En un Madrid lleno de misterio, el dolor de una ruptura amorosa despierta en Carlota un don extraordinario: la empatía. Cuando conoce a Adrián, un joven enigmático con el poder de ver el futuro, su vida da un giro inesperado. Juntos, se embarcan en...
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Cuando Adrián acabó de contar su historia, sintió la garganta seca. Hizo un amago de carraspeo, o quizás de algo más. Pero sus palabras se perdieron en el camino, en un fallido intento de romper ese silencio por el que se escurrían los segundos. Un silencio que Carlota, que había escuchado sus explicaciones sin decir ni media palabra, no parecía dispuesta a romper.
Estaba concentrada, evaluándole con esos ojos negros suyos, tan profundos y tan oscuros. Para sorpresa de Adrián, esos ojos mostraban curiosidad, preguntas e, incluso, alivio. Pero no miedo. No parecían albergar ni un ápice de miedo, y eso a pesar de que Adrián se había atrevido incluso a hablarle del hombre calvo.
Un crujido de una rama fue la nota que consiguió hacerles reaccionar. Asustado por si alguien más le había escuchado, Adrián giró la cabeza a un lado y al otro. Solo había sido una desorientada ardilla que se había acercado como solo las ardillas en El Retiro podían hacer, tan acostumbradas a las personas.
—Te creo, Adrián.
Adrián levantó las cejas en señal de sorpresa, aunque en realidad no lo estaba en absoluto.
—Pero, ¿por qué me cuentas todo esto a mí? —preguntó Carlota, mirándole con nuevos ojos—. ¿Por qué, precisamente, a mí?
Adrián entendió su incertidumbre. Y, según hablaba, sabía que se acercaba el momento. El momento que había visto en su última visión. Estaba haciendo lo correcto. Levantó la cabeza e intentó transmitirle con su mirada que le iba a decir la verdad.
—Porque te vi —respondió, conteniendo el aliento—. A ti, precisamente a ti de entre todas las personas. Te vi el día que nos conocimos, te había visto en una visión. Y, desde entonces, no te has ido de ellas.
Carlota enmudeció.
—Te vi y supe que eras como yo; sé que tienes algo que esconder. Vi este momento exacto, justo en la visión que tuve cuando estábamos cenando —añadió Adrián, extendiendo los brazos hacia los lados—. Sé que te puede sonar a que estoy loco, pero yo...
—No estás loco —le interrumpió ella con aprensión en la voz.
—Sabía que ibas a responder eso.
—¿Qué más sabes?
—Nada más, Carlota. Aquí se terminó mi visión.
Ella guardó silencio. Él lo respetó. Hasta que sintió que no podía más.
—¿Y bien? —repitió la misma pregunta que ella le había hecho un rato atrás, cuando no se atrevía a hablar.
Los ojos de Carlota albergaban un mar de dudas. Pareció que pasaba toda una eternidad hasta que volvió a hablar.
—Yo... yo creo que tengo un poder... empatía —soltó ella de golpe.
—¿Empatía? —preguntó Adrián. Había visto películas y series que contaban lo que era la empatía y, de pronto, sintió celos de sus sentimientos. ¿Podría sentir todo lo que él sentía? Sintió vergüenza al pensar en la atracción que aquella chica le provocaba.