𝟎𝟐𝟕

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Más manos comenzaron a aparecer de la nada, alargando sus deformes dedos hacia la joven Tenshi. La primera la había rozado apenas, pero pronto sintió la presión de decenas más, todas materializandose a su alrededor. La agarraron con fuerza, envolviendo sus muñecas, sus tobillos, su cuello, e incluso tironeando la tela de su uniforme a la altura de sus caderas y hombros, como si intentarán arrastrarla hacia el abismo. La sensación de esas manos sobre ella era fría y casi opresiva, estaban llenas de una energía maldita que parecía succionar la poca estabilidad que quedaba en aquel vacío por el cual caían.

Ella intentó resistir, pero la fuerza de las sombras aumentaba. El nerviosismo comenzó a invadirla; no por la maldición, sino por la presión que sentía dentro de sí misma, un eco de algo que había temido desde hacía tiempo. Sabía que podía liberar su energía celestial, que con un solo movimiento podría destruir el dominio y escapar de la expansión, pero también sabía lo que eso significaba. El riesgo de descontrolarse y liberar más energía de la necesaria era real, y las consecuencias... No podía desestabilizarse, no otra vez.

— ¡Suguru! — gritó, su voz se veía cortada por el esfuerzo de alzar la voz más de lo normal, mientras las sombras la arrastraban cada vez más hacia abajo.

Entre las sombras, Kiyomi logró ver a su compañero, cayendo metros más allá, también atrapado en una red de manos que parecía extenderse desde todas partes. Algo en las sombras a su alrededor comenzaba a envolverlo, una oscuridad más densa, más palpable, como si intentara absorberlo por completo.


Tengo que llegar a él.


Sabía que la única manera de acercarse a él en esas condiciones y sacarlo de esa trampa era usar una de sus técnicas, era momento de actuar. Cerró los ojos un instante cualquier cosa a su alrededor, y dejó que su energía tanto celestial como maldita fluyeran a través de ella. Con un destello plateado, dos alas surgieron de su espalda, brillantes como el metal líquido, emitiendo una luz pura que cortaba la oscuridad a su alrededor.

Batió sus alas con fuerza, liberándose de las manos que la sostenían. La resistencia fue inmediata, las sombras intentaron desesperadamente retenerla, pero su energía celestial brillaba con tanta intensidad que las manos se desvanecieron con un siseo como si estuviesen siendo quemadas, totalmente incapaces de sostenerla. Se impulsó hacia adelante, frenando su caída lo suficiente para maniobrar en medio de ese vacío retorcido.

Geto estaba solo unos metros, pero algo en la sombra que lo envolvía parecía cobrar vida propia, tirando de él como si quisiera devorarlo. Ella, con las alas batiendo, voló hacía él, acortando la distancia en segundos. Justo cuando las sombras estaban a punto de envolver completamente a su compañero, ella lo alcanzó, estirando sus manos hacia él.


— ¡Te tengo! — exclamó, sujetándolo con firmeza debajo de las axilas, tirando de él hacia ella con fuerza.


Por un instante, el tiempo pareció detenerse. Antes de que ella lo sujetará, los ojos de Geto se encontraron con los de Kiyomi, apenas unos centímetros de distancia. La intensidad en su mirada era distinta a la usual, pero lo que llamó su atención fueron sus ojos. Los brillantes ojos azules habían cambiado, transformándose en un color plata líquida, brillando con un poder que nunca antes había visto en ella.


— Kiyomi...tus ojos...— murmuró sorprendido, pero calmado.


Ella, consciente de lo que él estaba viendo, no desvió la mirada por los escasos segundos que estas se encontraron, estaba concentrada en algo más. Las alas en su espalda batían con fuerza, frenando la caída y alejándolos de las sombras que intentaban consumirlos. Todo su cuerpo temblaba por el esfuerzo de no desatar su poder de golpe. Sabía que debía ser cuidadosa. Si liberaba demasiada de su energía celestial, podría desestabilizar y eliminar el dominio, pero, a su vez, corría el riesgo de perder el control como cuando era niña.

𝑹𝒆𝒔𝒐𝒏𝒂𝒏𝒄𝒊𝒂 𝑰𝒏𝒇𝒊𝒏𝒊𝒕𝒂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora