El aire en la habitación seguía denso tras lo que había pasado. Nos vestimos en silencio, sin mirarnos directamente. Cada movimiento de Camila era calculado, como si todavía estuviera buscando una oportunidad para girar la situación a su favor. Pero ya no había escapatoria. Ella podía haber intentado manipularme con su cuerpo, su mirada, sus palabras... pero no era tan fácil jugar conmigo. Yo siempre tengo un plan.
Mientras ella ajustaba la camisa sobre su piel, su respiración aún acelerada, yo me aseguraba de que el próximo paso fuera tan limpio como lo había planeado desde el principio. Camila no era alguien a quien podía dejar suelta. Sabía demasiado, y aunque su belleza y su astucia la habían llevado lejos, su suerte terminaba aquí.
Me acerqué a ella con calma, tratando de mantener el aire de autoridad y control. En mi bolsillo, sentía el frío metálico de la inyección que llevaba días esperando usar. La había traído como una precaución, y ahora era el momento de actuar. No podía confiar en Camila; no podía permitirme ningún error.
Ella levantó la vista por un segundo, y por un instante, vi un destello de triunfo en sus ojos, como si creyera que me tenía controlado. Patética.
—¿Sabes qué? —empecé, manteniendo mi voz baja y controlada—. Aún tienes una última oportunidad de hablar. De decirme todo lo que sabes sobre Diego.
Camila sonrió con desdén, una sonrisa que no ocultaba la arrogancia.
—¿Crees que aún estoy a tu merced? —dijo, su voz llena de burla—. Te he dado lo que querías. ¿Qué más crees que puedes sacar de mí?
Di un paso hacia ella, mi mirada fija en sus ojos. Saqué la jeringa con la mano escondida, moviéndome con precisión, como un cazador que acecha a su presa.
—Lo que yo quiero no tiene que ver con lo que tú piensas que controlas —dije, mi voz tensa con una mezcla de ira y determinación—. Esto no ha terminado. Y créeme, no eres quien manda aquí.
Antes de que ella pudiera reaccionar, antes de que esas palabras de desafío terminaran de salir de su boca, me moví. La inyección golpeó la suave piel de su cuello. Su sorpresa fue inmediata, sus ojos se abrieron de par en par mientras intentaba apartarse, pero ya era demasiado tarde.
—¿Qué... qué haces? —jadeó, tratando de alejarse de mí, su mano moviéndose hacia el lugar donde la aguja había penetrado.
No respondí de inmediato. La vi tambalearse, sus piernas perdiendo fuerza mientras el líquido comenzaba a hacer efecto. Era rápido, mucho más rápido de lo que esperaba. Me gustaba esa parte del plan. Camila, la mujer que había intentado jugar conmigo, que había tratado de manipularme, ahora estaba a segundos de caer.
—Duerme, Camila —susurré, casi como una orden—. Cuando despiertes, las cosas serán muy diferentes.
Ella intentó decir algo, sus labios moviéndose sin fuerza, pero su cuerpo no le respondió. En cuestión de segundos, sus piernas cedieron y cayó hacia adelante. La sostuve antes de que su cuerpo tocara el suelo, su cabeza apoyada en mi brazo, su respiración lenta y pesada.
—No te preocupes, esto no durará mucho —dije, mientras la levantaba con facilidad y la cargaba en mis brazos.
El peso de su cuerpo inerte no era nada comparado con el peso de lo que estaba por venir. Camila había sido una amenaza desde el principio, pero ahora que estaba bajo mi control, no había forma de que escapara de mí. La llevé hasta la puerta, asegurándome de que no hubiera nadie alrededor que pudiera vernos. El pasillo estaba silencioso, vacío.
—Tal vez pensaste que tenías el control de este juego, murmuré mientras caminaba con su cuerpo en mis brazos—. Pero nunca lo tuviste. Nunca.
Salí con ella, llevándola hasta el coche que ya estaba preparado en el garaje. Gabriel había hecho su parte, como siempre. El asiento trasero estaba listo para recibirla, asegurado para que no pudiera escapar cuando despertara.
La coloqué con cuidado en el asiento, abrochando el cinturón para asegurarla, aunque no tenía mucho tiempo antes de que el sedante la dejara totalmente inconsciente.
Antes de cerrar la puerta, miré su rostro una última vez. Se veía tan tranquila, tan frágil, casi inocente. Pero yo sabía mejor que nadie que detrás de esa máscara de vulnerabilidad se ocultaba una mente peligrosa, calculadora. No podía permitirme olvidar quién era en realidad.
Cerré la puerta y subí al asiento del conductor. El motor rugió al encenderlo, y con un último vistazo hacia el apartamento donde todo había comenzado, aceleré. Sabía exactamente a dónde la iba a llevar, y una vez allí, Camila no tendría otra opción que hablar.
Ahora, finalmente, el tablero estaba bajo mi control.
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Mi Profesor Es Un Mafioso
RomanceCamila Fernández Valdés, una estudiante aparentemente reservada e inteligente, entra a la universidad con una fachada cuidadosamente construida: la de una joven huérfana de 18 años que solo busca un futuro mejor. Pero la verdad es mucho más oscura...