Memoria

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Era sábado y, como de costumbre, tocaba lavar la ropa. Un horario que se quedó marcado desde sus épocas de estudiante. Claro que ahora con un trabajo desde casa y horarios más que flexibles, podía hacerlo cualquier día de la semana. Pero no, la rutina le daba cierta sensación de confort que no podía dejar de lado.

Cato no se lo pedía, al contrario, no parecía muy de acuerdo con que Ángel lavará también su ropa. La limpieza estaba a su cargo así que en todo caso debía ser él quien lo hiciera, argumentaba. Pero a Ángel eso poco le importó. Cada sábado encendía la lavadora y "aprovechando el agua" metía también lo que Cato tuviera en su cesto. Una de sus tantas muestras de cariño en forma de actos serviciales.

Con el sol del verano no hizo falta más que una tarde para que la ropa se secara. No quiso arriesgarse a una repentina brizna en la noche así que la destendió en cuanto llegó el atardecer.

Con el sol pintando el cielo de naranja quito la última prenda. Una sudadera que oscilaba entre el azul y el morado con parches pegados en cada brazo y el frente. Instintivamente la llevó hasta su nariz. Era simplemente exquisita la forma en que los aromas de ambos se combinaban entre los ciclos de lavado. ¿Llegaría un punto donde olerían lo mismo?

En sus recuerdos, sus padres, su casa, tenían casi exactamente el mismo aroma. Apenas se diferenciaba por el cigarro que su padre a veces fumaba a escondidas y por el perfume floral de su madre. Y es que le parecía sumamente romántica la idea de que al vivir tanto tiempo juntos, olieran a lo mismo, como si sus presencias se mezclaran y se volvieran una misma.

Apartó la sudadera de su cara y contempló el tejado. Frente a él las memorias de su infancia se dibujaron como sombras. Ahí estaba su padre quitando las prendas de los lazos y pasándolas a su yo pequeño, quien correteaba por todos lados, pateando piedritas y tratando de ver más allá de la barda. Al terminar, su padre le llamaba con la espalda lista para que se trepara en ella. Con Ángel colgado de sus hombros y la canasta en manos hacía su camino de vuelta a la casa.

Como extrañaba esos tiempos.

Al bajar las escaleras con ambas canastas en los brazos, una sobre la otra, se encontró con el sonido de la televisión. Ahí estaba Cato buscando alguna película en una de las tantas plataformas en las que estaba suscrito. En cuanto notó su presencia dejó el control a un lado y corrió a auxiliarle.

—La de arriba es tuya —indicó señalando con la nariz.

—Te pude haber ayudado.

—Nah no hay problema. No estaba seguro de que se hubiera secado cuando subí, sino te habría dicho.

—Gracias —se agachó para dejar un beso en su frente y después de una corta mirada a los ojos, Auxilio a Ángel abriendo su puerta.

—¿Qué hay en el menú? —pregunto brincando al sofá.

Cato levantó una ceja no estando seguro a que se refería.

—¿Hablas de comida o...

—Películas, pero si, ahora que lo mencionas deberíamos pedir algo.

Después de todo era sábado y los fines de semana eran de pedir comida.

Cato sonrió dejando que Ángel sacara su teléfono y se preparara para ordenar. Mientras tanto él volvió a la tarea de encontrar algo interesante que ver. En menos de una hora ya tenían alitas en la mesa y la cara de Tom Hiddleston en la pantalla.

Se sentía tan tranquilo estar así, muy confortante. Tal vez era porque de niño apreciaba bastante esos fines de semana en los que comían pizza o hamburguesas mientras ponían alguna película. No era tan seguido como lo hacia ahora con Cato, aun así seguramente la relación con esas preciadas memorias influía en que se sintiera tan bien.

Nuevamente pudo verse a si mismo y a sus padres, en una sala casi idéntica a al que se encontraban ahora. Era el mismo espacio, casi los mismos muebles, y aun así se sentía tan diferente y lejano. Su yo pequeño tomaba la comida con las manos y se embadurnaba con condimentos al comer. Su madre se molestaba por la ropa sucia pero su padre se reía por el espectáculo de cátsup y mostaza.

Miro sus manos y sintió su cara. No había cambiado. No necesitaba un espejo para saber que tenia la boca llena de salsa.

—¿Qué es tan gracioso? —Pregunto Cato al escuchar su risa. No había pasado nada particularmente chistoso en la pantalla así que seguramente tenía algo en mente.

—Parezco un niño pequeño ¿no crees? —siguió riendo. Busco una servilleta y comenzó a limpiarse—. Culpo a mi padre. El siempre alentó mis malos modales por más que mi madre se molestara.

—Eres adorable —con el pulgar limpió un poco de la salsa en su mejilla.

No quiso añadir más. De pronto la nostalgia invadió el ambiente. Sabía que el tema de los padres de Ángel seguía siendo algo doloroso de lo que hablar. No podía culparlo, el mismo no podía imaginar lo doloroso que seria perder a sus padres aun cuando los conoció tan tarde.

—Te habrían adorado —suspiro recargándose en el hombro de Cato.

¿Lo habrían adorado? No estaba completamente seguro. Por mas "lindo" que lo encontrara su novio era muy consciente de cómo la gente podía percibirlo. Tal vez no era el yerno ejemplar que cualquier padre sueña que salga con su hijo. Quien sabe. Tal vez era mejor de esta forma...

—Yo te adoro.

Y ahí estaba de nuevo, rindiendo cuentas a su apodo. ¿Habría un momento donde no le llenara de azúcar las venas?

—Y yo a ti dulzura. 

Recuerdos de OctubreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora