Habían pasado ya unas semanas desde que comencé la universidad, y todo debería estar encajando a la perfección. Mis clases estaban siendo desafiantes, sí, pero no imposibles. Los profesores eran en su mayoría accesibles, algunos incluso amigables. Pero había una clase que no podía quitarme de la cabeza: la de economía con el profesor García Montenegro.
No podía decir exactamente qué era, pero algo en su presencia me hacía sentir incómoda. No era solo su forma de enseñar, que era meticulosa y eficiente. Era más... su forma de mirarme. Siempre encontraba su mirada sobre mí, incluso cuando no estaba hablando. Era como si yo fuera la única en la clase a la que prestara atención, y eso me inquietaba.
Hoy, mientras caminaba hacia el aula, ese sentimiento volvió a aparecer, como una sombra que no podía sacudirme. Mis pasos resonaban en el pasillo vacío. Miré a mi alrededor, tratando de convencerme de que todo era normal, que solo eran imaginaciones mías. ¿Por qué me sentía observada?
Entré en la clase temprano, como siempre, y me senté en mi lugar habitual, en la tercera fila. Ya había pasado suficiente tiempo como para que las cosas se sintieran rutinarias, pero esa sensación persistía. Me recosté en el respaldo de la silla, intentando distraerme, cuando noté que ya había entrado más gente. El murmullo de los demás estudiantes llenaba el aire, pero yo no podía concentrarme en lo que decían.
El profesor García Montenegro entró con la misma calma de siempre, su presencia llenaba el aula en cuanto cruzaba la puerta. Me quedé inmóvil cuando su mirada se cruzó con la mía. Era casi imperceptible, pero lo sentí. Otra vez. Lo mismo de siempre, esa sensación de que me estaba observando más de lo que era necesario. Intenté enfocarme en mis notas, no quería parecer desconcertada. Pero mi mente no dejaba de dar vueltas. ¿Por qué me estaba prestando tanta atención? ¿Era algo que hice?
La clase continuó como de costumbre. Sus explicaciones eran claras, aunque intensas. No es que no disfrutara aprender, pero la presión de sentirme observada hacía que el peso en mis hombros fuera más difícil de soportar. Intenté participar, respondí a sus preguntas con la misma seguridad de siempre, pero había algo más. Era como si todo lo que hacía en esa clase estuviera bajo un microscopio.
Cuando la clase terminó, recogí mis cosas lentamente, intentando no parecer apurada por salir. Sin embargo, cuando estaba a punto de ponerme de pie, escuché su voz.
—Camila —me llamó, una vez más.
Me quedé paralizada por un segundo antes de girarme lentamente para mirarlo. Él se había acercado a su escritorio, con su mirada fija en mí, esperando.
—¿Podrías quedarte un momento? Me gustaría discutir algo contigo.
Mi corazón empezó a latir más rápido. ¿Qué querrá ahora? Sentí los ojos de los otros estudiantes sobre mí mientras salían, algunos murmurando entre ellos, pero ninguno se quedó lo suficiente como para que me sintiera observada por ellos.
Me acerqué al escritorio mientras los últimos estudiantes salían del aula. El silencio se instaló en la sala cuando la puerta finalmente se cerró detrás de ellos.
—¿Todo bien? —pregunté, tratando de sonar calmada.
El profesor me observó por un segundo más antes de hablar.
—He estado revisando tu desempeño en clase, y creo que tienes un gran potencial en este campo. —Hizo una pausa breve, como si evaluara cada palabra que salía de su boca—. Sin embargo, parece que hay algo que te inquieta.
Sus palabras me tomaron por sorpresa. ¿Era tan obvio? ¿Sabía que había algo raro, o solo era una suposición?
—No, todo está bien —mentí. Sabía que no debía mostrar ninguna debilidad frente a él. Aunque su tono era neutral, la manera en que me miraba me hacía sentir que veía más de lo que yo quería que viera.
—Camila —dijo, y esta vez su voz era más baja, más grave—, la universidad es un lugar para explorar ideas, pero también para enfrentarse a ciertos miedos. Si hay algo que te preocupa, puedes decírmelo.
Sentí un nudo en el estómago. No estaba segura de qué hacer o qué decir. ¿Realmente quería ayudarme, o había algo más detrás de esas palabras? Miré a sus ojos, buscando algún indicio de sinceridad, pero solo vi ese mismo control frío que siempre tenía.
—Gracias, profesor, pero estoy bien —respondí finalmente.
Asintió lentamente, pero no dijo nada más. Su expresión no cambió, pero sabía que no estaba convencido.
—Si necesitas hablar de algo, estoy aquí. No lo olvides.
Con un último asentimiento, me despedí y salí del aula, mi mente todavía girando en torno a lo que acababa de ocurrir. Mientras caminaba por los pasillos, el eco de sus palabras resonaba en mi cabeza. ¿Por qué me estaba ofreciendo ayuda?
Mis instintos me decían que algo no estaba bien, que había más en esa oferta de lo que parecía. Pero por ahora, no tenía pruebas de nada, solo una creciente sensación de que este no era solo un profesor interesado en sus estudiantes. Había algo más. Y yo iba a descubrir qué era.
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Mi Profesor Es Un Mafioso
RomanceCamila Fernández Valdés, una estudiante aparentemente reservada e inteligente, entra a la universidad con una fachada cuidadosamente construida: la de una joven huérfana de 18 años que solo busca un futuro mejor. Pero la verdad es mucho más oscura...