El humo del cigarro se elevaba lentamente en el aire, envolviéndome en una nube de pensamientos. Camila estaba cerca de quebrarse, lo sentía. Había visto su mirada vacilar cuando vio las fotos. Esa chispa de duda, esa grieta en su fachada impenetrable. Ya no era tan fuerte como antes.
Llevaba semanas esperando este momento, y ahora que estaba a punto de suceder, no podía evitar sentir una mezcla de satisfacción y algo más que no quería admitir. Camila no era como los demás. No era una pieza fácil de romper, y eso la hacía peligrosa. Y, al mismo tiempo, la hacía interesante.
Pero en este juego, la paciencia es clave. Sabía que no podía precipitarme, no con ella. Tenía que jugar bien mis cartas, no darle espacio para recuperar la fuerza que había perdido.
Mientras apagaba el cigarro, el sonido de la puerta abriéndose me sacó de mis pensamientos. Gabriel entró con esa calma inquebrantable que siempre lo acompañaba. Era eficiente, metódico, y nunca me fallaba.
—Todo está en marcha, Leonardo —dijo Gabriel, con su tono habitual de profesionalismo frío—. Camila ya ha visto las fotos. Está empezando a dudar. Es solo cuestión de tiempo.
Asentí. Sabía que era cuestión de tiempo. Lo había calculado todo. Diego no llegaría a tiempo. Incluso si intentara rescatarla, ya estaríamos preparados. Este juego era mío desde el principio.
—Diego está movilizando a sus hombres —añadió Gabriel, como si supiera lo que estaba pensando—. Tenemos información sólida de que están acercándose a la ciudad.
Sonreí. Sabía que Diego no podría resistir. Siempre había sido impulsivo cuando se trataba de Camila. Esa era su debilidad, y esa sería su perdición. Había subestimado cuánto le importaba, y ahora, estaba jugando justo en mis manos.
—Deja que se acerquen. —dije, mi tono tranquilo y calculador—. Pero asegúrate de que nunca lleguen aquí. Sabes qué hacer.
Gabriel asintió, como siempre, sin necesidad de más instrucciones. Confiaba en él para manejar a Diego. Mi preocupación, en este momento, era solo Camila. Ella era la clave de todo esto.
Me levanté de mi asiento, saboreando el control que aún tenía sobre la situación. Cada movimiento que hacíamos, cada palabra que le decíamos, la debilitaba un poco más. Y ahora, estaba a punto de dar el último golpe.
—Voy a verla —le dije a Gabriel, quien no mostró ninguna reacción—. Quiero asegurarme de que esté lista para hablar.
Me dirigí hacia la sala donde la teníamos, sintiendo el peso de lo que estaba a punto de suceder. Había estado tan cerca de quebrarse, pero algo en ella seguía resistiendo. Eso era lo que más me irritaba. Esa chispa, esa fuerza interior que parecía no apagarse por completo. Pero hoy sería diferente.
Entré en la habitación y la encontré donde siempre, atada a la silla, su mirada fija en el suelo. Las fotos seguían allí, esparcidas frente a ella como recordatorios de la traición de Diego.
—Camila. —dije su nombre con un tono más suave del que pretendía, pero su reacción fue mínima. Apenas levantó la vista.
Cerré la puerta detrás de mí y caminé hacia ella, acercándome lentamente, dejando que el silencio pesara en el aire entre nosotros. Sabía que el silencio era mi mejor aliado en ese momento. Ella estaba quebrándose. Solo necesitaba un último empujón.
—Sabes que todo esto puede terminar ahora, ¿verdad? —dije, inclinándome frente a ella, manteniendo mi tono tranquilo, casi comprensivo—. No tienes que seguir sufriendo. Solo tienes que hablar. Dime lo que quiero saber sobre Diego.
Ella levantó la vista lentamente, sus ojos llenos de rabia, pero también de algo más: desesperación. Lo vi en su mirada, lo sentí en la tensión de su cuerpo. Estaba luchando, pero sabía que estaba perdiendo.
—Diego vendrá por mí. —su voz fue débil, casi como si estuviera tratando de convencerse a sí misma más que a mí.
Solté una risa suave, inclinándome un poco más cerca, tan cerca que podía sentir su respiración entrecortada.
—Diego no vendrá, Camila. —dije en voz baja, dejando que cada palabra cayera con el peso de la verdad que sabía que ella no quería aceptar—. Él ya se ha ido. Te dejó atrás. No eres más que una pieza sacrificable en su tablero.
Lo vi en sus ojos. Esa duda, esa sombra de incertidumbre. La grieta que tanto había estado esperando.
—No... —murmuró, pero su voz tembló, y supe que estaba cerca.
—Sabes que es verdad. —mi voz era casi un susurro ahora, cargada de una falsa compasión—. Y cuanto antes lo aceptes, antes podremos terminar con todo esto.
Por un segundo, sus ojos se llenaron de lágrimas. Estaba al borde.
Y entonces, en un último acto de desafío, se inclinó hacia mí y escupió en mi rostro.
Me quedé congelado por un segundo, sorprendido por su reacción. Aún tenía algo de pelea en ella. Y aunque la rabia subió por mi cuerpo, también sentí otra cosa: respeto. Era más fuerte de lo que jamás hubiera imaginado.
Lentamente, limpié mi rostro con la manga de mi chaqueta y la miré, mi expresión volviéndose más fría.
—Muy bien, Camila. —dije en voz baja—. Parece que aún tienes algo de fuerza.
Di un paso atrás, observándola con detenimiento. Había llegado más lejos de lo que muchos habrían llegado. Pero el resultado seguía siendo el mismo. No iba a ganar este juego.
—Pero no te preocupes —añadí, mi tono tan suave que casi sonaba afectuoso—. Sé exactamente qué hacer para que hables.
Me di la vuelta y salí de la habitación, cerrando la puerta detrás de mí con un estruendo. Gabriel me estaba esperando afuera, su expresión tranquila como siempre.
—Prepárala —le dije con voz firme—. La próxima vez, no será tan fácil.
Sabía que, después de esto, Camila hablaría. Siempre lo hacían. Solo era cuestión de tiempo.
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Mi Profesor Es Un Mafioso
RomanceCamila Fernández Valdés, una estudiante aparentemente reservada e inteligente, entra a la universidad con una fachada cuidadosamente construida: la de una joven huérfana de 18 años que solo busca un futuro mejor. Pero la verdad es mucho más oscura...