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Estoy a punto de perderlo todo

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Estoy a punto de perderlo todo.

Lo presiento. Tengo esa maldita corazonada, esa que ignoras por meses y vuelve en el momento menos oportuno. Ese momento ha llegado.

Una ráfaga de aire gélido me envuelve, pero no es el viento de la mañana. Es algo más. Algo que me observa. Ajusto mi bufanda de lana crema alrededor del cuello mientras camino por el pasadizo formado por los gigantescos pinos verdes que conducen al Departamento de Química. A mi lado, mi mejor amiga, Allene, comenta sobre lo emocionada que está porque queda poco más de un mes para que termine el semestre. Por mi parte, siento un nudo en la garganta cada vez que lo pienso. Pues no sé si podré asistir el próximo semestre, y tampoco sé si seguiré con Eric.

Mientras andamos bajo las sombras de los centenarios pinos, mis pensamientos se enredan como el viento entre sus agujas. Recuerdo cómo Eric ya no espera por mí después de mi clase de química orgánica para ir a comer tacos o pizza. Hace más de un mes que no vamos al pub a bailar y a beber. Y este viernes se cumple la tercera semana que ya no hacemos el amor. Me quedo mirando las hojas secas caídas, recordando esos días. Ahora solo me textea un "hola, ¿cómo estás? Te veo luego." Ese "te veo luego" se torna en un "estoy cansado, hablamos mañana." Hoy ni siquiera me escribió a las ocho de la mañana, como solía hacer. Lo hizo a la una. Antes por lo menos me llamaba.

—Mira —le digo a Allene, ofreciéndole mi celular. Ella lo toma y, al leer el último mensaje de Eric, hace una mueca—. ¿Dime que no es raro? —le pregunto, intentando disimular mi ansiedad en el tono de mi voz.

—Pues, no sé —responde Allene, colocando su largo cabello castaño de lado—. Sí está bastante frío, pero no te preocupes. Los hombres son así de raros. Un día están bien y al otro ni ellos se entienden.

—Nunca ha sido así de cortante conmigo. Tengo miedo de preguntarle qué le pasa y que me diga que necesita tiempo o que ya no quiere estar conmigo —mi voz tiembla un poco al final.

Allene se detiene y suspira profundamente.

—Keira —dice, ofreciéndome un chicle de sandía—. Tienes que hablar con él. O —ella sonríe—, darle una lección. Deja de buscarlo. Sal sin él. No le escribas. No le reclames. Haz como si no te importara su cambio de actitud.

—No puedo hacer eso —susurró, sintiendo el pánico crecer en mi pecho.

—Él tiene que tener miedo a perderte. No tú a él.

—Puede ser, pero...

—Pero nada. —Sus ojos marrones, delineados de negro en un estilo exagerado de cat-eye, me desafían—. Cabeza fría, amiga. Si él es para ti, ahí estará. Y si no, ni modo. Vendrá otro.

Me quedo en silencio, y el aroma a pinos y tierra húmeda me trae recuerdos de los otoños junto a Eric.

—No quiero ser mala —dice Allene—, pero ¿y si anda con otra?

Rosas Negras y FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora