Capítulo 25: La herramienta del Diablo

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Los pasos de Leonardo, resonando en el pasillo mientras se alejaba de la habitación donde mantenía a Camila, fueron el indicio que estaba esperando

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Los pasos de Leonardo, resonando en el pasillo mientras se alejaba de la habitación donde mantenía a Camila, fueron el indicio que estaba esperando. Algo había cambiado. Conozco a Leonardo desde hace años, he sido testigo de lo que es capaz de hacer, de las decisiones que toma y de cómo controla cada situación. Pero esta vez... algo estaba diferente. Él estaba diferente.

Me acerqué mientras se sacudía el cuello de la camisa, la tensión en su cuerpo era evidente. Había perdido parte de su compostura, y eso no era algo que veía con frecuencia. De alguna manera, Camila estaba jugando un juego peligroso con él. Y, como siempre, me tocaba a mí ser el equilibrio. El frío. La sombra que arregla lo que otros no pueden.

—¿Está todo bien, jefe? —pregunté con mi voz neutra, aunque la pregunta era más para confirmar mis propias sospechas.

Leonardo se detuvo, pero no me miró. Su cuerpo estaba rígido, como si aún tratara de calmarse de lo que acababa de pasar en esa habitación. Sabía lo que estaba ocurriendo en su cabeza, aunque no lo dijera. Camila lo estaba afectando más de lo que debía.

—Todo bajo control, Gabriel. —Su voz tenía ese tono firme, pero yo sabía mejor. No estaba todo bajo control.

—¿Seguro? —insistí, aunque mi tono permanecía profesional. Esa era mi función, hacer las preguntas difíciles sin parecer desafiante—. Porque lleva aquí más tiempo del que cualquiera de nosotros habría esperado y aún no ha dicho nada. ¿No crees que es hora de tomar otro enfoque?

Finalmente, Leonardo se volvió hacia mí, sus ojos fríos pero con una chispa que no era difícil de identificar. Rabia. Frustración. Y debajo de todo eso, algo más, algo que prefería no ver. Duda.

—¿Qué sugieres, Gabriel? —preguntó, aunque su tono era un desafío. Quería una solución, pero sabía que no sería fácil.

Crucé los brazos, manteniendo mi mirada fija en la suya. Sabía que si no la hacíamos hablar pronto, la ventaja de tenerla en nuestras manos comenzaría a desvanecerse. Diego Cortés no se quedaría de brazos cruzados mucho más tiempo. Y cada segundo que ella seguía callada, era un segundo en el que perdíamos terreno.

—Camila es dura, más dura de lo que muchos de tus enemigos han sido —comencé, asegurándome de mantener un tono respetuoso, pero directo—. No va a quebrarse con lo que hemos estado haciendo hasta ahora. Necesitamos otro enfoque. Algo que realmente la haga sentir vulnerable.

Leonardo me observó por un segundo, su mandíbula tensa, pero no dijo nada. Esperaba mi sugerencia. Él sabía que yo era capaz de ir más allá.

—Si no logramos que hable por miedo, entonces necesitamos otra cosa —continué, inclinándome un poco hacia él—. Algo que le importe. Algo que le duela perder.

Leonardo entrecerró los ojos, pensativo. Su mente trabajaba a toda velocidad, lo sabía, pero yo ya tenía la solución en mente. El problema con Camila era que la amenaza física no era suficiente. Había sobrevivido mucho, había aguantado más de lo que cualquier otra persona hubiera soportado. Necesitábamos otro tipo de golpe.

—¿Su familia? —preguntó Leonardo, cruzando los brazos. Sabía que Camila no tenía padres vivos, pero eso no significaba que no hubiera alguien más.

Negué con la cabeza.

—Camila es una mujer sola. Sabe cómo sobrevivir. Los lazos familiares no son lo que la detendrá. —Hice una pausa, asegurándome de que mis palabras calaran hondo—. Pero su lealtad a Diego, su conexión con él, es lo que realmente le importa. Si le hacemos creer que Diego la ha traicionado... que él ya no vendrá por ella... entonces la quebramos.

Leonardo dejó escapar un pequeño suspiro. Sabía que eso la golpearía donde más le dolía. Camila había construido toda su fortaleza en torno a la lealtad que tenía hacia Diego, en esa creencia inquebrantable de que él la salvaría. Si destruíamos eso, si la hacíamos creer que estaba sola... entonces ya no tendría nada más por lo que luchar.

—Entonces le mostraremos que Diego no va a venir —murmuró Leonardo, su tono frío y calculador. Sabía que en ese momento había aceptado mi propuesta—. Haremos que pierda lo único que le queda.

—Lo tengo todo preparado. —Dije, inclinando levemente la cabeza—. Un falso informe, un montaje que haga parecer que Diego ha abandonado el país, que la ha dejado atrás. Su fe en él se desmoronará, y cuando lo haga... entonces hablará.

Leonardo me miró durante unos largos segundos, evaluando la efectividad de la propuesta. Sabía que funcionaría. Era el último empujón que necesitábamos para hacerla quebrar.

—Hazlo. —Su orden fue rápida, decidida—. Pero no te equivoques, Gabriel. —Sus ojos se oscurecieron mientras me observaba—. Si no habla después de esto, entonces la romperemos de otra manera. Definitivamente.

Asentí, girándome hacia la salida para poner en marcha el plan. Camila pensaba que podía mantener la calma, que podía resistir. Pero todos tienen un límite, incluso ella. Y ahora, estábamos a punto de empujarla al borde de ese abismo.

Sabía que cuando termináramos, Camila no sería la misma. Y Leonardo, una vez más, habría ganado.

Mi Profesor Es Un MafiosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora