Capítulo 14: La caza del diablo

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Habían pasado días desde que Camila desapareció

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Habían pasado días desde que Camila desapareció. Tras descubrir que sabía más de lo que me había dejado ver, mi primer instinto fue actuar rápidamente, pero cuando Gabriel me informó que ya no estaba en su apartamento, comprendí que la partida se había puesto mucho más interesante. Había huido. Se movió rápido, más de lo que esperaba, pero no lo suficiente como para esconderse para siempre. Sabía que, tarde o temprano, la encontraría.

Mandé a Gabriel a rastrear cada rincón del país. No había lugar en el que pudiera esconderse sin que mis redes la encontraran. Si pensaba que podía desaparecer tan fácilmente, estaba muy equivocada. Camila no era la primera persona que intentaba escapar de mí. Pero sería la última en cometer ese error.

Pasaron días sin señales concretas. Cada reporte que Gabriel me traía era inútil, hasta que una noche, entró en mi oficina con una mirada que no necesitaba palabras. Sabía que había dado con ella. Sin mediar una palabra, me entregó la información que había reunido. Allí estaba: la dirección exacta de su nuevo refugio.

Sin perder tiempo, tomé las llaves de mi coche y salí de inmediato. El viaje fue rápido, mi mente completamente enfocada en lo que haría cuando llegara. Camila había jugado con fuego, pero ahora iba a quemarse.

Llegué al apartamento. La fachada del edificio era discreta, nada lujoso, pero suficiente para alguien que intentaba pasar desapercibido. Subí las escaleras, cada paso resonando en el silencio de la noche, hasta llegar a su puerta. Mi mano golpeó la madera con firmeza, sin dejar lugar a dudas de quién estaba allí.

La puerta se abrió lentamente, y allí estaba ella. Camila.

Llevaba una toalla envuelta alrededor de su cuerpo, su cabello mojado y su piel aún brillante de haber salido de la ducha. Parecía sorprendida, pero no por completo. Sabía que, tarde o temprano, yo aparecería.

—Profesor Leonardo —dijo, su voz suave y cargada de falsa inocencia—. ¿Qué hace aquí?

Sus palabras me hicieron hervir de rabia. ¿Inocencia? ¿De verdad creía que ese juego seguiría funcionando conmigo? Ya no. Ya sabía la verdad. No iba a dejar que esa fachada me confundiera ni un segundo más.

La miré con puro odio, sin decir una palabra. Sin dudar, cerré la puerta con el pie y caminé hacia ella rápidamente, mi mano ya buscando su cuello. La tomé con fuerza, mis dedos apretando su piel mientras la empujaba hacia la pared. Su maldito juego había terminado.

La toalla que cubría su cuerpo cayó al suelo, revelando su figura desnuda. Mis ojos bajaron por su cuerpo por un segundo, pero mi rabia no disminuyó. Estaba en control, y no iba a dejar que nada me distrajera de lo que tenía que hacer.

Camila, a pesar de la situación, sonrió, esa sonrisa fría y burlona que tanto me irritaba.

—¿Te gusta lo que ves? —preguntó, su voz goteando sarcasmo, mientras me miraba desafiante.

Sentí la sangre hervir en mis venas. Su burla solo alimentaba mi furia. La apreté más fuerte por el cuello, levantándola ligeramente del suelo, sus pies apenas tocando el suelo mientras luchaba por respirar.

—¿De verdad pensaste que podías engañar al Diablo? —le gruñí entre dientes, acercándome más a su rostro—. Soy el rey de la mafia, Camila. Nadie se burla de mí y sale con vida.

Sus ojos se abrieron por completo, la sorpresa mezclada con el pánico. Sus labios se movieron, apenas logrando articular palabras entrecortadas.

—Oh Dios mío... mi profesor es un mafioso... —jadeó, con el poco aire que le quedaba.

Eso es lo que le sorprendía. No que yo estuviera a punto de matarla, no que la tuviera atrapada contra la pared, sino que había descubierto lo que yo siempre había sido: un demonio vestido de profesor. La inocencia se había desvanecido por completo, y en su lugar quedaba la verdad brutal de lo que yo era.

La solté de golpe, dejándola caer al suelo, jadeando y luchando por recuperar el aliento. Sus manos fueron rápidamente a su cuello, frotando la piel marcada por mis dedos. Se quedó en el suelo, mirándome con mezcla de miedo y odio.

—Creíste que podrías jugar conmigo - dije, mi voz más controlada, pero aún llena de ira— Que podrías infiltrarte en mi vida, espiarme, y después desaparecer. Pero esto no ha hecho más que empezar.

Camila me miró, sin decir una palabra, sabiendo que ahora las cosas habían cambiado para siempre. La caza había terminado. Ahora era el momento de la venganza, y yo no iba a ser indulgente. Sabía quién era. Sabía lo que había hecho. Y ahora pagaría por ello.

El silencio se instaló en la habitación. Solo se escuchaba su respiración agitada y el eco de mis palabras en las paredes. El juego había terminado. Ahora, solo quedaba la sentencia.

Mi Profesor Es Un MafiosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora