OUR LOVE ──maegor targaryen

EL BANQUETE DE LOS HEREDEROS

VISERRA

La suave penumbra de la biblioteca se extendía como un abrazo silencioso mientras mis dedos acariciaban la fina textura del pergamino. Mi mente vagaba entre las palabras de un viejo texto sobre los linajes de los dragones cuando el ruido apresurado de pasos quebró la tranquilidad del lugar. Seraphine apareció en el umbral, respirando con agitación, pero con una chispa de emoción en los ojos.

—Mi señora —dijo con voz baja pero apremiante—, el príncipe Maegor está de camino a Rocadragón.

Mis ojos se alzaron del libro inmediatamente. Mi corazón dio un vuelco, una mezcla de alivio, ansiedad y algo más que no podía nombrar con precisión.

—¿Estás segura? —pregunté, cerrando el libro de golpe.

—Uno de los guardias informó al rey que el carruaje del príncipe está cerca —confirmó Seraphine con una sonrisa tenue, inclinando ligeramente la cabeza.

Me puse de pie con rapidez, sintiendo cómo la adrenalina comenzaba a correr por mis venas. Sin necesidad de más palabras, ajusté mi vestido y me dirigí hacia la salida de la biblioteca, con Seraphine siguiéndome de cerca.

Los pasillos de Rocadragón estaban llenos de actividad, los sirvientes corriendo de un lado a otro preparando la llegada del príncipe. Las antorchas brillaban con más fuerza, y los estandartes con el dragón tricéfalo ondeaban con majestuosa ferocidad. Al llegar al gran vestíbulo, vi a mi madre, la reina Visenya, de pie junto a mi padre, el rey Aegon, y mi hermano Aenys, todos con semblantes solemnes pero expectantes.

Visenya, con su porte inquebrantable y su mirada tan afilada como Hermana Oscura, fue la primera en notar mi llegada. Su presencia siempre parecía llenar cualquier espacio, un recordatorio viviente de la fuerza y la tradición Targaryen. Aegon, inmóvil como una estatua de hierro, mantenía las manos cruzadas detrás de la espalda, su mirada fija en el horizonte más allá de las puertas abiertas de Rocadragón. Aenys, a su lado, parecía inquieto, jugando con el anillo que llevaba en su dedo mientras murmuraba algo inaudible.

—Viserra —dijo Visenya con voz firme, extendiendo una mano hacia mí—. Ven.

Obedecí sin dudarlo, colocándome junto a ellos mientras todos esperábamos en silencio. El aire estaba cargado de anticipación, cada sonido amplificado en medio de la tensión. Podía sentir las miradas de los sirvientes, de los guardias, todos esperando al príncipe que, después de tantas lunas lejos, finalmente regresaba.

Un murmullo comenzó a recorrer la multitud en cuanto el sonido de ruedas y cascos resonó en la distancia. Los soldados apostados en las puertas se movieron para abrirlas con rapidez, dejando pasar el carruaje que avanzaba por el camino adoquinado con una imponente solemnidad.

Mis manos se aferraron a mi falda mientras el carruaje se detenía frente a nosotros. El estandarte de los Targaryen ondeaba en lo alto, y cuando la puerta del carruaje se abrió, el aire pareció detenerse por un instante.

Maegor emergió del carruaje con la misma autoridad que siempre lo había caracterizado, su figura alta e imponente capturando de inmediato cada mirada en Rocadragón. Los murmullos cesaron, y un silencio casi reverencial se extendió entre los presentes. Sus ojos, fríos y decididos, se cruzaron con los míos al instante, y sentí una descarga eléctrica recorrerme.

Portaba a Hermana Oscura con la gracia de quien había nacido para manejar una espada legendaria. La llevaba envainada a su lado, pero la energía que emanaba de ella parecía casi tangible. Madre hizo bien al entregársela; sabía que en sus manos la hoja forjada en Valyria encontraría el propósito que merecía. No sería un simple adorno, sino un instrumento para consolidar nuestro linaje y someter a nuestros enemigos.