Collar

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Un día sin mucho que hacer. Terminó su trabajo bastante más temprano de lo habitual, la casa estaba limpia, la comida hecha y Cato en el gimnasio. Necesitaba encontrar algo con que distraerse y tenía bastante energía como para solo aplastar su trasero en el sillón y ver una serie.

Energía y aburrimiento nunca eran una buena combinación. La cama bien tendida y ropa planchada se transformaron en una montaña de prendas sobre el colchón y el piso. El sistema era simple. Arriba lo que todavía quería, en el piso lo que iba a regalar y en la silla todo lo que necesitara algún remiendo.

En algún punto había dejado de lado la tarea y simplemente se puso a jugar frente al espejo. Después de todo tenía muchas camisas bonitas sin usar. Paso de limpiar a planear outfits a buscar la combinación más sexy y reveladora que pudiera encontrar.

El atuendo en cuestión ahora consistía en sus medias negras de red por encima de la rodilla con tirantes a la cadera, boxers negros, camisa negra y, la joya de la corona, el viejo choker con picos y aros que llevaba haciendo polvo desde hace años. Lo había comprado cuando era joven y algo emo. Que bien que no lo tiro en limpiezas anteriores.

Se paró frente al espejo e hizo un par de poses siguiendo la música en la bocina, tal cual como si estuviera en medio de una pasarela.

—Hmmm... —algo no le convencía— demasiado negro.

Aunque fuese su color favorito junto al gris, debía aceptar que a veces un poco de color era mejor.

Regreso a la cama y rebusco entre las prendas. Ahí estaba, esa era la indicada. Una camisa roja, o mas bien vino, que a diferencia de las demás no le quedaba como vestido de lo largas que eran. Hizo el cambio, esta vez dejando los primeros botones desabrochados y se contempló. Ahora estaba listo para seducir a Cato.

—PFFF JAJAJAJA si, claro.

Estalló en carcajadas. No podía creer que había hecho todo eso solo porque estaba aburrido. Que ridículo. Lo mejor seria cambiarse y arreglar su desastre antes de que llegara Cato.

—¿Qué es tan gracioso?

Cada vello en su piel se erizo. Ni siquiera pudo dar un salto o un grito. Su cuerpo se congelo como el de una cabra. 

Además de la repentina voz, en el espejo diviso una sombra alta detrás de la puerta. No ayudó en nada lo grave que era la voz de Cato.

Si le dieran una moneda por cada vez que Cato aparece de la nada a sus espaldas, seguramente tendría lo suficiente para compararse un refresco y papitas con cambio de sobra.

—¿Desde hace cuánto estás ahí?

—La camisa negra se veía bien, pero me gusta más la roja.

La puerta se abrió por completo. Cato ya ni siquiera llevaba consigo la mochila que siempre le acompañaba al gimnasio, ni su suéter. Parecía que había entrado y hasta dejado sus cosas sin que Ángel se enterara.

—Voy a ponerte un cascabel.

—¿Si? —se acerco sin ninguna pena—. Tal vez necesite también uno de estos —hablo jugueteando con los aros del collar entre sus dedos. Al soltarlos generaron un tintineo que se detuvo después de rozar la piel un par de veces.

—Lo encontré entre mis cosas viejas. Lo usaba mucho en mi primer semestre ¿Puedes creerlo? —se rio de sí mismo. Había cambiado mucho desde sus tiempos en la universidad.

—Se te ve bien —sus dedos inquietos siguieron tocando el cuero y la piel debajo de este.

Ángel cerro los ojos y se dejo llevar sintiendo las caricias en su cuello y el calor de las enormes manos de Cato. El plan de "seducirlo" al parecer había funcionado aunque fuera solo un chiste en su cabeza, y no solo eso, ahora también se estaba invertido la situación.

Los toques subieron hasta su barbilla solo para ayudarle a alzar el rostro y ser recibido por un chasquido húmedo en los labios. Inicio primero como un pico, pero tan pronto fue el segundo contacto su labio inferior fue succionado, luego mordido y tirado para iniciar un ataque de besos ansiosos en donde sus lenguas se entrelazaron.

La posición no era muy cómoda, sin embargo. Tan solo iniciar ya estaban sintiendo tirones en el cuello y la mejor solución a eso fue cargar al más pequeño. 

Sin romper el contacto las piernas de Ángel se aferraron alrededor de la cintura de Cato ayudado por sus manos, las cuales aprovecharon para acariciar la textura de las medias desde las pantorrillas hasta los muslos y ahí dar un firme apretón.

—¿Quieres...?

—Hmmm... no lo sé —contesto sarcástico. Le parecía lindo que preguntara aun cuando se notaba que estaba mas que dispuesto— pero seria una pena desperdiciar el look ¿No lo crees?

—Sería una pena —volvió a besarlo, esta vez solo en la comisura de los labios, luego la mejilla, barbilla, hasta llegar al cuello donde el collar estorbaba un poco.

—¿Sabes? Los perros de caza usan este tipo de collares para que los lobos no les muerdan el cuello. No eres un lobo pero creo que funciona.

Cato resopló sobre su cuello.

—¿Es eso? ¿No quieres que te muerda? —sus palabras se escucharon amortiguadas. Ángel pudo sentir como los dientes de Cato se aferraban al cuero y jalaban de él con urgencia.

Por un momento pensó desabrochar el collar y dejarle hacer lo que le plazca, pero las ganas de molestarlo fueron más.

—Tal vez. No lo sé... mañana tenía planeado salir un rato y visitar a Matías. Me serviría no tener ninguna marca.

A su oído llegaron las vibraciones de un gruñido.

Si iba a salir, con más razón Cato deseaba dejar una marca, o dos, o las que fueran necesarias. Bien podría bajar un poco hacia el hombro y hacerlo de todas formas. Esa baratija no serviría de mucho.

—¿Por qué no me convences de quitarlo, gatito? 

Esa idea le agradaba más.

Recuerdos de OctubreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora