SOLO NOSOTROS

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OMNICIENTE

Viserra, con tan solo tres años, estaba sentada sobre las piernas de su hermano, ambos desnudos, como niños inocentes, ajenos a los peligros y las complejidades del mundo que les rodeaba. Su pequeña espalda se apoyaba en su pecho mientras él, con una seriedad inusual para un niño de seis años, trenzaba cuidadosamente su cabello blanco como la nieve.

Sus pequeñas manos pasaban los mechones entre sus dedos, tratando de imitar las trenzas que había visto hacer a las sirvientas de su madre. Viserra, ajena al esfuerzo de su hermano, tomaba con ambas manos una taza de leche caliente, sus piecitos colgando sobre las piernas de Maegor, balanceándose de un lado a otro, como si fuera un juego.

—No te muevas tanto, Viserra —murmuró Maegor, en su voz infantil, concentrado en su tarea, con el ceño fruncido, como si lo que estaba haciendo fuera de vital importancia.

Ella soltó una risita suave, un sonido que llenó de calidez la habitación. Sus pequeñas manos se aferraron con fuerza a la taza, sorbiendo la leche con cuidado. El calor de la bebida contrastaba con el frío de la noche, pero en los brazos de Maegor, nada parecía importar. No había amenazas, ni responsabilidades. Solo ellos dos, compartiendo un momento que, en su inocencia, se sentiría eterno.

—Me gusta cuando me haces trenzas —dijo Viserra en su voz dulce, girando la cabeza hacia él, sus grandes ojos violetas llenos de admiración por su hermano mayor.

Maegor asintió, sin levantar la vista de su labor. Aunque aún era pequeño, ya mostraba una voluntad férrea, una determinación que, en el futuro, le convertiría en el hombre implacable que llegaría a ser. Pero en ese instante, solo era un niño, con el único deseo de cuidar a su hermana.

—Yo siempre te voy a cuidar, ¿lo sabes, verdad? —susurró, su voz suave mientras sus dedos terminaban la última trenza.

Viserra asintió lentamente, dejando la taza vacía a un lado y girándose para abrazarlo con sus bracitos pequeños, recostando su cabeza en su pecho. Maegor envolvió sus brazos protectores a su alrededor, no cabía duda de que a él solo le importaba ella, siempre fue así.

Viserra, Viserra, Viserra.

Aquel nombre nunca salía de su mente; sus pensamientos siempre iban a ella. Cuando iba a la biblioteca a leer, pensaba en qué libro podría llevarle para leerle. Cuando veía la belleza de la luna, pensaba en el suave cabello de su hermana. Al dormir, ansiaba su cálido cuerpo, y al despertar sonreía al sentirla refugiada en sus brazos.

Cada instante que pasaba lejos de ella era un tormento. La conexión entre ellos era profunda, como si sus almas estuvieran entrelazadas. Ella alejó su rostro de su pecho, sus brillantes ojos morados, llenos de vida e ingenuidad, miraban a los suyos con una intensidad que hacía parecer que ese instante era todo lo que realmente importaba. En su mirada, había un destello de confianza pura, un lazo entre hermanos que nunca se rompería. Luego, sin aviso, se deslizó de sus piernas, con la energía propia de un niño, y se dirigió a la mesa donde su madre había dejado la jarra de leche.

—¿Nos bañamos juntos? —preguntó, volviendo a subirse a sus piernas, la jarra de leche en sus pequeñas manos. Llenó su taza con el líquido humeante, la calidez del contenido apenas podía ser contenida por su delicada cerámica.

—Bebe —insistió, llevando la taza a los labios de su hermano mayor—. ¿Ya no te gusta la leche caliente, Maegor?

Maegor sonrió, sintiendo la ternura brotar en su pecho. Con una ligera inclinación, tomó la taza de sus manos, disfrutando del suave aroma que emanaba. La leche caliente era reconfortante, un pequeño lujo que compartían en esos momentos robados de la realidad.

OUR LOVE ──maegor targaryenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora