Cuando Carlota atravesó la puerta de cristal de su portal, Adrián trató de aparentar normalidad. Estaba nervioso por verla de nuevo. Quería respuestas. Estaba seguro de que Carlota escondía algo y de que, la última vez que se vieron, había hecho algo con él.
Había notado su presencia en su pecho, como si ella estuviese dentro. No podía evitar preguntarse si ese era el motivo por el que no paraba de tener visiones sobre Carlota. Aunque a veces ya no sabía si eran visiones o sueños. Los otros caminos que veía eran tan horribles que, si eran de cosecha propia y no una premonición, le daba miedo lo que había en su propia mente: veía un Madrid encapsulado bajo una cúpula que se resquebrajaba con los golpes de unos demonios horribles que se veían al otro lado.
—Hola, Carlota.
Ella le miró fijamente y desvió la mirada. ¿En qué estaría pensando?
—Chico surfista.
A él no se le escapó el esmero que ella había puesto en su aspecto: vestido azul corto, taconazos, colgante de destellos plateados y maquillaje discreto.
—Estás muy guapa. ¿Me quieres impresionar? —preguntó él, con una sonrisa pícara.
Carlota se paró en seco y levantó las manos.
—Adrián, no te flipes —Carlota giró los ojos, pero el sonrojo en sus mejillas la traicionaba—. Y no me hagas arrepentirme de esto tan pronto —hizo una pausa—. Lo digo en serio, no estoy bromeando.
—Por favor, si yo me he puesto camisa y todo. ¿No lo ves?
—¿Qué quieres que te diga? No te miro tanto como tus fans del bus.
—Mi fan. Singular. Solo es una.
—Solo es una la que yo conozco, ¿no?
—En fin, no tenéis ninguna oportunidad conmigo. Ni la del bus, ni tú —dijo con tono fanfarrón.
—Ah, ¿no? ¿Ninguna de las dos? —le preguntó ella con toda la seguridad del mundo.
Adrián titubeó antes de responder.
—Mi camisa es para impresionar a quien venda las entradas del cine en La Vaguada.
Carlota puso los ojos en blanco.
—Anda, tira.
Comenzaron a andar hacia el metro de Plaza de Castilla. Pero, entonces, Carlota se dio cuenta de una cosa:
—¿Cómo sabes que había pensado en ir a La Vaguada? No recuerdo habértelo dicho en el mensaje.
Adrián se congeló por dentro. Sintió frío y después un calor horrible. Se dio cuenta de que su rostro había enrojecido y trató, como pudo, de contestar sin que le temblase la voz:
—¿A dónde sino? Es el que más cerca está de esta zona, ¿sabes? Ya te dije que soy un adivino —y tanto, pensó para sí. Si lo sabía era porque lo había visto en una visión.
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Signos - Saga del Zodiaco I
FantasíaEn un Madrid lleno de misterio, el dolor de una ruptura amorosa despierta en Carlota un don extraordinario: la empatía. Cuando conoce a Adrián, un joven enigmático con el poder de ver el futuro, su vida da un giro inesperado. Juntos, se embarcan en...