Presión

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—Maldita sea Cato, deja de decir que es complicado —explotó finalmente.

Había intentado mantener la calma y hablar lo más tranquilamente posible. Comunicación asertiva, resolución sana de problemas, y toda esa mierda. Pero ¿Cómo podía no molestarse cuando la otra persona volteaba los temas deliberadamente? Ya estaba harto de ello. Lo dejo pasar incontables veces. Pensó que debía tener sus razones y no iba a presionarlo para hablar de temas que no quería, ya después se abriría con él. Y por más que espero ese día nunca parecía llegar.

—¿Si es tan complicado porque no tratas de explicármelo? ¡No soy imbécil!, puedo entenderlo.

Los ojos azules se abrieron en par antes de fruncir el ceño. Nunca antes le había hablado de esa manera, nunca antes le había gritado. Sabía qué pasaría algún día. Había señales más claras que un cartel con luces en medio de la noche, pero sabía sin saber qué hacer.

Quería decirle, en serio quería. Pero siempre que se comenzaba a armar de valor parecía haber algo que le obligaba a dar un paso atrás.

—¡Noooo no lo perdones! —hablo emocionado a la pantalla. En ella se reproducía “La cumbre escarlata”, justamente en la parte donde la chica, aun después de enterarse de todo, quiere huir junto a su marido.

Cato rio con su reacción y puso pausa antes de preguntar sabiendo que se avecinaba un monólogo de parte de su amado.

—¿Por qué no debería?

—¿Por qué no debería? —replico en un tono más exaltado, luego se levantó del sofá y dio varios pasos sin dirección para regresar al sofá— En primera, es un incestuoso.

Cato asintió. Un punto con el que estaba de acuerdo.

—Segundo, ¡Todas las mentiras y los engaños! ¿Cómo puede confiar en él después de eso?

Cato guardó silencio.

—Tercero y más importante, ¡Las personas que mataron! Me vale cacahuate que la principal perpetradora haya sido su hermana, él también estuvo involucrado en todo y tiene las manos sucias. De hecho ¡Ella iba a ser una víctima! ¿Cómo puede perdonarlo y ya? ¡Mataron a su papá!

Cada palabra fue una puñalada. No más risas. Toda la felicidad de estar con su amado compartiendo una tarde de películas, mimos, y besitos en el sofá, se fue al carajo. De pronto estaba en la realidad recibiendo una bofetada.

Era una película, solo eso. En ella la chica le perdonaba todo y aunque aún no la terminaban, todo pintaba a que se iban a amar y vivir felices por siempre. Como típico final de cuento de hadas. Pero él no estaba en un cuento de hadas.

Otra noche, quizá antes, quizá después, era una de esas raras ocasiones en que Ángel miraba noticias en su teléfono. Quien sabe, el caso de ese hombre recién capturado por asesinar a varias chicas a sangre fría se volvió bastante famoso y corría información por donde quiera que voltearas.

—Qué miedo. ¿Lo puedes imaginar? —hablo Ángel sin despegar los ojos de la pantalla. Había un claro desagrado en ellos—. Eso no pasó tan lejos de aquí. Nunca sabes al lado de quien estás parado en la calle. Podrías estar frente a un asesino enfermo y jamás lo sabrías.

Nunca lo sabría y nunca tendría que saberlo.

No podía compararse con alguien de esa calaña, no era lo que él hacía, pero, ¿qué tal si Ángel lo veía así?

Esas pequeñas situaciones lo acosaban. Cada cierto tiempo tenía que suceder algo que le restregaba en la cara quién era y lo que Ángel podría pensar de él. Era como una maldición. ¿Sería que en realidad había algún Dios y le estaban castigando?

No quería perderlo. Pero las mentiras se estaban acumulando en su garganta. No quería mentirle, quería que le amara completamente, sin máscaras. ¿Eso sería posible? ¿O si se atrevía a abrir la boca terminaría alejándolo? ¿Le daría asco? ¿Lo perdonaría?

La presión lo estaba matando.

—Mira Cato… —soltó después de respirar— yo sé que ganas muy bien. Lo entiendo. Pero ¿En serio vale la pena trabajar en ese bar a costa de tu bienestar?

Tras sus palabras busco las manos del otro, acariciando primero con las yemas para después entrelazarlas.

—Tengo miedo. ¿Qué tal si un día te… hieren mucho? —no fue capaz de soltar lo que había en su mente. Era demasiado duro para decirlo— No quiero perderte Cato.

Los labios de Cato temblaron dudando si abrirse o no. Ángel guardó silencio a la esperanza de explicaciones, algo, pero cualquier rastro de ese impulso a hablar se esfumó tan pronto llegó.

—No te preocupes dulzura. No vas a perderme. —más tiempo, solo necesitaba más tiempo.

La decepción fue clara aun cuando intentó disimularla con una sonrisa.

—Claro —respondió sin mirarle a la cara. Soltó sus manos y dio la vuelta.

Viéndolo alejarse la presión sobre el pecho de Cato se hizo más fuerte. Sus dedos se apretaron mientras crecía en él el impulso de sujetarle, traerle contra su cuerpo e impedir que se alejara a toda costa, sin importar que luchara. Daba igual ¿Verdad? Si de cualquier forma iba a perderlo, si de cualquier forma iba a tenerle asco ¿Qué importaba si lo hacía a SU lado?

—¿Y bien?

La voz lo sacó del trance. Pestañeo varias veces tratando de adaptarse nuevamente a la realidad. Ángel ya no estaba huyendo aterrado de él, en su lugar estaba parado frente a la puerta de su cuarto extendiendo una mano hacia él. Seguía molesto, se notaba, pero eso no opacaba el deseo de querer dormir en su compañía.

Recuerdos de OctubreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora