8

7 3 0
                                    

De regreso en la Suite Royal del último piso del hotel, olvido por un momento que debo pasar la noche junto a un viejo baboso, gordo y asqueroso, para luego matarlo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

De regreso en la Suite Royal del último piso del hotel, olvido por un momento que debo pasar la noche junto a un viejo baboso, gordo y asqueroso, para luego matarlo.

Niego con la cabeza, me retiro el incómodo vestido y me pongo un blusón blanco largo y unos shorts deportivos negros.

Mientras trenzo mi cabello, recuerdo el dinero que Alsandair me ofreció hoy temprano en el auto y corro por él.

Alcanzo mi mochila, meto la mano y siento el roce de los billetes. Muerdo mi labio inferior y agarro un puñado. Riendo, me tumbo boca arriba sobre las sábanas de seda blancas y empiezo a contar. El olor del dinero es algo único. Quizá Alsandair tenía razón. El dinero sí da felicidad.

—¡Soy rica! —digo en un tono un poco más alto de lo normal, pataleando de la emoción. Le sonrío al techo y giro sobre mí misma para ver al ventanal que va desde el tumbado hasta el piso. Una tenebrosa neblina cobija a Londres, pero ¿qué importa? En silencio, me carcajeo. ¿De verdad me está pasando todo esto? ¿O estoy soñando? Me pincho la piel. Pues no, todo esto es real. Es más, Alsandair prometió que me llevaría de compras mañana. ¿Qué día es mañana?

Joder, es miércoles.

¿Y la universidad? Ya es casi una semana que no he ido a clases, de seguro ya no puedo salvar el semestre. ¡Al diablo con la universidad! Seré tan millonaria que no tendré que trasnochar más ni sufrir por sacar excelentes notas para mantener la maldita beca. Suspiro, pero de alivio, y cierro los ojos. De repente, me acuerdo de mamá y de papá.

De un brinco, me levanto, busco el teléfono entre la montaña de dinero, lo prendo y me topo con quince llamadas perdidas, doce mensajes de texto y cinco de voz. Todos de mamá.

Sin más, le timbro.

—Keira, ¿qué pasa contigo, hija? Al fin contestas. Aquí estamos con tu padre, desesperados sin saber nada de ti.

—Mamá, escucha.

Mamá sigue desahogando todos sus lamentos desde el otro lado de la línea. Despego el móvil de mi oreja y escucho sus reclamos.

—¡Mamá, escucha, por Dios! —le grito al parlante y coloco al móvil sobre mi oreja.

—¿Dónde estabas?

—Ay, no tienes por qué ponerte así. Ya no soy una niña. Llegué a Dublín por la tarde y me quedé dormida. Recién me despierto.

Ella se queda en silencio y, después, con un tono de voz mucho más calmado pero retador, dice:

—Sé lo que pasó entre tú y Eric. Lo vi en Facebook.

Maldita suerte la mía. Siempre que trato de sentirme feliz, algo se interpone. Camino hacia el balcón y las luces nocturnas de la ciudad se cuelan entre la neblina. La escucho suspirar tras la línea.

—¿Por qué no nos contaste?

—No quiero hablar de ellos...

~~~

Rosas Negras y FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora