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En tan solo un poco más de dos semanas, en medio de una piscina de lágrimas e incesantes invocaciones al Diablo sin éxito, me he convertido en una borracha patética y glotona, en una de esas que beben a solas y le hablan a la botella, como si un g...

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En tan solo un poco más de dos semanas, en medio de una piscina de lágrimas e incesantes invocaciones al Diablo sin éxito, me he convertido en una borracha patética y glotona, en una de esas que beben a solas y le hablan a la botella, como si un genio complaciente fuese a aparecer y hacer que las cosas mejoren.

Patético, ya sé.

Pero ¿qué más da, cuando ni yo misma puedo con mi vida? Para empezar, el demonio me abandonó, literal. Ni me ha escrito. Y, para rematar, Eric y Allene me han bloqueado de todas sus redes sociales y no he podido stalkearlos. Todavía no comprendo por qué Eric quiere hacerme quedar como si fuese una loca ante todos. Claro, ya sé, así le es más fácil justificar nuestra ruptura ante todos. ¿Pero y Allene? ¿Por qué no da la cara? ¿Por qué no ha intentado ponerse en contacto conmigo? Creo que merezco una explicación, una disculpa y el gusto de cerrarle la puerta en la cara. Insisto, no estoy loca. ¿O sí? Ay, me mata de la ira no poder saber en qué se hallan. ¿Cuándo es la boda? ¿Qué opinan los padres de Eric? Es una picazón agónica que me está llevando a la locura. Eso sí.

Por eso me dediqué a comer y a beber. No sé, comer ahoga las penas y engorda el alma, mientras que el trago ayuda a olvidar, creo.

En fin, devoré brownies suaves, duros, de chocolate blanco; pasteles de frutas, de chocolate, de vainilla, mojados, de nueces; papas fritas con sabor a cebolla y crema agria, ahumadas, picantes; soda, mucha soda; más papas fritas; y guacamole con nachos. Eso, en especial, comí todas las noches, mientras me embriagaba con las últimas botellas de vino, aguardiente, tequila, vodka y otras más que destapé con Eric, todas dejadas a medias, pues porque antes de terminarlas, cogíamos.

He comido tanto que los atrevidos y ajustados atuendos que compré en Londres se quedan atascados a mitad de culo. Ni modo. Me tumbo sobre el sofá. Alzo las piernas y las apoyo contra la pared.

Tengo una millonada a mi disposición, pero no he deseado salir de casa y, en total, habré gastado unos cien euros, ya saben, en comida chatarra. Pues he decidido sanar en casa. Y creo que lo estoy logrando.

—Pues ya no me dueles tanto —digo, rascándome la pantorrilla—. Un poquito. A la verga contigo, Eric.

Me arrepiento tanto de haberme humillado ante ese cabrón ese día en el parque, pero he decidido que, desde hoy en adelante, seré una femme fatale, como Lana me sugirió.

Y, aunque me cueste admitirlo, le echo de menos al pendejo del demonio. Bostezo, mientras los primeros rayos de sol entran por mi ventana. Ya tengo que dejar de pensar tanto. Mañana es Nochebuena y hoy debo viajar a Galway, a casa de mis padres. Estoy algo emocionada y aterrada a la vez, pues debo contarles parte de la verdad y sé que no se la tomarán a bien; sin embargo, durante todo este tiempo de vagancia, he logrado idear una mentira casi perfecta.

Me levanto y me alisto para el viaje.

Después de arreglarme, me cuelgo la mochila al hombro y salgo de casa en dirección a la estación de autobuses.

Rosas Negras y FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora