Kaya era una chica de diecisiete años un tanto peculiar. La mayor parte de la gente que la conocía pensaba que era una de las personas más extrañas que se había cruzado en su vida. Su impredecible y extravagante carácter, junto con una manera de vestir a medio camino entre el punk y el glamour, hacían que fuese la persona más diferente en aquel colegio de monjas del norte de Madrid.
Como ocurría en la mayor parte de las ocasiones, las diferencias no dejaban a nadie indiferente, valga la redundancia. Eso hacía que Kaya se hubiese convertido en una especie de leyenda: el misterio del barrio y del colegio.
Con un pelo negro como el carbón, unos ojos azules como fragmentos de cielo, una piel blanca de origen alemán que recordaba a la porcelana y unas mejillas pobladas por un surtido de pecas que le daban cierto aire salvaje; pocas eran las personas del barrio que se la cruzaban sin saber que ella era Kaya Oppenhaim. Porque Kaya Oppenhaim era de esas personas cuyos nombres nunca, o casi nunca, se dicen solos. Que van acompañados del apellido. Porque el nombre parece poco, a pesar de que ya en sí era original. Pero, por si acaso, se añadía el apellido. No fuese a ser que alguien la confundiese cuando se hablaba de ella. O cuando se la criticaba, que no eran pocas las veces.
Con una banda de enemigos de boquilla, Kaya era criticada por cada cosa que hacía y que la gente no comprendía. Como todas las leyendas, tenía también sus defensores, que se repartían entre ese conjunto dispar de amigas con las que compartía los recreos y las tardes y noches de los viernes, y entre esa legión de gente con la que nunca había hablado, pero que la admiraban por sus actos.
Y es que las hazañas de Kaya corrían de boca en boca y la gente se sabía su vida en verso. Todo el mundo sabía que Kaya había rechazado al chico más guapo del colegio. Un tipo rubito de ojos verdes que coleccionaba conquistas de un día e insultos a los compañeros menos agraciados. Kaya jamás podría estar con alguien que abusaba de la gente más débil y eso mismo fue lo que le dijo, sin pensárselo ni medio segundo. Aquel día su fila de detractores aumentó a la par que la de sus admiradores.
Tampoco se olvidaba nadie del día en el que, en las fiestas del colegio, la música pop había sido sustituida misteriosamente por una canción emo de gritos intensos. Kaya nunca había admitido haberlo hecho ella, pero todos los rumores pronto llevaron su nombre.
Pero a pesar de esa imagen que la gente estaba tan acostumbrada a percibir de Kaya, pocas personas, por no decir nadie, la conocían de verdad. Kaya era una persona solitaria: no necesitaba a nadie al lado para ser feliz. Era independiente y activa. Le apasionaban sus ratos a solas juntando palabras para lograr aquello que era su sueño: ser escritora.
Desde que tenía memoria, Kaya había crecido entre libros. Había cruzado océanos en busca de Moby Dick, había combatido en batallas con los tres mosqueteros y había conocido la Mancha de la mano del Quijote. Y desde que tenía uso de razón también, ella quería emocionar a alguien con un libro, al igual que sus escritores preferidos la habían emocionado a ella durante toda su vida.
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Signos - Saga del Zodiaco I
FantasyEn un Madrid lleno de misterio, el dolor de una ruptura amorosa despierta en Carlota un don extraordinario: la empatía. Cuando conoce a Adrián, un joven enigmático con el poder de ver el futuro, su vida da un giro inesperado. Juntos, se embarcan en...