En un Madrid lleno de misterio, el dolor de una ruptura amorosa despierta en Carlota un don extraordinario: la empatía. Cuando conoce a Adrián, un joven enigmático con el poder de ver el futuro, su vida da un giro inesperado. Juntos, se embarcan en...
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Una semana después, en la terraza de su casa, Carlota seguía dándole vueltas a Adrián. Estaba sentada en su rincón favorito, un sillón de mimbre decorado con cojines de colores, con un libro en la mano, pero las palabras se deslizaban sin sentido por sus ojos. El sol brillaba suavemente, y el canto de los pájaros acompañaba el murmullo del programa que veía su madre en el salón. Hablaban de la famosa Reina de los Renegados, un mito que traía de cabeza a periodistas y policías. ¿Era real o solo una leyenda urbana absurda? Carlota no podía decidirse.
Su madre, en cambio, se había vuelto adicta a todas las teorías que rodeaban a la figura de la Reina. En el programa rosa cavilaban sobre su identidad desconocida, repasando sus logros y heroísmos, mientras Carlota se distraía con sus pensamientos. ¿Por qué no podía dejar de pensar en Adrián?
Con un suspiro, Carlota cogió su móvil, sintiéndose culpable. ¿Debería llamarlo? No sabía nada de él desde su huida de la cena y un nudo se formó en su estómago. Balanceó el móvil de una mano a la otra mientras dudaba.
—¿A quién vas a llamar, hija? —preguntó su madre desde el salón, rompiendo su ensimismamiento.
Carlota ladeó la cabeza, sin saber si confesarle la verdad. Su madre estaba muy preocupada por ella y no tenía idea de cómo ayudarla. La única mejora que había visto en meses habían sido sus citas con Adrián. Así que, sabía que si le decía que lo iba a llamar, se alegraría.
Antes de que pudiera responder, el móvil empezó a sonar. Al ver el nombre de Adrián, su corazón latió con fuerza, y se encontró cruzando una mirada sorprendida con su madre.
—Ahora vuelvo.
En cuanto estuvo en su habitación, descolgó.
—Adrián —se limitó a decir, intentando mantener la calma.
—Carlota —respondió él, en un tono serio que la hizo fruncir el ceño.
Se dio cuenta de lo mucho que lo había echado de menos. Se maldijo a sí misma: se había prometido no volver a sentir nada de eso. ¿Qué tenía Adrián que rompía todos sus esquemas? Tal vez su aire inocente, su mirada cálida y misteriosa, o los recuerdos de esos momentos que compartieron en el cine y la cena.
—¿Estás bien? —se apresuró a preguntar—. El otro día me quedé muy preocupada. Justo estaba pensando en llamarte y...
—Carlota, necesito confiar en alguien —la interrumpió, su voz sonaba apremiante y cargada de urgencia—. Y algo me dice que ese alguien eres tú. ¿Puedo confiar en ti?
Ella hizo una pausa, sintiéndose vulnerable. ¿Y si Adrián estaba metido en problemas? Pero su instinto la impulsaba a arriesgarse. Harta de esconderse y huir, decidió que era hora de empezar a vivir.
—Puedes confiar en mí.
Oyó un suspiro de alivio al otro lado de la línea.
—Has tardado tanto en contestar que ya creía que te había dado algo —bromeó él, intentando aligerar el ambiente—. Está bien, Carlota, encontrémonos en media hora en El Retiro, en la salida de Ibiza.