Sométeme... utilízame... luego déjame...
Forzado a entrenar a un talentoso pero rebelde joven, Bruce Dangerfield se ve enfrascado en las dos tareas más difíciles de su vida.
Moldear a un joven a su imagen y semejanza tanto en el ring como en la cama...
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BRUCE DANGERFIELD
—¿Qué fue lo que pasó después?
Zack tragó saliva.
—Abrí la puerta y encontré a mi papá sujetando a Coop. Lo tenía contra el suelo —su puño en el mástil de la guitarra se tensó, las cuerdas se doblaron bajo sus dedos—. Estaba estrangulándolo con una mano y la otra estaba buscando algo en su propia cintura, creo que buscaba un cuchillo o su navaja.
Zack negó con la cabeza.
—Él estaba completamente ido, como si estuviera poseído o algo así. Y yo... yo enloquecí, vi a mi hermanito en peligro y sólo actué por instinto, le solté un golpe en la mejilla y lo obligué a retroceder. Papá chocó contra la pared y despertó. Estaba de vuelta, esa mirada perdida se fue y entonces se percató de lo que estaba pasando. De lo que hizo.
—¿Qué pasó después?
—Trató de ver que mi hermano no estuviera herido pero Coop salió corriendo y se encerró en el cuarto. Yo entré con él para calmarlo pero Coop estaba mal, estaba hiperventilando, no respondía, sólo se sujetaba el cuello y miraba al suelo.
Zack abrazó la guitarra.
—Papá pasó varias horas del otro lado de la puerta disculpándose y estoy casi seguro de que pasó la noche en el pasillo. Coop no me dejó abrir la puerta hasta la mañana siguiente. Pero para cuando la abrí él ya no estaba allí, ni en su cuarto, ni en la casa. Sólo se fue.
—¿A dónde?
Exhaló.
—De vuelta al campo de guerra.
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Su padre no volvió al mes siguiente.
Ni al siguiente.
Ni al siguiente tampoco.
Pasaron tres meses antes de que su padre volviera a pisar la casa.
Zack lo encontró sentado en la mesa, una taza de café en el puño, la mirada perdida en el líquido en su interior.
Tenía la barba más larga y el cabello desaliñado, le cubría la mitad superior de las orejas y las puntas le acariciaban las pestañas. Tenía ojeras bajo los ojos y cicatrices nuevas en los antebrazos.
Zack estaba seguro que tenía también cicatrices nuevas que no podía ver.
—Rompiste tu promesa —el hombre comentó—. Peleaste de nuevo.
