Kaya estaba concentrada en su cuarto, tecleando con fervor. Su historia no iba mal; era un poco autobiográfica, especialmente en la parte en la que narraba cómo una chica se mudaba a la vibrante ciudad de Madrid. Como madrileña de adopción, sabía muy bien lo que significaba enfrentarse a las transitadas calles de la capital.
Recordó cuando, a los seis años, su familia dejó Gotinga, el pequeño pueblo alemán donde había crecido, para mudarse a Madrid debido al trabajo de su padre. A pesar de su corta edad, la impresión que le causó el cambio se quedó grabada en su memoria. Había cambiado la tranquilidad de las casitas familiares por los altos edificios de la gran ciudad.
La joven Kaya experimentó un rechazo inmediato hacia Madrid, sintiéndose fuera de lugar. Odiaba las voces estridentes que llenaban el aire y el cielo gris, cubierto de contaminación. Cada rayo de sol era un recordatorio de su incomodidad, haciéndola sentir como si se derritiera en una lenta tortura. Lloró durante semanas, suplicando volver a su hogar, donde conocía a todos y el aire fresco siempre la abrazaba. Incluso propuso ir a vivir con sus tíos, pero nadie le prestó atención.
Con el tiempo, Kaya fue creciendo y, sorprendentemente, la vida madrileña dejó de parecerle extraña. Aprendió a disfrutar del verano, dejando que el sol dorara su piel en la piscina del chalet, luciendo un bronceado que en su ciudad natal jamás habría conseguido.
Se adaptó al tono elevado de las conversaciones, dominando una lengua que antes le era ajena, y perdió el acento que a veces aún dejaban escapar sus hermanas. Como un camaleón, se transformó, vistiéndose con shorts y camisetas de tirantes en verano, y abrigos de moda en invierno que marcaban las tendencias de un tal Amancio Ortega, quien parecía tener la mitad de las tiendas de la ciudad. Asistió a un colegio de monjas donde aprendió no solo a saltarse clases, sino también a apreciar el encanto de sus pretendientes españoles.
Se dejó llevar por las luces brillantes de una ciudad interminable. Visitó su centro histórico, exploró sus torres y descubrió los millones de centros comerciales que la rodeaban. Sus amigas le revelaron los secretos de Madrid, y, como si fuera una nativa, observó los edificios desde el tejado del Círculo de Bellas Artes. Compró libros de segunda mano en la cuesta de Moyano, disfrutó de atardeceres en el Templo de Debod y paseó por la Plaza de Oriente.
Se sumergió en las luces nocturnas de Madrid, huyó de la policía en medio de un botellón y bailó al ritmo de reguetón, ese género que tanto aborrecía, pero que llenaba las discotecas. Se empapó de cultura en El Prado, se sintió pija y elegante en Serrano y se americanizó en el Hard Rock Café.
Quizás toda esa vida llena de aprendizajes sobre una cultura que no era la suya, pero que poco a poco se fue infiltrando en su piel pálida, avivó su pasión por escribir y dejar plasmado todo lo que veía. Así, tal vez, había llegado a ese momento, sentada en su escritorio, tecleando con ansias para terminar un nuevo capítulo de la historia que había pensado, soñado y fantaseado miles de veces.
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Signos - Saga del Zodiaco I
FantasiEn un Madrid lleno de misterio, el dolor de una ruptura amorosa despierta en Carlota un don extraordinario: la empatía. Cuando conoce a Adrián, un joven enigmático con el poder de ver el futuro, su vida da un giro inesperado. Juntos, se embarcan en...