OUR LOVE ──maegor targaryen

NO MÁS PROBLEMAS

VISERRA

Estaba metida en la tina, el calor del agua envolviendo mi cuerpo como un velo tibio que apaciguaba el peso de todo lo que había ocurrido en la noche anterior. Cerré los ojos, dejando que el vapor difuminara mis pensamientos y disipara la tensión que aún se aferraba a mis músculos. Sentí los dedos de Maegor enredarse en mi cabello, masajeando mi cuero cabelludo con lentitud, como si el simple acto de lavarme el cabello pudiera borrar las huellas de la violencia que había dejado.

Con cada roce de sus manos, el recuerdo de lo ocurrido se diluía, los ecos de las palabras y las miradas de Ceryse se hundían más profundamente en el pasado. Pero una parte de mí aún sentía una punzada; por más que hubiera sido en defensa propia, no dejaba de preguntarme si era posible evitarlo, si había un camino que no me llevara hasta esta tina, con sus manos lavando la sangre invisible de mis propias manos.

Maegor no dijo nada. Su silencio, sin embargo, era de un tipo reconfortante, como si no hubiera nada más que decir. Había visto la determinación en sus ojos al cargarme en sus brazos, al apartarme de lo que quedaba de Ceryse. Se encargó de todo, de la sangre en mis aposentos, de su propio sello de silencio sobre aquellos que sabían algo. Me dejó claro, sin palabras, que yo no tenía nada de qué preocuparme.

Pero la pregunta seguía latente en mi mente, aun sabiendo que Maegor no toleraría dudar de su manera de protegerme.

—¿Qué ha pasado con ella? —pregunté, mi voz apenas un susurro.

Maegor no se detuvo, sus manos continuaron deslizándose por mi cabello. Tras unos segundos de silencio, contestó con voz baja, aunque firme.

—Ceryse ya no es un problema —dijo, como si aquello fuese todo lo que necesitaba saber. Su tono era tan seguro, tan carente de vacilación, que un escalofrío recorrió mi piel bajo el agua caliente. Algo en su expresión, la certeza en sus palabras me hizo saber que había sido definitiva la forma en la que se había encargado de ella.

Sentí una mezcla de alivio y un leve remordimiento, aunque no del tipo que te consume; más bien, era como una sombra pasajera. No deseaba lastimarla, no de esa manera, pero en el momento en que me vi entre sus manos, con mi vida pendiendo de un hilo, la reacción había sido tan automática, tan instintiva. Y ahora, mi mente estaba libre de ella, como si el peso de su presencia se hubiera desvanecido de repente.

—Tu familia no lo vería de esa manera —musité en voz baja, más para mí misma que para él, mis pensamientos vagando hacia las consecuencias que esto podría traer. ¿Qué pensarían los Hightower cuando descubrieran la verdad? ¿Acaso Maegor había considerado hasta las últimas consecuencias?

Maegor dejó escapar una risa breve, oscura.

—No me importa lo que piensen. No verán nada, ni dirán nada. Si intentan alzarse, sabrán lo que les espera.

Sus palabras, pronunciadas con tal convicción, me envolvieron en una sensación de protección que aún me desconcertaba. Sabía de lo que era capaz. Sabía que él no veía líneas que no debieran cruzarse, que el concepto de "misericordia" le era casi ajeno. Y en el fondo, por más que mis propios pensamientos vacilaban, una parte de mí se sentía segura en ese resguardo implacable.

Hundí mis manos en el agua, dejando que los últimos rastros de temor se disolvieran en el calor. Maegor deslizó su mano por mi cuello, levantando mi barbilla para que nuestros ojos se encontraran. No había dudas en su mirada, solo esa seguridad fría y absoluta.

—No tienes que cargar con ninguna culpa —afirmó en un murmullo. La manera en que lo dijo, la firmeza, me hizo saber que no era solo una orden; era una promesa.

Su rostro se acercó al mío, y sus labios encontraron los míos con una intensidad que disipó cualquier sombra de duda o temor. Ese primer contacto fue suficiente para que una paz inquebrantable inundara mi cuerpo, calmando las mareas de incertidumbre que habían sacudido mi espíritu desde hacía tanto tiempo. Había anhelado esos labios más de lo que me había atrevido a admitir, y sentirlos ahora, en medio del silencio y la calidez de este momento, era como una absolución inesperada.