El dolor en mi cuerpo era un recordatorio constante de que Leonardo no solo había ganado una batalla, sino que seguía manteniendo el control. Pero lo que más me dolía no era el físico, sino el maldito control que él creía tener sobre mí. Cada gesto suyo, cada palabra envenenada, todo estaba diseñado para romperme, para hacerme dudar de mi propia fuerza. Pero si había algo que Leonardo no comprendía, era que yo no me quebraba fácilmente.
Mis muñecas ardían por el roce de las cuerdas que me mantenían atada a la silla, la misma que no había dejado desde que me había traído aquí. Cada movimiento me costaba esfuerzo, pero no podía permitirme ceder. Mi mente giraba con rapidez, buscando una salida, buscando una grieta en el control absoluto que él creía tener.
Lo había sentido antes, cuando se inclinó cerca de mí, cuando su respiración se mezclaba con la mía. Había sentido su propia duda. Sabía que había una parte de él que no estaba segura. Y eso era lo que tenía que aprovechar.
Diego vendría por mí. Lo sabía. Siempre lo hacía. Pero sabía también que no podía depender de eso. Si quería salir viva de esta, tenía que mantenerme alerta, jugar mi mejor carta.
El eco de los pasos de Leonardo resonaba en la habitación antes de que la puerta se abriera de nuevo. No necesitaba verlo para saber que era él. Ese andar arrogante, esa presencia pesada que llenaba el espacio. Sentía su poder como una presencia física que intentaba aplastarme, pero yo aún respiraba. Aún luchaba.
—¿Sigues en silencio? —dijo Leonardo, su voz tan calmada que casi me hizo estremecer. Casi.
Lo escuché acercarse lentamente, sus pasos deliberados. Sabía que le gustaba alargar los momentos, hacerme sentir su presencia antes de atacar.
—No va a durar, Camila —continuó—. Puedes hacer esto más fácil. Puedes terminar con todo si decides hablar.
Sus palabras eran suaves, casi como si me ofreciera una salida amable, pero sabía que no era más que otra de sus tácticas. Quería que yo me quebrara primero. No podía dárselo.
—No tienes que seguir luchando. —Se detuvo frente a mí, sus ojos perforándome con esa mirada fría e implacable—. No sobrevivirás a esto si sigues intentando pelearme.
Levanté la mirada lentamente, mis ojos conectando con los suyos. Sabía que mi silencio lo enfurecía más que cualquier palabra que pudiera decirle. Y eso me daba poder.
—Sabes... —mi voz salió apenas en un susurro, pero lo suficientemente clara para que él la escuchara—. No te tengo miedo. Nunca lo tuve.
Vi cómo sus labios se apretaron, solo un instante, pero fue suficiente para saber que lo había alcanzado.
—Eso es lo que te dices a ti misma para seguir adelante, ¿verdad? —respondió, inclinándose hacia mí, su rostro a solo centímetros del mío—. Porque si admitieras la verdad, sabrías que ya no hay salida para ti.
Sus palabras intentaban calar en mí, intentaban romperme, pero no lo lograría. No hoy. No ahora.
—La verdad, Leonardo, es que el miedo no me controla. —Mi voz era más firme esta vez, mis ojos fijos en los suyos—. Diego vendrá por mí. Y cuando lo haga, estarás acabado.
Hubo un segundo de silencio, solo un segundo en el que vi algo en sus ojos. Duda. Pero rápidamente lo ocultó detrás de esa máscara de control que siempre llevaba.
—Diego no vendrá. —dijo, sonriendo—. Porque para cuando llegue, tú ya habrás contado todo lo que necesito saber.
Esa sonrisa me irritaba. Creía tener todo planeado, todo bajo su control, pero yo sabía algo que él no. Diego me valoraba más de lo que cualquier enemigo jamás podría entender. Y eso lo hacía peligrosamente impredecible.
—Sigues subestimando lo que él haría por mí, Leonardo. —Lo desafié con una sonrisa, tan pequeña como provocadora—. Y eso, al final, te costará caro.
Su mirada se endureció de nuevo, pero no se movió. Sabía que estaba hiriendo su orgullo. Sabía que lo estaba empujando a una línea que no cruzaría tan fácilmente.
—Sigues creyendo que Diego te salvará —murmuró, casi como si lo que decía fuera insignificante—. Pero lo único que has hecho es firmar tu sentencia de muerte.
Mi cuerpo se tensó, pero no mostré debilidad. No le daría ese placer. Sabía que Diego venía, y también sabía que mi tiempo estaba contado si no llegaba a tiempo.
Leonardo se inclinó aún más, su rostro tan cerca que podía sentir el calor de su respiración.
—¿Sabes qué es lo más divertido de todo esto, Camila? —susurró, con un tono tan suave que casi parecía afectuoso—. Te rompí antes de que siquiera te dieras cuenta.
Su control era impresionante, pero lo que no entendía era que yo también estaba jugando mi propio juego. Diego vendría por mí, de eso no había duda. Pero si quería salir de esto viva, también tenía que usar mi propia astucia.
El reloj estaba en marcha. Y cada segundo me acercaba más a la libertad, o al fin.
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Mi Profesor Es Un Mafioso
RomansaCamila Fernández Valdés, una estudiante aparentemente reservada e inteligente, entra a la universidad con una fachada cuidadosamente construida: la de una joven huérfana de 18 años que solo busca un futuro mejor. Pero la verdad es mucho más oscura...