Opuesto

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La puerta se azotó, haciendo vibrar los objetos sobre los muebles aledaños. Poco le importó que los vecinos pudieran escucharle. Que se quejaran si se atrevían. Más de una vez lo habían intentado y las cosas siempre terminaban a su favor, así que en ese punto seguramente ya deberían haber aprendido a no meterse con él.

A tropezones se las arregló para caminar en la oscuridad hasta llegar a la cocina y encender la luz. En la soledad de su apartamento se podía escuchar todo un escándalo de gavetas abriéndose y azotándose solo para buscar un simple vaso y llenarlo con agua en el dispensador. El líquido helado bajando por su garganta fue lo suficiente para hacerlo entrar en todos sus sentidos, o al menos más que antes.

El reloj marcaba casi las 4. Habría preferido quedarse a dormir en el hotel, pero el chico con el que se acostó resultó ser muy empalagoso, demasiado para su gusto. Estuvo tentado a simplemente echarlo del cuarto a patadas y dormir tranquilo, pero, por una vez, se sintió tan fastidiado que prefirió evitar el conflicto e ir a casa. De cualquier forma seguía ganando, pues sabía que, para ese chico, el trato silencioso era un mejor castigo. 

Algo se sentía extraño.

Dio la vuelta tratando de encontrar algo entre las sombras. No había nada, ni nadie. Solo penumbras.

Debía seguir bastante borracho. 

Un poco más tarde, después de lavarse los dientes, fue directo a su cuarto. No se molestó en encender la luz, ya sabía donde encontrar su cama y estaba demasiado cansado para volver a apagarla. 

Empezó por quitarse el collar en su cuello. Lucia bien, pero era incomodo al dormir. El colgante resonó al chocar contra la madera de la mesita junto al colchón. Cada pequeño sonido se sentía como una orquesta cuando era de noche. Cosas tan irrelevantes que no solía escuchar de día ahora eran molestas. Como su respiración, el latido de su corazón, cada superficie que sus manos rozaban, los suaves pasos detrás de él…

Apenas le dio tiempo de dar la vuelta. Tan pronto giró sobre sus pies, una mano sostuvo su cuello con tal fuerza que en segundos fue levantado y terminando con la espalda contra el suelo.

No podía respirar. La presión era tal que ni siquiera podía emitir sonido alguno. De pronto el paso de aire en sus pulmones se convirtió en un deseo tan desesperado como el del agua en medio de un incendio. Y es que la sensación en todo su cuerpo era de fuego. No podía sentir nada más a excepción de la seda de los guantes sobre las mismas manos que lo estaban ahorcando.

Oscuridad y la respiración agitada de alguien más fueron las otras dos últimas cosas que pudo percibir antes de caer inconsciente. De haber encendido las luces, habría sido capaz de reconocer el brillo azul de los ojos que disfrutaban con tanto placer ver como se apagaba su vida. 

Aun cuando estuvo seguro de que había muerto, sus dedos siguieron enterrándose en su carne. Quería golpearlo, apuñalarlo, desfigurarle el rostro, hacer que sufriera mil veces más de lo que a Ángel. Pero aun con esos deseos sabía que no valía la pena hacer tanto ruido y arriesgar su vida y trabajo por esa escoria. 

Tardó un buen rato en poder relajarse con toda la adrenalina corriendo por sus venas. Al soltarlo sus manos se sentían acalambradas y las cicatrices dolían. Seguramente la sensación permanecería por días. Tal vez se había dejado llevar un poco; no importaba, ahora debía ocuparse de lo que quedaba de esa alimaña. Basto con colgarlo de su costoso ventilador de techo y tirar un banco a un lado.

"Está hecho"

Escribió rápidamente antes de subirse a su motocicleta. El camino fue corto y tranquilo, sin tráfico. Las pocas personas que conducían a esa hora eran los madrugadores y quienes tenían que cruzar media ciudad para llegar a su trabajo. Algunos ya iniciaban sus labores limpiando los locales y las banquetas. El mundo seguía su curso normal y aun así había cierta paz en el aire. 

Si bien la mayoría de las veces le daba igual quien tuviera que matar, esta vez no podía negar la satisfacción de terminar con la vida de su objetivo. Dominic ya no sería una molestia. Su muerte no iba a arreglar todo el daño hecho ni los traumas, pero ahora Ángel podría salir solo a la calle sin el constante temor a encontrarlo. 

Al llegar a casa se aseguró de ser sigiloso. Entró a su cuarto, cambió sus ropas, se lavó como si hubiera tocado sarna y fue directo a ver a su novio. Dormía plácidamente en su lado del colchón, dejando espacio suficiente y las cobijas levantadas para que Cato se recostara a su lado al llegar. 

Lindo, pensó. 

Antes de recostarse, el sonido de una notificación llamó su atención. En la mesa de noche, la pantalla del teléfono de Ángel se encendió mostrando el mensaje entrante de un número desconocido.

"El servicio que solicitó ha sido completado".

—No te culpo, dulzura —susurró acariciando su cabeza—. Se lo merecía.

Recuerdos de OctubreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora