Resbaloso

19 6 3
                                    


Sin nada que hacer en casa y con días consecutivos de solo aplastar el trasero en el sillón, ambos estuvieron de acuerdo en que sería bueno estirar las piernas y tomar algo de aire fresco. Irónicamente, la opción que ganó entre todos los posibles planes fue ir al cine. Al final solo cambiaron de lugar sus traseros para hacer lo mismo. Pero, en su defensa, ir al cine era toda una experiencia diferente; bocadillos que ellos no tenían que preparar, avances a nuevas películas, mejor aún si la sala era una especial o incluso VIP. Además de que para llegar ahí tenían que salir de casa y esperar a que iniciara la función. Tiempo suficiente para estirar las piernas. Y justo eso hacían.

Habían decidido dar una vuelta por el parque cercano a la plaza. La meta era encontrar algún puesto de helados ya que los de la plaza eran “puro lujo sin sabor” según el pequeño. No tardaron en lograr su cometido a pesar de la reciente llovizna.

—¡Mira, mira! —grito Ángel cortando la conversación de repente.

Estuvieron platicando tomados de la mano por un rato hasta que lograron divisar un área de juegos vacía. Después de remover emocionado el brazo de Cato, Angel corrió a sentarse en uno de los columpios, como si en cualquier momento fuesen a aparecer niños, para los que de hecho eran, y le quitaran el lugar.

Cato sonrió con ternura y se acercó sin prisa. Al llegar se recargo contra uno de los tubos tratando de recordar si alguna vez había jugado en uno de esos lugares.

—¿No vas a subir?

Negó la cabeza.

—No creo que me aguante.

—Vamos. Esto es puro metal —le dio un par de golpes para comprobarlo, teniendo que sobarse después—. Te juro que he visto gente más grande que tu subirse.

Sin esperarlo comenzó a balancearse, como si de esa forma pudiera tentarlo a subirse.

—Preferiría empujarte.

Apenas se estaba posicionando detrás de él, Ángel frenó en seco. En parte por el miedo a golpearle y, en su mayoría, porque le dio miedo. No quería salir volando por accidente con la fuerza de Cato, menos aún con el brillo travieso creciendo en sus ojos.

—¿Qué tal si mejor yo te empujo?

La simple idea le sacó una risa al más alto.

—¡No te rías! Hablo en serio. —giro el asiento para encararlo. Al hacerlo disfruto tanto ver las curvas risueñas en los ojos de su novio que no pudo evitar levantarse para plantarle un beso— Vamos, porfavor porfavor porfavor, te prometo que no te tiro.

—Eso no es lo que me preocupa —respondió después de devolver el beso.

Por más que insistió en que así estaba bien, al final no pudo negarse a los pedidos de su novio. Con mucha inseguridad terminó por sentarse en el asiento de metal. Las cadenas chillaron con su peso y por momentos temió que se soltaran y lo tiraran de pompas al lodo, no sucedió.

—levanta los pies —le indico Ángel. A diferencia de él, Cato tenía piernas muy largas que impedían que se moviera sin estirarlas.

Se sentía muy bobo. Un gigante sentado en un columpio. Pero, aun así, no podía negar que le divertía hacer esa clase de tonterías junto a su novio. Como si de repente se volviera pequeño y pudiese disfrutar del mundo con ojos de infante.

Levantó los pies. Entonces sintió un empujón en la espalda que apenas lo movió de su lugar.

—Pffff… dame un momento —habló haciendo fuerza, era difícil empujarle con los helados sin terminar en una mano.

Tan solo con eso ambos ya estaban riendo. ¿Cómo se verían desde fuera? Dos jóvenes adultos con 42 cm de diferencia, el pequeño empujando al grandote.  Una escena digna de subirse a internet.

Poco a poco fue agarrando vuelo, pronto ya estaba la melena morada balanceándose de un lado a otro con Angel haciendo el efecto de sonido por él.

—Wiiii… —decía cada vez que empujaba a Cato—. Wiiii… Yippeee…

No pudo con la risa. Las piernitas levantadas de Cato flaquearon desbalanceado así todo su peso.

—Carajo —soltó en cuanto toda la estructura de metal se movió junto con él.

Angel estalló en carcajadas sin poder contenerse, se había contenido. Lo malo fue que eso le distrajo y pronto el peso de Cato lo arrolló por un lado.

—¡Ángel! —se paró de inmediato.

Detrás de él estaba el pequeño, riendo, tirado en el suelo justo donde la inercia lo había arrojado.

Trató de agacharse para auxiliarlo pero en cuanto dio un paso pisó un pequeño charco de lodo que le hizo caer sobre rodillas, teniendo que hacer además un par de movimientos en el aire para no caer sobre su novio. Por si no fuera suficiente, antes de que pudiera preguntarle al pequeño si se encontraba bien, el columpio que seguía balanceándose terminó por chocar en su espalda con un “Pop”.

—No no no… me voy a hacer pipi… —trataba de respirar. Todo lo que salía de su boca era más cercano a chillidos que a risas.

El golpe en la espalda apenas aunque doloroso terminó siendo opacado por la gracia del momento. Dio un resoplido y dejó salir su alegría libremente con la frente pegada al otro.

—Ven, tenemos que llegar a la función.

Recuerdos de OctubreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora