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El palacete es de película

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El palacete es de película. Tules violetas y fucsias entrelazados decoran las enormes columnas de estilo romanas. El piso de mármol blanco es tan liso e impecable que fácilmente podría patinar en él. Dos amplias escaleras que nacen de los extremos opuestos se unen, gloriosamente, un piso más arriba. Y los diseños dorados de las paredes le aportan una elegancia victoriana.

Doy un par de pasos más adelante y alzo para ver a la bellísima cúpula que me baña con el brillo de miles de chispitas de luces violetas que alternan sus colores, desde el rosado más delicado, hasta el violeta más atrevido, simulando galaxias en un fondo negro.

Es precioso.

Escucho el repiqueteo de unos tacones, una puerta se abre y una mujer muy atractiva de cabellera ondulada, larga y rubia camina hacia nosotros.

—Al fin llegas —dice ella y luego me echa un vistazo despreciante—. Llegan.

—¡Venga, guapa! —exclama Alsandair, camina hacia ella con los brazos abiertos, la toma por los hombros y le da un beso en cada mejilla. Luego se voltea para verme—. Te presento a Lana de la Vega, querida, mi buena amiga y confidente.

Ella viste un provocativo vestido de tules rojos y semitransparentes, luciendo sus impresionantes piernas bronceadas y bien trabajadas. Sus delicados tacones dorados combinan con su gargantilla de oro amarillo y rubíes.

—Hola —le digo y miro al piso, con miedo de que me pille mirando su profundo escote.

—Alsandair —exclama ella, con una voz aguda y algo sensual, mientras sus ojos negros me acechan de pies a cabeza—. Te has equivocado con esta chiquilla, tío. Yo no puedo hacer milagros en tan solo tres meses. Debiste mandarme fotos antes. Realmente luce muy descuidada... Así me dabas el tiempo suficiente para planear. Me dará mucho trabajo.

—No seas mala —responde él, arqueando una ceja, mientras ella niega con la cabeza.

—Mírala. —Lana me apunta con un aspaviento de manos y empieza a caminar en círculos alrededor de mí—. ¿Piensas que ella, con esta pinta, seducirá a Vladimir? —La española ríe, negando con la cabeza—. Él no le va a poner un ojo encima. Mírala, tío... pero mírala bien... ni pararse recta puede. Le falta seguridad, le falta sal, chispa, ese je ne sais quoi... No, Diablo. Búscate a otra.

Alsandair cruza sus brazos sobre su pecho.

—Keira es la indicada.

—Esperemos que, esta vez, no salgas perdiendo. —Ella me toma de la quijada y la levanta—. Mira a la gente a los ojos, nena.

—Transfórmala, guapa. Keira anda despechada de la vida desde que su novio la dejó por su mejor amiga.

—Ven —dice Lana, tomándome de la muñeca con brusquedad, pero con un tono de voz más bajo e incluso con un aire maternal.

Subo por las escaleras junto a ella y volteo para ver al demonio, quien no deja de quitarme la mirada de encima.

—Te veo luego, querida...

Rosas Negras y FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora