Primer baile

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Seraphina

Había algo en la forma en que Anthony Bridgerton me había mirado, algo que me obligó a acercarme a él. No era que me tratara diferente, no había delicadeza ni una falsa amabilidad en su mirada. Lo que me intrigaba, lo que me empujó a atravesar el salón con esa determinación, era su falta de miedo.

Nadie me miraba. Nadie se atrevía. Desde el momento en que mi hermana Ophelia y yo llegamos a Londres, me convertí en algo que solo existía en susurros, en historias contadas a media voz, en rumores tan crueles que, si no hubiera aprendido a ser fuerte, me habrían destruido. Pero con Anthony, era diferente. Su mirada no había flaqueado, no me había evitado. Había algo en su expresión que me hizo pensar, por un breve momento, que podía ser vista. Vista de verdad. Y fue por eso que caminé hacia él.

Cuando nuestras miradas se cruzaron, sentí que todo el salón desaparecía. Las voces, las miradas furtivas, los juicios que ya no me afectaban como antes... todo se desvaneció. No sabía qué esperaba encontrar en sus ojos, pero lo que vi fue... curiosidad. No lástima, ni miedo. Solo una intriga sincera.

Decidí que si había alguien a quien podría enfrentar, alguien que no bajaría la mirada en cuanto me acercara, ese sería él. Y así fue. Estaba a unos pasos de él cuando me detuve y, con una leve inclinación de cabeza, pronuncié su nombre.

—Anthony Bridgerton —dije, sin apartar la vista de sus ojos. No había nervios en mi voz, ni vacilación. ¿Para qué dudar? Ya había vivido suficientes situaciones peores. Este baile sería insignificante comparado con el resto de mi vida—. ¿Me concedería este baile?

Pude sentir las miradas sobre nosotros, los cuchicheos agitados a nuestro alrededor, pero nada de eso importaba. Lo único que me importaba en ese instante era si Anthony mantendría su palabra. Si su mano se extendería, si realmente sería capaz de enfrentarse a los murmullos, a las miradas, por mí.

Y entonces lo hizo.

Cuando su mano tocó la mía, una pequeña corriente recorrió mi brazo. No era algo romántico ni electrizante, era... alivio. Me estaba sosteniendo. No vaciló. No me rechazó. El salón entero seguía observándonos, esperando ver lo que pasaría, pero en ese momento solo estábamos él y yo.

Mientras me guiaba hacia el centro del salón, sentí mi corazón encogerse un poco. Algo que ya no me ocurría con tanta frecuencia. Había aprendido a lidiar con las miradas evitadas, con los susurros a mis espaldas. Ya no dolía tanto, no como antes. Pero aún estaba allí, esa pequeña punzada, ese recordatorio de que los hombres no querían mirarme a los ojos, de que no sabían qué hacer con mi cicatriz ni con lo que ella representaba.

El brazo de Anthony, firme pero nervioso, rodeó mi cintura mientras comenzábamos a bailar. Pude sentir la tensión en sus movimientos, una mezcla de incertidumbre y fascinación. No era que él me temiera, no exactamente. Pero sí estaba intrigado, como si no supiera qué esperar de mí, de este momento. Y esa incertidumbre era lo más honesto que había sentido en mucho tiempo.

—No sé por qué todos te temen —le dije suavemente, dejando que mis palabras se deslizaran en el aire entre nosotros, casi desafiándolo a responder. Su mirada volvió a la mía, con esa intensidad que me hizo pensar que realmente podría decirme algo sincero.

Apreté un poco más su mano, no queriendo parecer vulnerable, pero al mismo tiempo sabiendo que él debía sentir algo de lo que yo sentía.

—¿Y tú? —continué, alzando ligeramente la barbilla—. ¿Me temes, Anthony Bridgerton?

Lo dije con una calma que me sorprendió a mí misma. No había reproche en mis palabras, solo una pregunta directa, clara. Porque si había algo que había aprendido en todo este tiempo, es que no necesitaba adornar mis preguntas ni mis intenciones.

Anthony

El momento en que su mano tocó la mía, algo dentro de mí se tensó. No supe qué hacer con esa sensación, ese extraño nudo en el estómago que no esperaba sentir. Había tomado su mano por reflejo, como haría con cualquier otra dama, pero esta vez era diferente. Lo sabía. Todos lo sabían. El peso de las miradas sobre nosotros era abrumador, pero lo que más me desconcertaba no eran ellos, sino ella.

Seraphina Bennet.

Mientras la guiaba hacia el centro del salón, sentí cómo el aire a nuestro alrededor parecía espesar. Cada paso que daba junto a ella me hacía consciente de la fuerza que irradiaba, una fuerza que no había anticipado. ¿Cómo es que, con todo lo que se decía de ella, se mantenía tan erguida, tan... segura? Su porte, su forma de caminar, incluso bajo aquel velo que ocultaba parte de su rostro, me hacían sentir como si yo fuera el observado, no ella.

Comenzamos a bailar y, por primera vez en mucho tiempo, me sentí torpe. Mis movimientos, normalmente confiados y seguros, ahora se sentían rígidos, forzados. No era que no supiera cómo moverme en el salón, sino que la cercanía con ella me ponía en una situación completamente nueva. Nunca me había sentido tan... expuesto. Sus ojos, fijos en los míos, parecían examinarme, como si pudiera ver más allá de la fachada que siempre mostraba. Y eso me hacía sentir incómodo.

A su lado, el resto de la sala desapareció. Los susurros, las miradas curiosas, todo se desvaneció, y lo único que quedó fue la mujer ante mí. La mujer de la que se decían tantas cosas, pero que, en este instante, no se parecía en nada a las historias que había escuchado.

Y entonces, ella habló.

—No sé por qué todos te temen —dijo, en un tono suave, casi casual. Como si me conociera, como si supiera que yo era diferente, o al menos eso quería creer. Pero su pregunta me pilló desprevenido. No estaba preparado para que ella fuera tan directa, para que su voz, aunque tranquila, cargara con tanto peso.

La miré, y me di cuenta de que no tenía una respuesta clara. No me habían preparado para esto. Para ella.

Sentí su mano apretarse un poco más contra la mía, lo justo para recordarme que este momento no era solo mío. Que ella también estaba allí, que estaba enfrentando algo mucho mayor que cualquier juicio superficial.

Y entonces, lo soltó.

—¿Y tú? —su voz era firme, sin titubeos—. ¿Me temes, Anthony Bridgerton?

Mi corazón dio un vuelco. Su pregunta, tan simple, tan directa, me dejó sin palabras por un instante. Sabía que ella lo había notado, porque incluso con ese velo, podía ver cómo sus ojos seguían fijos en los míos, esperando una respuesta que no sabía si podía darle.

¿La temía? No lo sabía. Temor no era la palabra correcta. Intriga, sí. Incomodidad, sin duda. Pero miedo... miedo real, no estaba seguro. Lo que sí sabía era que ella me hacía sentir algo que no había sentido en mucho tiempo: incertidumbre.

Mis labios se apretaron, y durante un segundo me maldije a mí mismo por no saber qué decir, por no poder encontrar las palabras adecuadas. ¿Qué le podía responder? ¿Qué ella, la mujer que nadie se atrevía a mirar, me tenía en ese instante completamente cautivo?

—No —dije finalmente, mi voz más baja de lo que esperaba, casi como si intentara convencerme a mí mismo. Apreté su mano un poco más, sin soltar su mirada—. No te temo, Seraphina.

Pero mientras las palabras salían de mi boca, no estaba del todo seguro de si era verdad.

La dama enmascarada (Anthony Bridgerton)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora