Capítulo 2: La primera impresión

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El aula estaba casi vacía cuando entré, como siempre prefiero

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El aula estaba casi vacía cuando entré, como siempre prefiero. Me gusta tener unos minutos de tranquilidad antes de enfrentarme a la maraña de mentes jóvenes que llenarán esta sala. No es que no disfrute enseñar, lo hago, pero no siempre es fácil mantener el control de un grupo que aún no comprende la verdadera naturaleza del mundo. Todos creen que están aquí para aprender, pero la mayoría de ellos están tan lejos de la realidad que a veces me resulta casi... entretenido.

Me acerqué al escritorio, dejé mi carpeta de documentos y recorrí el aula con la mirada. Había algunos estudiantes ya sentados, aunque no presté demasiada atención. A lo largo de los años, aprendí a identificar rápidamente quién realmente vale la pena y quién está solo cumpliendo con el sistema.

Un gesto o una mirada son suficientes. Con el tiempo, he perfeccionado el arte de la observación. Casi siempre puedo decir en los primeros minutos qué tipo de estudiante tengo frente a mí. Hoy no debería ser diferente.

Justo cuando iba a acomodar mis papeles, algo llamó mi atención. Una joven sentada en la tercera fila, un poco apartada, con el cabello castaño cayendo sobre sus hombros, parecía diferente a los demás. Al principio no sabía por qué me llamó la atención. No había nada particularmente notable en ella: una estudiante más, preparada con su cuaderno y bolígrafo, lista para tomar notas. Pero había algo en su forma de estar ahí, en su postura, tal vez en la forma en que sus ojos parecían un poco más cautelosos que los de los demás. Como si estuviera acostumbrada a observar antes de hablar, a medir cada palabra.

Camila Fernández, así me dijo que se llamaba más tarde durante la clase. Su respuesta a mi pregunta no fue nada fuera de lo común, pero fue clara y concisa, lo que me dio una impresión de seriedad. No parecía ser del tipo de estudiante que se dejaría llevar por distracciones inútiles. Una virtud rara en estos tiempos.

Observé cómo respondió, aunque sin darle mayor importancia en ese momento. Ella parecía tímida, pero no de esa manera insegura que detesto en los estudiantes que no quieren esforzarse. Había algo en su tono, en su actitud... ¿Determinación, tal vez? Era demasiado pronto para decirlo.

Mientras continuaba con la clase, mi mente, por momentos, volvía a ese breve intercambio. No suelo detenerme en los estudiantes, pero algo en ella, algo en la quietud de su comportamiento, me dejó pensativo. ¿Qué historia llevaría detrás?. Era evidente que no encajaba del todo en el molde de la típica alumna universitaria despreocupada, y eso me interesaba.

La clase terminó como de costumbre. Algunos estudiantes se acercaron para hacer preguntas banales que podía responder con una mano atada a la espalda. Asentí, escuché, pero mis pensamientos regresaban a esa chica. Mientras recogía mis papeles, la vi salir con rapidez, sin mirar atrás. La observé mientras se alejaba del aula, y una pregunta surgió en mi mente: ¿Qué la hace diferente a los demás?

Camila Fernández, repetí su nombre mentalmente. La primera impresión siempre es clave. Y esta estudiante... tenía algo. Algo que aún no lograba descifrar, pero que seguramente descubriría con el tiempo.

Caminé hacia mi auto en silencio, pensando en lo que el día me había dejado. La universidad siempre había sido mi refugio, el lugar perfecto para encubrir lo que realmente soy, para mantener la apariencia de una vida normal. Aquí, yo soy solo el profesor García Montenegro, el académico respetado y distante.

Pero en la vida real, fuera de estos muros, soy mucho más que eso.

Sin embargo, en esta clase, y por primera vez en mucho tiempo, algo —o alguien— había captado mi atención. Camila Fernández. Tendría que observarla más de cerca en los próximos días. Quién sabe qué descubriré sobre ella.

Sonreí levemente mientras arrancaba el auto. No todos los días alguien logra hacerse notar tan temprano. Y sin siquiera intentarlo.

Mi Profesor Es Un MafiosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora