6. Muro

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—Traspasar la muralla es un sacrilegio —decían—. La muralla nos protege de lo que está del otro lado.

Por supuesto que, cuando cumplí dieciocho, decidí que era hora de averiguar la verdad. Estaba segura de que ni la escuela ni mi familia decían la verdad. Nada, ni las marcas de uñas ni las manchas oscuras que aparecían de vez en cuando me amedrentarían esta vez.

Comencé el ascenso al atardecer. Al principio fue fácil, ya que había descansado y me sentía muy motivada. Al llegar a la mitad, sin embargo, la superficie se volvió resbalosa, como si las piedras se estuvieran derritiendo. Aceleré el proceso con el corazón en la boca, en vano, ya que, a medida que subía, se me hacía más difícil asirme a las salientes. Más de una vez estuve a punto de caer.

Mi determinación era fuerte, sin embargo, y llegué a la parte superior con los brazos embarrados hasta los codos y las piernas hundidas hasta las rodillas. Al ver el paisaje idílico que se extendía ante mí bajo la luz moribunda del sol, y los huesos humanos que sobresalían del barro maligno que me estaba devorando, supe que, en realidad, los muros estaban vivos y que la advertencia tenía, como fin, protegernos de ellos.

No leas en voz altaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora