ETERNAMENTE MIA

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MAEGOR

Mis manos se apretaron con fuerza sobre sus caderas, la forma en la que su mano acaricia mi rostro y sus labios conectan con los míos me anclan a la realidad. No quiero dejarla ir, y al parecer ella tampoco lo desea. Ninguno quiere alejarse del otro, por eso no hemos hecho el mínimo esfuerzo en vestirnos o en salir de nuestros aposentos.

No hay nada que debamos hacer afuera que no podamos hacer aquí dentro, en la seguridad de estas cuatro paredes que la protegen de las miradas críticas de los demás. La familia de Ceryse aún estaba en el castillo, según había escuchado, y no quiero a Viserra cerca de ellos. No la quiero cerca de nadie que no sea yo. La juzgarían, la culparían de la desgracia que ellos mismos provocaron al forzar a su hija en un matrimonio sin amor, como si fuera culpa de mi hermana. Son idiotas, pensando que podría aceptar a cualquier mujer que no fuera la que tengo a mi lado.

La desgracia de Ceryse no es nuestro problema. Mi mirada se desvía hacia Viserra, tan despreocupada, tan entregada a este momento entre los dos. Se estira bajo las sábanas, sus cabellos plateados desparramándose sobre los almohadones como hilos de luna. Parece la encarnación de una diosa, inalcanzable para cualquiera que no sea yo.

Ella es tan hermosa, tan irreal, que temo un día despertar y no encontrarla a mi lado. No sé qué haría si aquello llegase a pasar. La sola idea me consume y me atormenta de una manera que no puedo explicar. Mis manos se deslizan por todo su cuerpo, desde la curva de su espalda hasta acunar su delicado rostro entre mis manos. La beso, desesperado por anclarla a mí, por asegurarme de que no es una ilusión que pueda desvanecerse al amanecer.

—Mía, mía, joder, eres mía —susurro entre besos, mis labios apenas alejándose de los suyos. Su piel es suave bajo mis manos, cálida, viva. Sus manos acarician mis brazos, suaves pero firmes, como si también temiera que pudiera desaparecer.

Cada vez que pronuncio esas palabras, es una afirmación, una promesa y una necesidad. No quiero compartirla con el mundo exterior, con nadie más.

—Tuya, tuya, solo tuya —repitió ella, su voz suave pero llena de convicción. Un estremecimiento recorrió mi cuerpo al escucharla decir esas palabras. Amo cuando acepta que me pertenece, que todo de ella es mío. Mío para adorar, para amar, para proteger... y para follar hasta que ninguno de los dos pueda más.

La forma en la que sus labios se curvan en esa sonrisa suave, sus ojos entrecerrados mientras sus dedos recorren mi espalda, me encienden. No puedo apartar la vista de ella, tan perfecta, tan rendida a mí. Mi deseo por ella es insaciable, como si nunca pudiera tener suficiente de su cuerpo, de su entrega. La acerco aún más a mí, mi respiración pesada contra su cuello, inhalando su esencia, sintiendo cómo su cuerpo responde al mío.

—Eres mía, Viserra. Siempre lo serás —murmuro contra su piel mientras mis manos exploran cada rincón de su ser, recordando cada curva, cada suspiro que le arranco con cada movimiento.

No hay lugar para nadie más en este momento. Solo ella y yo, enredados en la vorágine de nuestra propia pasión, perdidos en la intensidad de lo que sentimos, un amor que quema y consume, y que nadie más podría entender.

Sus manos se enredan en mi cabello mientras mis labios marcan su cuello, dejando un rastro de besos que hacen que su piel se erice. Cada caricia me recuerda que estoy aquí, que ella es mía, y el suave roce de sus dedos me provoca una mezcla de deseo y posesividad.

—Maegor... —susurra, su voz apenas un hilo, cargada de placer y anhelo.

Sonrío contra su piel, disfrutando de cómo su cuerpo se arquea hacia mí, buscando más de lo que solo mis labios pueden darle. Mi lengua se desliza por la delicada curva de su cuello, saboreando cada centímetro de su piel, marcando mi territorio, reclamándola como mía. Siento su respiración entrecortada y eso solo alimenta mi hambre por ella.

OUR LOVE ──maegor targaryenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora