𝟎𝟎𝟕

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                               La luz de la mañana se filtraba a través de las cortinas, llenando la habitación del heredero de los Gojo con un brillo suave y cálido. Satoru fue el primero de los dos en despertar, sus ojos azules parpadearon ante la claridad que anunciaba el nuevo día. Rápidamente se dio cuenta que estaba medio colgado de la cama, con su torso siendo apenas sostenido por el borde de la cama, miró a su alrededor y vió a Kiyomi en una posición igualmente extraña: su cabeza estaba donde normalmente iban los pies y una pierna descansaba sobre su estómago.

                               Ante la escena, el chico no pudo evitar sonreír divertido. Con cuidado, se enderezó y se deslizó fuera de la cama, despertando sin querer a su amiga en el proceso.


                               — ¿Qué hora es...?— preguntó la peliblanca, en medio de un bostezo mientras frotaba sus ojos con somnolencia.

                              — Es temprano. Supongo que tuvimos una noche movida.

                             — ¡Ah! — exclamó, mirando a su alrededor, riendo suavemente. — No recuerdo habernos quedado dormidos en una posición tan extraña.

                              — Bueno, debió ser divertido. — murmuró, encogiéndose de hombros. — Vamos a lavarnos la cara, tengo un cepillo de dientes de repuesto que puedes utilizar.


                               Realmente no les importaba mucho si los encontraban juntos, pero sabían a la perfección que sería mejor estar aunque sea medianamente presentables si eso ocurría. Así que se tomaron turnos para lavarse la cara y cepillarse los dientes en el baño adjunto, con Satoru ya cambiado de atuendo y Kiyomi aún en pijama, no tenía ropa limpia en la habitación de su amigo, para ello, debería regresar a la alcoba que se le había asignado.


                             — No tengo ropa aquí...debería ir a buscarla, Toru-chan.

                            — No te preocupes, puedes usar algo mío. Aunque puede que te quede un poco grande.

                               — No me importa. Gracias, Toru-chan.


                               Sin pensarlo demasiado, el varón fue hacía el armario donde se hizo con algunas prendas, una camiseta y unos pantalones deportivos, los cuales le prestó a su amiga. Que aunque le quedaban un poco grandes, aceptó con una sonrisa.

                               Observándola, mientras peinaba sus largos mechones blancos, torpemente, Gojo tuvo una idea.


                              — Déjame peinarte. Puedo hacerte unas trenzas.

                              — ¿Tú? — levantó una ceja con cierta duda. — Esto será interesante.

                              — Confía en mí, no puede ser tan difícil.


                              Ante la actitud segura de su amigo, ella tomó asiento en el suelo, dándole la espalda a él, quien se colocó detrás de ella y comenzó a trabajar con su cabello. Sus movimientos eran considerablemente muy torpes, pero su entusiasmo era contagioso.

𝑹𝒆𝒔𝒐𝒏𝒂𝒏𝒄𝒊𝒂 𝑰𝒏𝒇𝒊𝒏𝒊𝒕𝒂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora