8. Reliquia

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—¿Las encontraste?

—Sí, las tengo, ¡por fin! ¡Las reliquias del Gran Mago!

—¿Estás seguro de que son las del Gran Mago?

—Sí... Bueno, eso creo.

—¿Cómo "eso creo"? ¿No tiene el nombre escrito el frasco?

—Ah, eso. Sí, claro. ¿Ves?

—A ver... Qué letra más rara.

—Tiene como mil años esto, más vale que la letra va a ser rara. Ahí dice: "Gran Mago". ¿Ves?

—...Sí, sí. Bueno, me quedo tranquilo. Vamos, ya tengo listo todo lo necesario para el ritual.

—¡Qué bien! ¡Vamos! No puedo esperar a que nos enseñe todo lo que sabe.

—Sí. Seremos los estudiantes más avanzados de la escuela. Pasantías, ¡allá vamos!

—P-p-pero... ¿Este es el Gran Mago?

—Como que no se parece mucho al retrato de la sala de profesores.

—P-p-pero... ¡Es solamente un dedo! ¿Dijiste bien las palabras?

—Sí.

—¿Las dijiste todas?

—¡Sí! ¿Te creés que soy idiota?

—Entonces, no entiendo.

—Dejame ver el manual.

—...

—...

—¿Qué pasa?

—Hay una nota al pie que no vimos.

—¿Qué dice?

—«La invocación solo es capaz de traer de nuevo a la vida a las reliquias que se encuentren en el altar. Es responsabilidad del invocante hacerse con los restos necesarios para comunicarse con la persona a invocar».

—O sea que, si tenemos un dedo, lo que revive es un dedo.

—Exacto.

—Mierda.

Toc toc toc.

—¡Mierda!

—¡Qué!

—¡El dedo se movió! ¡Golpeó el altar!

—¿Nos oyó? ¿Nos entiende?

Toc.

—¿Eso es un «sí»?

Toc.

—¿¡Podría enseñarnos todo lo que sabe de magia!?

—...

—...

Toc.

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