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Sobre la humilde mesa de madera hay pequeñas tablas dispuestas con queso Gouda, Camembert y cheddar

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Sobre la humilde mesa de madera hay pequeñas tablas dispuestas con queso Gouda, Camembert y cheddar. Tazones de frutillas, moras y frambuesas, todas bañadas en una exquisita nata. Jarrones de vidrio con leche y jugo de naranja. Canastillas con pan artesanal recién horneado... y pozuelos con mermelada y mantequilla.

El aroma a café despierta todos mis sentidos y me ayuda a volver a la vida, tras tan mala noche que tuve.

El demonio sonríe y me quema con su mirada mientras camina hacia mí, sosteniendo una pequeña maceta brillante de ónix, donde crecen preciosas rosas negras, atadas con una cinta aterciopelada carmesí.

—Gracias por la linda noche —me dice.

Abro los ojos como dos platos, dándole a entender que no diga esas cosas frente a mis padres.

—¿Te sientes bien? —me pregunta con total tranquilidad.

Me quedo como una boba, sin saber qué contestarle, y algo en él me resulta muy familiar. Pues su mirar tiene un brillo extraño que me brinda paz, es como si ya me hubiese perdido en sus ojos antes. Quizás un millar de veces. Deben ser artimañas de él. Agarro el macetero y lo coloco en el mesón de madera que está detrás de mí.

—No tenías que hacer todo esto —le digo—. Es demasiado. Bastaba con café y pan.

Me siento a la mesa y no sé por dónde empezar... ni hacia dónde mirar. Por suerte, Kevin, que es tan imprudente como cualquier niño de diez años, aún no se levanta, pero siento cómo mamá y papá me repasan con la mirada, observando cada movimiento que doy. Agarro los cubiertos y aclaro mi garganta. De seguro ellos no se han comido el cuento de que él es solo mi amigo.

—Con su permiso —dice Alsandair y se sienta junto a mí.

—Eres un chico muy detallista —comenta mamá, toma el jarrón de jugo de naranja y se sirve un vaso.

—Es en agradecimiento, señora, por haberme dejado pasar la noche con su hija.

Mamá se atranca con el jugo, y él le regala una sonrisa matadora.

—No solemos permitir tal cosa —responde mamá—. Porque Keira me rogó y me aseguró que eres un buen chico, hemos hecho una excepción. Gracias por el desayuno, de todos modos. Es un detalle muy bonito de tu parte.

—A la orden, señora. Para mí es un gusto. —Alsandair me alcanza una tabla de queso y una canasta de pan—. Sigue, Keira, sírvete, por favor. Debes estar con un hambre de león después de todo lo que hicimos anoche, vamos.

—¿Y se puede saber qué hicieron anoche? —pregunta mamá, cortante.

Les echo una mirada de soslayo a mis padres y luego a él. No puedo protestar, pellizcarle, o decirle que se calle.

—Nos pasamos horas buscando plantas medicinales, en el campo, en los acantilados —respondo y le regreso a ver a Alsandair—. No tenías por qué comprar todo esto —agrego, desviando el tema de conversación de nuevo hacia la comida, pues presiento que el maldito demonio este va a salir con alguna indecencia.

Rosas Negras y FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora