Moon River

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Noviembre 2026 — Motril

Chiara despierta desorientada, con el cuello dolorido. Abre los ojos, mirando a su alrededor, y le toma unos segundos procesar y recordar la noche anterior.

Viajar hasta Granada. Violeta recogiéndola. El juego de preguntas dolorosas con vino. Quedarse dormidas... Definitivamente, tener la espalda encorsetada ahora mismo ha merecido la pena solo por quedarse dormida con el calor del cuerpo de Violeta tan cercano al suyo.

La única pega es... ¿dónde está Violeta? Porque ese calor ha desaparecido.

Se levanta, estirando los músculos entumecidos, y mira alrededor de la estancia abierta que es la planta baja de la casa. No tiene que buscar mucho, pues las cristaleras que dan al porche trasero dejan ver perfectamente a la figura de Violeta, sentada en un balancín, con un cuaderno entre sus piernas mientras escribe, ajena a todo.

A pesar del cielo nublado, cubierto por nubes oscuras que amenazan con descargar, la ausencia del sol apenas se nota teniendo la presencia de Violeta.

Una descarga eléctrica pasa por el cuerpo de Chiara, estremeciéndola. No se siente capaz de romper la paz y la concentración en la que la otra chica parece estar sumida, así que decide darle un poco más de tiempo y se dirige al baño a asearse.

Se descubre a sí misma delante del espejo con una sonrisa que no sabía que tenía. Anoche, pusieron las cartas sobre la mesa. Pero eso no significa que ahora haya un trazado claro sobre cómo proseguir... ¿qué se supone que tienen que hacer ahora?

Se mira, teniendo una conversación silenciosa consigo misma. Su otra parte racional le dice que van a hacer exactamente lo que dijeron ayer: tomárselo despacio, no reprimir las ganas de estar juntas, de regalarse momentos que poco tengan que ver con ser amigas.

¿Y eso es ir despacio? O si por el contrario, ¿y si van demasiado lento y Violeta se cansa?

Un torbellino de dudas y nervios se instala en su estómago. Su fachada de valentía de la noche anterior se tambalea ahora que la posibilidad de reparación es real, de volver a algo que una vez casi tuvo y la dejó destrozada. Sabe, por otra parte, que es normal que el miedo le lleve a crear escenarios que le piden a gritos retroceder, dar marcha atrás corriendo.

Pero, por encima de todo el miedo, se siente más viva que nunca. Y no es solo por sus sentimientos hacia Violeta, porque esos nunca se han ido, sino porque está siendo honesta consigo misma. Puede que salga mal, y acabe con el corazón destrozado otra vez... pero la sensación de tirarse al vacío desde un avión sin paracaídas le parece poco riesgo en comparación con lo que siente cuando está con Violeta.

Hicieron las cosas mal, perdieron el control de la situación y se hicieron daño. Y aun así, nunca se ha vuelto a sentir igual de entendida, igual de feliz, igual de viva, que en los buenos momentos que compartieron.

Esa va a ser su guía, su faro. Su estrella polar navegando la tormenta.

El aire frío golpea su cara cuando abre la puerta que da al porche. Violeta, que había seguido absorta en su mundo, levanta la vista de su cuaderno en lo que debe ser la primera vez en horas. Su cara lavada, adornada por sus gafas de vista, es tan doméstico que Chiara siente un mezcla de nostalgia y anhelo tirando de su corazón.

Violeta parece un poco desconcertada por un momento, pero vuelve a la realidad en cuanto sus ojos entran en contacto con los de Chiara, y una sonrisa automática se dibuja en sus labios.

—Buenos días —la saluda, cerrando su cuaderno.

—Buenos días —Chiara imita la sonrisa, rascándose la nuca con timidez—. Sorry, no quería interrumpirte.

Silver SpringsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora