Carlota no había respondido nada y él había captado el mensaje: estaba claro que, de momento, no estaba interesada. Intentó aceptarlo con orgullo y dijo:
—¿Quieres que te explique yo mi poder?
Carlota asintió, agradecida por el desvío de la conversación.
—En realidad, no hay mucho más de lo que ya te conté: tengo visiones, pero la mayor parte de las veces no solo veo un camino, sino varios. Sin embargo, pocas veces soy capaz de determinar cuál es la decisión que me lleva a una situación o a otra. En muchas de ellas aparece el hombre calvo, pero casi nunca es el camino que tomo. De hecho, la primera vez que lo vi fue el mismo día que te conocí: a través del cristal del autobús, de camino a la Autónoma. Quizás era una señal de que ese día empezaba nuestro destino.
—Sigo pensando que ese hombre es alguien que quiere ayudarte.
Adrián reflexionó unos segundos. Había estado pensando la respuesta a esa pregunta aquellos tres días.
—Sí, creo que sí. En mis visiones siempre sale guiándome, señalándome el camino.
—¿Has tenido alguna otra visión recurrente?
Adrián intentó reprimir la sonrisa sin éxito. Hizo esfuerzos por ponerse serio, pero no le debió de quedar demasiado convincente.
—He tenido visiones contigo... varias veces, de hecho.
Carlota desvió la mirada y se puso ligeramente colorada. Lo cierto era que Adrián no sabía si eran sueños o visiones, aunque apostaba por lo segundo, él no tenía tanta imaginación. Había visto alguna escena en la que se besaban. Pero, dado el rechazo que acababa de experimentar por su parte, sabía que era mejor no decir nada. Por el momento. Ojalá las decisiones que tomasen fuesen las que les llevasen hasta ese camino. Carlota se atrevió a preguntar:
—¿Qué has visto? Aunque no sé si quiero saberlo.
—No quieres.
—¿No?
Él ladeó la cabeza, dispuesto a hacerle rabiar un rato y a arrancarle unas cuantas sonrisas, pero, de pronto, le invadió un dolor de cabeza repentino. Eso solo podía significar una cosa. Se agarró a los bordes de la silla con fuerza mientras cerraba los ojos.
Carlota le abrazó por los hombros mientras, en la mente de Adrián, se sucedían imágenes de una chica rubia. Cuando acabó la primera parte de la visión, volvió al comienzo y visualizó el segundo posible final.
Al abrir los ojos, se dio cuenta de que estaba temblando en los brazos de Carlota.
—¿Estás bien? —le preguntó ella.
Él asintió.
—¿Te traigo algo? ¿Agua?
—Coge una botella que hay en la nevera, por favor.
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Signos - Saga del Zodiaco I
FantasyEn un Madrid lleno de misterio, el dolor de una ruptura amorosa despierta en Carlota un don extraordinario: la empatía. Cuando conoce a Adrián, un joven enigmático con el poder de ver el futuro, su vida da un giro inesperado. Juntos, se embarcan en...