Capítulo 20: La trampa del silencio

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Un dolor sordo entre mis piernas me hizo apretar los dientes

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Un dolor sordo entre mis piernas me hizo apretar los dientes. Había perdido mi virginidad con Leonardo García Montenegro, y el recuerdo aún ardía en mi cuerpo. El dolor no era solo físico; era un recordatorio de que él creía haber ganado, de que pensaba que tenía el control. Pero la partida no había terminado. Solo había cambiado de fase, y ahora tenía que jugar mejor que nunca.

Me retorcí ligeramente en la silla, sintiendo el roce de las cuerdas contra mis muñecas. Intenté aflojar los nudos, moviendo los dedos despacio para no hacer ruido. Era inútil. Él había sido cuidadoso. Maldita sea. No iba a rendirme. Sabía que la única forma de salir viva de aquí era encontrar su punto débil. Todos los hombres tienen uno, incluso el maldito Diablo.

Respiré hondo para mantener la calma, escuchando los sonidos del lugar. El espacio estaba en completo silencio, excepto por el leve zumbido de un ventilador en algún lugar cercano. Este lugar estaba hecho para romper a las personas. Pero yo no me rompería.

Mis dedos seguían trabajando en los nudos cuando escuché pasos. Leonardo. Mi corazón se aceleró, pero hice un esfuerzo por mantenerme serena. No podía permitirme el lujo de mostrar miedo. Él disfrutaba con eso. Sabía que el miedo era su arma más poderosa.

Piénsalo, Camila. Piensa rápido. Cerré los ojos y dejé caer la cabeza hacia un lado, como si aún estuviera bajo el efecto del sedante. Regulé mi respiración, haciendo que pareciera lenta y profunda. Tenía que parecer vulnerable. Si él pensaba que aún tenía el control, bajaría la guardia, y entonces yo encontraría una forma de salir de aquí.

Los pasos se acercaban, lentos, precisos, como si disfrutara alargando el momento. Cada segundo que pasaba sentía su presencia más cerca. La puerta se abrió con un leve chirrido, y lo escuché entrar.

—¿Todavía dormida, Camila? —murmuró, su voz baja y llena de esa calma inquietante que me ponía los pelos de punta.

Lo sentí moverse alrededor de mí, su sombra proyectándose sobre mi cuerpo inmóvil. No podía reaccionar. No aún.

—Tarde o temprano vas a despertar. No puedes fingir para siempre. —Su tono era frío, calculador. Cada palabra parecía cuidadosamente escogida para mantenerme al borde del abismo.

No me moveré. Me repetí esas palabras como un mantra. Si quería sobrevivir, tenía que jugar mejor que él.

Sentí su mano acercarse a mi rostro. Mi piel ardía bajo la expectativa. Cada parte de mi cuerpo me gritaba que me moviera, que lo apartara, que luchara. Pero no podía. No todavía.

—Camila... —susurró, casi como si pronunciara mi nombre con cariño, pero sabía que no era más que otra máscara—. Sabes que te encontraría, ¿verdad? Nadie escapa de mí. Nadie.

Su aliento caliente rozó mi cuello, y la tensión en el aire se volvió insoportable. Podía sentir su control, su dominio, su necesidad de mantenerme bajo su poder.

—Podríamos haber hecho esto más fácil —dijo, como si de verdad creyera que esta situación era mi culpa—. Pero tú tenías que complicarlo todo, ¿verdad?

Apreté los puños detrás de la silla, manteniendo mi respiración constante. No le daría la satisfacción de responder. No aún.

—Me gusta tu espíritu, Camila —continuó, inclinándose aún más cerca de mí—. Pero no confundas la resistencia con fuerza. Al final, siempre termino ganando.

Sentí cómo sus dedos rozaban mi mandíbula, bajando lentamente por mi cuello. El control que estaba ejerciendo sobre sí mismo era evidente. Disfrutaba tenerme así, indefensa, o al menos, creyendo que lo estaba.

—Sabes que no tienes que pelear más, ¿verdad? —susurró—. Podrías decirme lo que quiero saber y todo terminaría aquí. No más dolor. No más juegos.

La frialdad en su voz me recordó quién era realmente. El Diablo. Pero también me recordó algo más: él pensaba que había ganado. Y eso, precisamente, sería su error.

—Vamos, Camila —murmuró con un deje de impaciencia—. Solo dilo. Dime todo lo que sabes sobre Diego y acabamos con esto.

Cada palabra suya era como un recordatorio de que el tiempo corría en mi contra. Pero aún no había perdido. Sabía que mi oportunidad llegaría. Tenía que llegar.

Entonces lo senti inclinarse más cerca, como si esperara alguna respuesta, alguna señal de debilidad. Pero no la obtendría. No hoy.

—Voy a romperte, Camila. Lo sabes, ¿verdad? —susurró con suavidad, como si sus palabras fueran una promesa.

Mi oportunidad estaba cerca.

Mi Profesor Es Un MafiosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora