Cocina

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En cuanto se puso sobre la mesa la división de tareas no dudó en escoger la cocina. Fue un gusto que adquirió desde pequeño y si podía hacerlo y zafarse a la vez de fregar el piso, lo tomaría.

Había algo muy satisfactorio en crear algo que los demás pudiesen saborear. Comer era en sí uno de los placeres más grandes que tenía en la vida, por lo que pensar que podía ser capaz de satisfacer así a las personas con deliciosos bocados, le hacía muy feliz.

Tal vez empezó muy fuerte. Quiso impresionar a Cato. No tenía atractivo físico como el o carisma, así que quiso seguir el consejo de aquella película: "la mejor forma de llegar al corazón de una persona es a través de su estómago", más o menos. De cualquier forma empezar con una abundante olla de pozole fue algo exagerado. Al final tuvo que invitar a Matías y su novia para que se pudiese terminar, bajo la excusa de que estaban celebrando el que por fin consiguió rentar la habitación y la llegada de Cato. Algo cursi que jamás habría hecho por cuenta propia.

Después de eso siguieron todos sus guisos famosos; las pechugas rellenas de queso y jamón en salsa de queso, tarta de pollo con pimientos, crema de brócoli, pasta de perejil, etc etc... También hubo postres; pays, pasteles, fruta preparada, todo un montón de azúcar que igual tuvo que compartir con su amigo. Si Cato llevaba una dieta seguramente la había roto, una lastima.

El problema con la cocina era que las recetas que conoces se gastan y toca buscar nuevos sabores, y con ello ensayo y error hasta obtener algo decente. Lo peor, era que él no se tomaba muy bien esos los fracasos.

—Ahhh maldita sea... —se quitó los guantes y los arrojó en la mesa.

Calabazas rellenas... algo tan simple y llano como eso lo había cagado. Pero claro, las calabazas eran una verdura muy suave que debía cocerse al final ¿En qué momento pensó que estaría bien dejarlas tanto tiempo en el horno? Y para colmo, les quitó demasiada carne para rellenarlas por lo que no aguantaron y se deshicieron en el horno. Ahora tenía un refractario lleno de puré vomitivo de calabaza, carne, jitomate y queso.

No podía darle eso a Cato.

Y hablando del rey de Roma, la bella durmiente se había despertado. Pudo escuchar claramente cómo salía de su cuarto y entraba al baño.

Increíble, tenía menos de una hora para pensar en que hacer, no, en realidad tenía menos de una hora para pensar, planear, comprar, preparar, cocer... Cato aportaba mucho a la casa. En los meses juntos él había sido quien más apoyaba económicamente y eso que él era el arrendado. Lo menos que podía hacer era ofrecer una comida agradable.

Se apuro en abrir las gavetas y buscar algo, lo que sea. Había varias opciones y a la vez nada. ¿Sopa? Ya no podía, se terminaron los jitomates con el intento de calabazas rellenas. ¿Atún? Ya había preparado algo con atún hace unos días... tal vez si lo hacía en tortitas con papa... No no no ¿Con que las acompañaría? Tendría que ir por jitomate para la sopa, pepino para ensalada... ¿Tal vez hacer una vinagreta? Así no quedaría tan insípida su ensalada de espinaca y lechuga... ¿Tenía espinaca?

Al salir del baño Cato ya más refrescado sintió un rico aroma proveniente de la cocina. Su estómago gruñó con la promesa de comida. Ya era tarde y no había comido nada sustancioso desde el día anterior por la noche, así que naturalmente camino feliz hacia donde debía esperarle algún platillo recién hecho.

En la barra que dividía la cocina de la sala encontró un traste con algo que parecía ser... ¿carne? gratinada. No estaba seguro de que era pero tenia hambre y ya podía saborearlo untado en unas tostadas. Solo tendría que ir a buscar a Ángel a su cuarto.

No fue necesario.

Antes de que pudiera dar la vuelta le dio cierta impresión. Un ruido extraño que le hizo asomarse del otro lado. Ahí estaba Ángel, sentado en el piso y abrazando sus rodillas con la mirada perdida.

—Creo que al final pediremos pizza o algo —hablo sin ningún animo.

Se sorprendió al verle tan triste. No entendía que estaba pasando y su primer impulso fue querer levantarlo, pero no parecía que fuera a hacerlo, así que movió el banco que le estorbaba y se sentó a un lado.

—¿Por qué dices eso dulzura? —tentando aguas acercó la mano a su hombro, apenas tocándolo. Al ver que no respondía negativamente la dejó caer con un pequeño apretón.

—gggg... ¿no viste eso? —señaló hacia arriba— se supone que serían calabazas rellenas. Se suponía.

Oh, ahora tenía sentido, pensó Cato.

—Luego quise hacer otra cosa pero... no se, no se me ocurrió nada y terminé sentándome aquí... como un idiota.

Cato frunció el ceño. Si había algo que le molestaba era que se hablara así mismo de esa forma. Tal parecía ser que ya lo tenía en cuenta el pequeño puesto que midió sus palabras antes de abrir la boca.

—Dulzura... —le tomó del rostro para obligarle a verlo— está bien si te equivocas, la cocina no es fácil. No eres un idiota por no ser perfecto.

Ángel trató de evadir la mirada, girando los ojos a un lado y cerrándolos cuando Cato se movía en su dirección. Era muy difícil tomar esas palabras y creerlas. Tal vez si seguía con los párpados sellados y nunca jamás los habría, podría librarse... Mala elección. Se vio obligado a abrirlos cuando sintió la punta húmeda de una lengua tocar su mejilla.

—¡Cato! —el aludido rio mirando como se limpiaba.

—Hablo en serio, Ángel. No hables tan mal de ti —volvió a acercarse al rostro de su novio, esta vez dejando un besito donde antes lamió—. te has esforzado mucho cocinando, date un poco de crédito.

—Suenas como Matías.

—Tal vez Matías tiene la razón.

—¿Incluso cuando te llama mi gato? —el otro rio

—¿Se equivoca? —en un pequeño acto de devoción, tomó la mano de Ángel y la llevó hasta su mejilla, frotándose un poco y dejando un beso al final sin dejar la picardía en sus ojos.

—¡Basta! esta bien esta bien, no soy idiota —en un segundo se levanto del suelo dándole la espalda a Cato, aunque eso no pudo esconder lo rojo de sus orejas.

Cato se levantó satisfecho dándole un beso en la frente a Ángel antes de ir hasta la alacena para sacar las tostadas.

—No no no, yo también hablo en serio. No nos vamos a comer eso.

Recuerdos de OctubreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora