VERDADES NO DICHAS

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AENYS

El vino sigue ardiendo en mi garganta, pero esta vez no intento disimular el resentimiento que me embarga. Me siento atrapado entre lo que me han enseñado a ser y lo que veo que realmente importa en este reino. La guerra, la violencia, el poder. Todo lo que he evitado, todo lo que siempre me pareció ajeno, es lo que Maegor representa, y eso lo hace superior a mí a los ojos de todos. Mi padre no lo dice abiertamente, pero sus palabras lo gritan en cada gesto, en cada mirada hacia mí.

Viserra. La mujer que he querido desde que era un niño, que ha sido mi faro y mi anhelo, está fuera de mi alcance, no por mi falta de amor, sino por la falta de lo que realmente importa aquí. Ella lo mira a él con los ojos brillando, como si viera en él todo lo que alguna vez soñó tener. La fuerza, el coraje, el control. Mientras yo, Aenys, el primogénito, el heredero al trono, soy solo un espectador en la escena de su vida.

Me pregunto si alguna vez entenderá lo que significó mi sacrificio por ella. Lo que significó poner su bienestar por encima del mío, siempre. Pero no, ella lo elige a él. El joven príncipe que regresa de la guerra con el rostro marcado por el sufrimiento, con cicatrices que lo hacen parecer más hombre que niño, más rey que príncipe. Y yo, yo sigo aquí, esperando a que alguien vea lo que soy capaz de hacer, lo que puedo ofrecer.

"Es solo un niño," dice Alyssa, con su voz suave y protectora, como si esa frase pudiera borrar la realidad de lo que Maegor ha logrado. Como si sus logros no importaran. Como si mi paciencia, mi prudencia, mi dedicación fueran lo único que importara en este maldito juego de tronos.

Lo he hecho todo, lo he dado todo. He estado a su lado, he escuchado sus sueños y he dado mis propios sueños a cambio. He querido hacerla feliz, ser el hombre que ella necesita, pero no fui suficiente. ¿Y él? Él nunca tuvo que demostrar nada más que su fiereza, su disposición para destrozar cualquier obstáculo que se le cruce. Él, con su fuego y su furia, es el hombre que todos esperan ver en el trono, no yo. No el que sabe esperar, el que mide sus pasos y prefiere la calma sobre la tormenta.

Maegor no tiene miedo. Y eso es lo que más me duele. Porque yo sí. Yo tengo miedo de no ser lo suficientemente grande, lo suficientemente fuerte, lo suficientemente digno de ella, de este reino, de mi padre. Tengo miedo de que, al final, lo único que quede para mí sea la sombra de lo que podría haber sido.

Agarro la copa con fuerza, mis dedos blancos, y dejo que el vino se derrame un poco, como si el dolor pudiera ser ahogado por la bebida. Pero no lo es. Nada lo es. La ansiedad, la frustración, el deseo... todo sigue allí, acumulándose, esperando un momento para estallar. Y sé que no será mucho antes de que todo esto explote.

Tal vez ya sea demasiado tarde para salvar lo que podría haber sido mi reino, mi lugar al lado de ella. Tal vez el trono de hierro ya está destinado a otro.

Aegon avanza con su porte imponente, la luz de las velas proyectando su sombra alargada contra los muros de piedra. No necesito que hable para saber por qué está aquí. Su sola presencia es suficiente para recordarme lo que se espera de mí, lo que debería ser y no soy.

—Hijo mío —su voz es grave, pesada con la autoridad de un hombre que ha forjado su reino con fuego y sangre—. No has dicho una palabra en toda la noche.

No respondo de inmediato. En lugar de eso, juego con la copa entre mis dedos, observando el reflejo del vino. Oscuro, profundo, como los pensamientos que intento ahogar.

—No hay mucho que decir, padre —murmuro al fin—. Ya todo ha sido dicho.

Aegon se detiene frente a mí, sus ojos violetas clavándose en los míos, buscando algo. ¿Fuerza? ¿Desafío? ¿Resentimiento? No sé qué espera encontrar, pero lo que sea, dudo que lo vea en mí.

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⏰ Última actualización: 2 days ago ⏰

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