Luna

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—¿Cato?

Al despertar no lo encontró. Se había quedado dormido después de un rato acurrucados en la cama. Ya no estaba siendo cobijado por los brazos del más alto, en su lugar tenía un par de cobijas.

Se levantó sintiendo el frío golpear las áreas que antes estaban protegidas. En la ventana ya no había rastro del sol ni del atardecer, en su lugar se veía un cielo nocturno iluminado por la luna

—Mierda —ahora no podría conciliar el sueño hasta muy entrada la madrugada.

Tomó el suéter más abrigador que tenía, se puso los zapatos y ya estaba listo para ir en busca de su otra mitad. “No pueden estar ni cinco minutos separados”, escucho la voz de Matias en su cabeza. “Si si, como sea”, le respondió mentalmente. Era consciente de que podía llegar a ser algo dependiente y empalagoso, pero mientras Cato no se quejara ni hiciera daño a nadie, a excepción de los ojos intolerantes al amor de Matías, ¿Qué más daba?.

No había nadie en la sala ni en la cocina… Solo podía estar en un lugar.

Subió por las escaleras hacia el tejado y, justo como esperaba, ahí estaba con su teléfono en mano y cigarro en la otra. No tardó en percatarse de la presencia del pequeño detrás de él.

—Perdón ¿Estabas al teléfono?

—Ya terminé —tomó una calada y guardó el aparato en su bolsillo, entonces Ángel pudo reconocerlo. Era el que guardaba especialmente para el trabajo.

—¿Vas a salir?

—No esta noche —habló acercándose para darle un abrazo. Pudo percibir perfectamente la tristeza y preocupación escondidas bajo la pregunta.

La respuesta no fue reconfortante, pero ¿Qué podía hacer? No podía pedirle a Cato que faltara al trabajo ¿La razón? Simple, no quería volver a encontrarlo molido a golpes en la sala.

—¿Mañana? —insistió. Si Cato corría el riesgo de regresar lastimado, debía prepararse para cualquier situación.

Cato suspiro y apagó su cigarro. No estaba molesto, más bien conflictuado.

—Perdón, solo… estoy preocupado.

¿Que tal si necesitaba que lo auxiliara? ¿Que tal si eso no era suficiente y necesitaba atención médica? ¡¿Qué tal si lo apuñalaban?! Cada escenario en su cabeza era peor que el anterior.

—Dulzura… —sostuvo sus mejillas obligándole a verle—. Estoy bien, no va a pasarme nada. He hecho esto durante mucho tiempo.

—Pero… —sus ojos se posaron en sus cicatrices, más específicamente la del cuello. Seguía sin atreverse a preguntar, pero viendo las circunstancias, sólo podía suponer que la mayoría, si no es que todas, habían sido causadas por su trabajo.

Tan pronto adivinó donde estaba puesta su mirada, Cato se cubrió con una mano y retrocedió.

—Esto no tiene que ver con mi trabajo —no pudo mantener el contacto visual. Sus orbes azules que rara vez brillaban ahora parecían absortas en una total oscuridad.

Lo que sea que haya pasado, no parecía ser algo que Cato gustará recordar.

—Entiendo, lo siento —lo abrazó de nuevo, esta vez más fuerte, como si el hombre frente a él estuviera a punto de romperse en pedazos.

El contacto lo trajo de vuelta a la realidad. Desechó los malos recuerdos y se concentró en el calor contra su pecho. ¿Qué debía hacer? Había estado considerando seriamente ser honesto respecto a su “oficio”, no quería vivir engañando a Ángel pero… si ya estaba muy asustado con su supuesto trabajo, no podía imaginar la angustia que le provocaría conocer el real. Tal vez era mejor así por ahora.

—La luna está llena —se atrevió a hablar después de un rato de silencio sanador.

Ángel alzó el rostro y busco ese punto en el cielo. Antes de subir la había divisado por la ventana, pero no se molestó en prestar atención. En la azotea, la luz que reflejaba era tan fuerte que proyectaba sombras a sus pies.

Su figura redonda se dibujó en los ojos azulados de Cato, como un brillo sintético. ¿Por qué sus ojos no brillaban? Era fácil notarlo. Tan solo había que ver a cualquier otra persona y podrías comparar el vacío en su mirada.
Aunque bueno, era evidente el cambio de humor al estar con Ángel, más feliz, más en paz. Incluso había momentos en los que el pequeño se cuestionaba si realmente se sentía así o solo se esforzaba por no mostrar lo cansado y triste que se sentía en el fondo.

—Cato… sabes que te amo ¿Verdad?

La pregunta lo tomó por sorpresa, aún más cuando Ángel sostuvo firmemente sus mejillas.

—Sin importar qué —la determinación en su rostro fue contundente.

Las manos firmes sobre su rostro de repente se volvieron suaves. Sintió las caricias de los pulgares moviéndose y se dejó guiar hasta los labios de su novio donde le esperaba un dulce beso.

—Así que dime, ¿Qué hace un joven tan guapo aquí a estas horas de la noche?

Recuerdos de OctubreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora