El silencio en la habitación era pesado, casi tangible. Camila estaba ahí, atada a la silla, pero su mirada no mostraba miedo. Mostraba desafío. Esa maldita sonrisa seguía en sus labios, como si, incluso atrapada, creyera que podía ganar. Eso es lo que más me enfurecía. Me acercaba a la línea entre el control y la pérdida del mismo, y lo sabía. Pero no podía permitir que ella lo viera. Yo debía mantener el poder, siempre.
—¿De verdad crees que esto terminará bien para ti? —le dije en voz baja, mi tono goteando amenaza. Caminé a su alrededor, mis pasos lentos, precisos, como un depredador acechando a su presa. No la dejaría ver ninguna debilidad.
Camila me siguió con la mirada, siempre alerta, como si cada segundo fuera una oportunidad para revertir la situación.
—Tienes miedo, Leonardo. Lo veo en tus ojos. —Su voz era suave, casi burlona. Sabía que estaba provocándome, y maldita sea, era buena en ello.
Me detuve detrás de ella, mis manos descansando sobre los hombros que aún brillaban por el leve sudor del enfrentamiento anterior.
—¿Miedo? —susurré, inclinándome cerca de su oído—. Miedo es algo que nunca tendrás la oportunidad de ver en mí.
—Entonces, ¿por qué me tienes aquí? —susurró, sin girarse.
La muy condenada estaba jugando con fuego.
—Porque quiero saber qué tanto sabes sobre Diego —respondí fríamente—. Y tú me lo vas a decir, aunque tenga que arrancarlo de ti pedazo a pedazo.
Ella rió, una risa breve, casi musical, pero llena de veneno.
—Diego es mucho más de lo que puedes manejar, Leonardo. Eres bueno, pero nunca serás suficiente.
Mis dedos se tensaron sobre sus hombros. El control estaba resbalando, y lo sabía. Pero no podía dejar que lo sintiera.
—No subestimes lo que soy capaz de hacer, Camila. —Mis palabras eran como acero. Me moví frente a ella, inclinándome para que nuestros ojos se encontraran. Ella no apartó la mirada. No pestañeó.
—Eso mismo le dije yo a Diego, ¿sabes? —susurró con una sonrisa venenosa—. Y aquí estoy.
Ese maldito desafío, esa chispa en sus ojos. Me odiaba por lo que sentía hacia ella. La ira y el deseo se mezclaban, haciéndome tambalear en la cuerda floja de mis propios instintos.
Me acerqué más, dejando que el aire entre nosotros se volviera denso, asfixiante. Ella creía que tenía el control, que me estaba dominando.
—Todo tiene un límite, Camila. —Mis manos se apoyaron en los brazos de la silla, encerrándola en mi sombra—. Y el tuyo acaba aquí.
Sus labios se curvaron en una sonrisa suave, provocativa. Sabía que estaba caminando sobre terreno peligroso, pero parecía disfrutarlo.
—¿Qué vas a hacerme, Leonardo? ¿Asustarme? —se burló, con esa voz suave que me carcomía por dentro.
—No necesito asustarte, Camila —respondí, mi tono tan bajo que apenas era un susurro—. Voy a romperte, y lo sabrás cuando ya sea demasiado tarde para detenerme.
Ella me miró, y por primera vez, vi algo más allá de la arrogancia en sus ojos. Una chispa de duda. Tal vez, por fin entendía que este era un juego que no podía ganar.
La dejé allí, sola, por ahora. Había dado el primer paso, pero la verdadera guerra entre nosotros apenas estaba comenzando.
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Mi Profesor Es Un Mafioso
RomanceCamila Fernández Valdés, una estudiante aparentemente reservada e inteligente, entra a la universidad con una fachada cuidadosamente construida: la de una joven huérfana de 18 años que solo busca un futuro mejor. Pero la verdad es mucho más oscura...