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De regreso en Dublín, mi apartamento se siente chiquito, desordenado y vacío

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De regreso en Dublín, mi apartamento se siente chiquito, desordenado y vacío. Y, aunque tenga toda la alfombra cubierta con fundas de compras de reconocidas marcas y toda la cosa, falta algo. No sé si me falta Eric. O mis padres. O mi vida de antes. Es deprimente.

Pues ahora debo enfrentarme a la realidad, solucionar algunas cosas de la universidad, decirles unas cuantas mentiras a mis padres y asimilar lo que se viene para fin de año en Cuba.

Me tumbo sobre la cama y enciendo el televisor. Cambio de canal cada cinco segundos, sin lograr decidirme por uno que me ayude a despejar la mente.

"Toc-toc-toc" tocan a la puerta. De un brinco, me pongo en pie.

—¿Ahora, qué quieres? —pregunto mientras camino hacia la entrada—. ¿Llevarme a vender droga en la esquina y llamarlo mi nuevo negocio?

Abro la puerta de par en par, decidida para soltarle el primer insulto que se me ocurra al maldito demonio, pero me quedo seca al ver de nuevo, después de casi una semana, a sus lindos ojos negros.

—Hola —dice Eric, sosteniendo la puerta—. ¿Podemos hablar?

Lo repaso con la mirada y muchos sentimientos encontrados me empiezan a disuadir y a animar.

Oh, no. El proyecto. Le jodí.

No sé qué hacer y el cariño que aún siento por él vence a mi fuerza de voluntad.

—Claro, sí, como gustes, pasa.

Nunca imaginé que se sentiría tan feo recibir a mi novio de tres años como a un completo extraño, cuando no hacía mucho nos desnudábamos a besos antes de llegar al sofá.

Eric se queda apoyado contra el marco de la puerta.

—¿Qué te parece si damos una vuelta en el parque? —me pregunta y hunde sus dedos en su hermoso cabello platinado. Está recién pintado y, si no fui yo quien lo tinturó, ¿fue Allene? Pues hizo un lindo trabajo.

—Está bien.

Agarro la primera cartera que veo, junto con mi abrigo, y salgo al pasillo de su lado, algo emocionada.

Después de quince minutos de caminar sin dirigirnos una sola palabra, llegamos al parque donde solíamos quemarnos los labios a besos bajo la nieve, bajo las hojas de otoño, sobre los retoños primaverales y bajo el asfixiante sol veraniego.

Hoy, en cambio, parece que hay un millón de kilómetros entre nuestros corazones.

Nos detenemos junto al árbol donde tallamos nuestras iniciales después de besarnos por primera vez. Busco el corazón en el tronco, pero lo han borrado. Desvío mi mirada hacia los otros árboles nevados, intentando disimular lo doloroso que es estar junto a él y no poder tomar de su mano o besarlo por el simple hecho de que sea ajeno.

—Vi tu foto —al fin dice y asiento con la cabeza, avergonzada—. Si no fuera por Allene, me hubiera sacado un cero en el proyecto.

Juego con los hilos sueltos de mi bufanda. No sé qué decirle. Qué mal me siento. Pero tampoco es justo lo que él me ha hecho. Con la mirada perdida en el nevado camino, recuerdo algunas palabras que Lana me había dicho. No debo dar explicaciones a nadie, y ¿qué me importa lo que él piense de mí? Levanto la vista y atrapo su inquisitiva mirada.

Rosas Negras y FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora