leche fría, la avena crujiente, un intento de llenar el vacío que se había instalado en mi interior.  Me dirigí al living, buscando un escape en la pantalla de la televisión. La película, una comedia romántica, se me antojó insípida, un reflejo de mi propia vida, llena de frustraciones y sueños rotos.

Encendí mi celular, buscando una distracción en el torbellino de imágenes que inundaban mis redes sociales. Una historia de Instagram me golpeó como un puñetazo en el estómago. Victoria, con Ludmila, en un abrazo, acostadas en una cama, viendo una película.  "¿Habrán tenido sexo?", me pregunté, la furia me invadió, un veneno que se extendía por mis venas, alimentando la duda, la inseguridad, el miedo.  Bloqueé mi celular, la pantalla se oscureció como mi alma, sumida en un mar de confusión y dolor.

La puerta de entrada se abrió, dejando entrar a mi madre, con bolsas de compra y la llave de la casa en su mano.

— Hola, cariño. — me saludó, mientras cerraba la puerta, su voz suave y cálida, un bálsamo en medio de la tormenta que se gestaba en mi interior.

— ¿Qué compraste, mami? — pregunté, sin dejar de mirar el punto fijo de la pared, el lugar donde se había proyectado la imagen de Victoria y Ludmila, un fantasma que me perseguía.

— Comida para el mes. — respondió, llevando las bolsas hacia la alacena, su movimiento ágil y familiar, un recordatorio de la estabilidad que yo anhelaba, la seguridad que me faltaba.

— Mami. — la llamé, mi voz era un susurro, un intento de romper el silencio que se había instalado entre nosotras, un silencio que reflejaba la distancia que nos separaba. — ¿Tú qué crees de las personas homosexuales?

— Pues... — se quedó pensativa, como si estuviera buscando las palabras correctas. — Es su vida y pueden hacer lo que quieran, ¿no? — dijo finalmente, su tono suave, comprensivo, un bálsamo para mi alma. Asentí, una sonrisa se dibujó en mis labios. Volví a sentarme en el sofá.

El sol de la mañana se filtraba por las ventanas del colegio, iluminando el polvo que danzaba en el aire. Era un nuevo día, y yo, por primera vez en semanas, había llegado puntual. Me acomodé en mi asiento habitual, dejando caer mi mochila sobre el respaldo. El silencio del aula era solo interrumpido por el suave zumbido de mi celular, mientras me perdía en videos de TikTok.

De pronto, unos pasos familiares resonaron en el pasillo. Era Victoria. Dejó sus cosas en su pupitre y, sin siquiera mirarme, salió del aula. Fruncí el ceño, confundida por su indiferencia. ¿Había hecho algo mal? Decidí ir al mini negocio del colegio para despejar mi mente y comprar un chocolate.

Al llegar, la encontré enfrascada en una conversación animada con un grupo de chicos mayores. Victoria era una chica sociable, y a pesar de ser nueva, se había ganado la simpatía de todos. Intenté pasar por su lado, esperando al menos un saludo, pero ella ni siquiera me dirigió la mirada. Me sentí ignorada, y un nudo de frustración se formó en mi estómago.

Justo cuando me disponía a volver al aula, me encontré con Sabrina y Constanza. Sus miradas se posaron en mí, y un silencio incómodo se apoderó del ambiente.

— Hola, Juli. — saludó Sabrina, con un tono tímido que contrastaba con su habitual alegría.

— ¿Qué necesitan? — pregunté, con una mezcla de curiosidad y desconfianza.

— Queríamos disculparnos contigo. — respondió Constanza, sin atreverse a mirarme a los ojos.

— ¿Y eso? — no entendía por qué, de repente, querían ser mis amigas.

— Simplemente nos dimos cuenta de nuestros errores, y cambiamos. Lo sentimos tanto, Juli. — se disculpó Sabrina, colocando su brazo sobre mi hombro.

Una sonrisa tímida se dibujó en mi rostro, y las abracé con fuerza. Era difícil olvidar lo que habían hecho, pero una parte de mí anhelaba volver a ser amigas.

"Confusión De Amigas"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora